jueves. 25.04.2024

Otoño es un estado de ánimo

Salgan a la calle, cojan una hoja seca del suelo, acérquenla a sus labios y soplen con fuerza. Ese pedacito de naturaleza atravesará el mundo y el tiempo, y les llegará algún día, volverá a caer a sus pies, veinte años después, para que entiendan que todo lo que han vivido debía suceder exactamente como sucedió. Eso me enseñó el otoño de un bosque japonés.

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Tonalidades del bellísimo otoño japonés. | FOTO: Mila Ojea

Todo comienza con una hoja. Una hoja de árbol amarilla en la acera de una ciudad inglesa. Esa hoja ha llegado desde Japón bailando con el viento. Un hombre alto camina por la calle cuando pisa la hoja y resbala en ella. Tirado en el suelo, una mujer se acerca corriendo a socorrerle y, al mirarse, se enamoran inmediatamente. Esa pequeña hoja, ese pedacito de materia orgánica, acaba de producir un cambio en el mundo.

De ese amor nacerá Nemo Nobody. Un niño feliz que un día, con 9 años, frente a un escaparate lleno de pasteles, incapaz de elegir cuál comprar, aprende una lección:

-No podemos volver atrás. Por eso cuesta elegir. Hay que tomar la decisión correcta –explica mirando los platos repletos de dulces. Se aleja por la calle lanzando al aire una moneda y reflexiona. -Mientras no elijas, todo sigue siendo posible –concluye.

727Senderos y sombras del bosque. | FOTO: Mila Ojea

Una tarde, al salir de la escuela, de camino a casa, ve a su madre caminando por un bosque. Extrañado, comienza a seguirla sin que ella le vea, hasta que descubre que va al encuentro de un hombre que la espera y con el que se besa furtiva y apasionadamente. La vida del pequeño Nemo acaba de derrumbarse.

El hombre camina hacia un lago y vemos que llega a un muelle de madera donde una niña está de espaldas, sentada en el borde tirando piedras al agua.

-Venga, Anna, nos vamos –dice el padre de la niña que acaba de abrazar a la madre de Nemo. Anna se vuelve y vemos su rostro. Ha visto a Nemo. Este observa la escena desde lo alto de un camino, invisible bajo la sombra de los árboles. Y ese nombre, ese rostro de la niña, se quedan para siempre ya grabados en su cabecita de 9 años.

728Secando la fruta. | FOTO: Mila Ojea

Los padres de Nemo deciden separarse y su madre se marcha de la ciudad. En la estación, mientras esperan el tren que la llevará a una nueva vida, le pregunta a Nemo con quién ha decidido quedarse. Papá o mamá. Nemo está inmóvil, completamente bloqueado por la situación. No puede elegir porque, decida lo que decida, ya sabe que no habrá marcha atrás. El tren llega, su madre se sube y la máquina se pone en marcha. Al ver a su madre asomada desde el vagón, de repente echa a correr hacia ella. El tren aumenta la velocidad, ambos extienden los brazos para agarrarse, sus manos se alcanzan por fin y Nemo sube al vagón abrazado a su madre. Atrás, abandonado en la estación, se queda su padre llorando.

729Colores de otoño. | FOTO: Mila Ojea

Ahora Nemo vive en Montreal y el tiempo ha ido pasando poco a poco. Ya tiene 15 años. Un día su madre le anuncia que ha invitado a alguien a cenar y aparece Harry, el hombre que, tiempo atrás, la besó en aquél bosque donde su destino cambió para siempre. Nemo se muestra desagradable con él pero eso no va a trastocar los planes de su madre.

Poco después llega a su colegio una chica nueva y la profesora la presenta:

-Quiero presentaros a una alumna nueva en nuestra clase, se llama Anna.

Nemo la ve sentarse, sus miradas se cruzan y se reconocen. No tardará en tenerla en su casa, ya que los padres de ambos han decidido vivir juntos. Se dan la mano y se sonríen tímidamente el día que ella llega. Comienza una nueva vida para todos. Nemo tiene 15 años y está completamente enamorado de Anna. Por las mañanas sale de su habitación sin hacer ruido, entra en la de Anna y se desliza en su cama para abrazarse al amor de su vida.

-Te quiero –dice ella con la cabeza metida bajo las sábanas.

-Y yo a ti –contesta Nemo, entregado.

-Para siempre. Sin ti no hay vida – se dicen uno al otro.

730Mensajes, musgo y piedra. | FOTO: Mila Ojea

Una mañana oyen a sus padres discutiendo a gritos. Ocurre lo inevitable, el amor se ha acabado y se separan. Anna ya lo sabía pero a Nemo la noticia le pilla por sorpresa. Se encierran en la habitación de Anna y se abrazan llorando.

-¿Adónde te vas? –le pregunta Nemo entre lágrimas.

-A Nueva York. En diez días. Mi padre ha encontrado trabajo allí –explica ella. Se derrumban hechos un nudo sobre la alfombra. –Espérame junto al faro cada domingo, ¿vale? Hasta que volvamos a vernos. Para siempre. No ha terminado.

Tumbados en la alfombra se acarician el rostro uno al otro con delicadeza. Anna dice:

-Eres la primera y última persona a quien amaré.

-Diez días. Eso son… catorce mil cuatrocientos minutos. Ojalá todo se detuviera ahora mismo. Ojalá se quedara así para siempre.

731Envueltos en el espíritu del bosque. | FOTO: Mila Ojea

Pasan los diez días, pasan los catorce mil cuatrocientos minutos, y Anna se va con su padre. Nemo correrá tras el coche pero nunca los alcanzará. Va todos los domingos al faro a esperar. Anna le escribe cartas pero su madre intercepta la correspondencia y rompe los sobres antes de que él los vea.

Una hoja verde flota sobre el agua en una piscina. Nemo la recoge con una red. Han pasado los años y ya es un treintañero con el pelo largo y un trabajo. Coge un tren de ida y vuelta, todos los días, echa unas monedas en el vaso de una mujer que está sentada en un rincón de la estación, todos los días.

Anna… Anna…, se repite para sus adentros mientras camina mezclado con la gente. Siento como si fuera a encontrarte al doblar cada esquina.

Anna camina por la misma estación, anónima como el resto de los viandantes. A veces me digo que tal vez vives en la misma ciudad que yo y no lo sé, piensa. A lo mejor estás aquí, muy cerca. Nemo, ¿oyes mi voz?

732Cae la noche sobre una aldea. | FOTO: Mila Ojea

Entonces, una mañana cualquiera, Nemo descubre desmayada bajo unos cartones a la mujer a la que suele dar limosna. Llama a una ambulancia y se queda con ella hasta que se la llevan. Ese tiempo robado  a su rutina, esos minutos de más que permanece en la estación hacen que suceda algo imprevisto: aparece Anna entre los transeúntes. Vuelven a encontrarse en la multitud y el tiempo se detiene a su alrededor. Renacen ese amor, esos abrazos, las miradas con la cabeza bajo las sábanas.

-Sin ti no hay vida –vuelve a decir él.

-Ve despacio –pide ella. –Tengo que acostumbrarme. Te he hablado tanto cuando no estabas que se me hace raro hablar contigo de verdad. Necesito tiempo.

Más tarde, sentados en un banco del parque, ella le cuenta:

-Cuando nos separaron, a los quince años, me dije que no volvería a perder a nadie nunca más. Nunca. Que nunca me iba a atar, que no me iba a quedar en ningún sitio y no iba a tener nada mío. Decidí que iba a fingir estar viva. Y esto es lo que he estado esperando todo el tiempo, renunciando a todas las posibles vidas por una sola. Contigo. Pero ya no estoy acostumbrada. Sabes, o sea, el amor… Tengo miedo de volver a perderte, miedo de volver a estar contigo. Eso me aterroriza. Tenemos que darnos tiempo.

733Pequeño templo en el camino. | FOTO: Mila Ojea

Anna saca un papel de su bolso y apunta en él un teléfono.

-Llámame a este número… en dos días. Nos veremos en el faro –le pide.

Se besan y ella se aleja calle arriba. Nemo sostiene la nota entre sus manos mirando el número y después alza la vista para verla caminar. El cielo se está nublando y suena el eco de un trueno. Una gota de agua, una entre cientos, cae a toda velocidad e impacta en el trozo de papel. Los números apuntados se borran en un segundo, la tinta se diluye entre los dedos de Nemo. Acaba de perder a Anna. Otra vez.

Se trata de absorber la atmósfera forestal, tomarse tiempo para sentir el sendero, escuchar la caída de las gotas de rocío, acariciar la textura de los troncos, pisar la hierba algodonosa y sentir su quebranto, seguir el surco de la hiedra.

734Detalles de la ruta forestal. | FOTOS: Mila Ojea

Desde entonces, Nemo va al faro todos los días. Duerme en el banco donde solían sentarse a hablar y mirar el mar. Sueña que Anna aparece justo cuando está dormido y no le ve. Dibuja con tiza un círculo en el suelo, en el lugar donde el cuerpo soñado de Anna ha estado, asomada a la barandilla para ver la ciudad al otro lado. Se sienta en el banco, cierra los ojos y los aprieta. Anna, la llama en silencio.

En alguna parte, Anna, que va dormida en un autobús, despierta sobresaltada al recibir en su mente el mensaje invisible de Nemo. Y lo nombra también en silencio mientras sonríe: Nemo.

735Cabaña bajo la luz otoñal. | FOTO: Mila Ojea

Dormido en el banco del faro, Nemo se sueña a sí mismo niño, en las vías del tren, corriendo por un camino, llegando al bosque donde su madre rompió su infancia y recogiendo una hoja amarilla del suelo. La pone a la altura de su boca y sopla para que la hoja vuele libremente, y vuela, vuela, atravesando el tiempo, hasta caer en el círculo de tiza que él mismo ha dibujado veinte años después. En ese momento Anna entra en el círculo y se asoma a la barandilla para ver el mar. Detrás de ella, tumbado en el banco, duerme Nemo.

Esta es sólo una de las tramas vitales que se relatan en “Las vidas posibles de Mr. Nobody” (Jaco Van Dormael, 2009), una de mis películas favoritas.

736Furia y melancolía de los colores. | FOTO: Mila Ojea

Todo empieza con una hoja. También el bellísimo otoño japonés. Cuando cae la primera hojita, seca y cansada, teñida de rojo, en algún lugar secreto, comienza la magia. Es el pistoletazo de salida para que las colinas adquieran una tormenta de tonalidades. Furiosos rojos, amarillos alternativos, naranjas en llamaradas, una leve coreografía que abarca la totalidad del país. Los ciclos de la madre natura.

El bosque se convierte en un espectáculo para los ojos. Estamos en Tsumago, la estación número 42 de las 69 que forman la ruta Nakasendo, en la región de Kiso. Es el Japón más rural y ha caído en el olvido. Las sendas de piedra y hojarasca están rodeadas de naturaleza virgen, paralelas a riachuelos en muchas ocasiones, disfrutando de pequeñas cascadas y saltos de agua. Hay árboles de todos los colores y las hojas se balancean en el viento, locas y bailarinas. Es una experiencia contemplativa. De repente te encoge el alma una extraña melancolía por todo aquello que no has vivido.

737Musgo en el bambú. | FOTO: Mila Ojea

También para esto los japoneses tienen una palabra: shinrin yoku. Podría traducirse como “baños de bosque”. El concepto está inspirado en prácticas budistas ancestrales y en el sintoísmo, una religión nativa de Japón que venera los espíritus de la naturaleza. Se trata de absorber la atmósfera forestal, tomarse tiempo para sentir el sendero, escuchar la caída de las gotas de rocío, acariciar la textura de los troncos, pisar la hierba algodonosa y sentir su quebranto, seguir el surco de la hiedra. Poesía en estado puro para el alma del viajero. El bosque se convierte en medicina y nos restaura.

El musgo cubre el bambú y tapiza las lápidas de los discretos cementerios que encontramos en el bosque. La calma resplandece. En las casas, la gente cuelga de vigas las frutas para secar su pulpa. Al anochecer, se encienden las luces y uno puede ser testigo de la calidez y el sosiego con que transcurre la vida en estas aldeas centenarias, de lo tenue y de la levedad. Es momento de preguntarse si realmente las cosas pueden ser así, qué nos construyó, si existimos en realidad o estamos durmiendo en un banco al lado de un faro.

738La soledad del camino. | FOTO: Mila Ojea

Sólo vivimos en la imaginación de un niño de 9 años, somos imaginados por un niño de 9 años que se enfrenta a una elección imposible. Antes era incapaz de hacer una elección porque no sabía lo que iba a pasar. Ahora que sabe lo que va a pasar, es incapaz de hacer una elección, explica un Nemo anciano en la película.

Todo ha empezado con una hoja y terminará del mismo modo. El otoño se barniza de esperanza. Hay que elegir siempre seguir viviendo. Encender todas las luces, atizar el fuego, airear los viejos propósitos para quitarles el polvo. Busquen y rebusquen dentro de sí mismos. Cada uno de nosotros tiene una deuda inaplazable con el niño que fuimos. Salgan a la calle, cojan una hoja seca del suelo –no importa el color-, acérquenla a sus labios y soplen con fuerza. Ese pedacito de naturaleza atravesará el mundo y el tiempo, y les llegará algún día, volverá a caer a sus pies, veinte años después, para que entiendan que todo lo que han vivido debía suceder exactamente como sucedió.

Otoño es un estado de ánimo
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