viernes. 26.04.2024

Historias de Trinidad (II): Música a lo cubano

Cuba es la isla de la música y las calles trinitarias son un fiel reflejo de ello. A cualquier hora uno puede bailar o dejarse llevar por el poder de una armonía pasional y vibrante. Todo aquí es ritmo y sensualidad en cualquiera de sus diferentes versiones. 

 

 

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Músicos tocando en el templo Yemayá de Trinidad. | FOTO: Mila Ojea

Toda Cuba es música. Un pueblo tan apasionado y vibrante, que se mueve por instinto y supervivencia, también sabe gozar de los placeres más humanos: el roce de los cuerpos, el ritmo mezclado de culturas, el sonido de una trompeta que rompe la noche, la sensualidad de una voz que destila ron… Alimento para el alma. Por algo a Cuba se la conoce como “la isla de la música”.

Trinidad lo tiene también como un pilar de su tradición nacional. El folclore vive en la calle, en los templos, en la escuela. Empieza en lo más clásico, la rumba, de origen africano, con todas sus variantes: el yambú, la columbia y el guaguancó. Surgió en los barracones y plantaciones de azúcar del siglo XVIII, se instrumenta en tres tumbadoras, que replican fuertemente aumentando la intensidad del baile. Era la vía de escape espiritual para los cimarrones y esclavos liberados.

682Una orquesta esperando el momento de actuar. | FOTO: Mila Ojea

De ahí al danzón, ritmos criollos que mezclan España, Francia y África en su ejecución. El siglo XX trajo a la isla nuevos sonidos como el son cubano y el son montuno. En sus comienzos estos se vieron como una música de los barrios populares, pero pronto adquirieron reconocimiento en toda Cuba y dieron el salto a otros países latinoamericanos. Originan nuevas variaciones como el changüí y el sucu-sucu y se incorporan a otros géneros como el jazz, el bolero y la salsa.

Los años 30 inventaron el mambo, un ritmo pegajoso y sabrosón que se baila con cuatro pasos por compás, fuerte y rápido, sin voz cantante, y que fue evolucionando hasta el chachachá, con coro de voces y baile más suelto. Aparecen las orquestas llamadas charangas, cuya base son timbales, bajo, flauta, piano y conjunto de violines. La rumba se convierte en la guaracha y la conga, que se baila en pareja pero con distancia abierta, movimientos eróticos de cadera y pelvis, evoca santos africanos.

683La música también se refleja en el arte cubano. | FOTO: Mila Ojea

La conga es el baile popular cubano más añejo. En la Colonia, a los negros esclavos les permitían un día de celebración como el Día de los Reyes, en que bailaban y cantaban libremente. Mientras los hacendados festejaban por separado en sus salones de baile, ellos se movían ardientemente al ritmo de tambores e instrumentos rústicos. Este género arrastra una gran cantidad de personas bailando y cantando y se popularizó en los carnavales.

Como ven hay todo un crisol para elegir. Las calles de Trinidad, como las de toda Cuba, respiran música allá por donde uno vaya. El sol aprieta y todos buscamos lo mismo: experimentar la libertad.

684Mezclada con la música de la calle. | FOTO: L.P.

Nuestras noches trinitarias acabaron muchas veces en la Casa de la Trova, donde autóctonos y turistas se mezclan en un acercamiento carnal o desenfrenado, cayendo en el deleite, según la música que suene y quién esté al otro lado del micrófono. Hay numerosas escuelas de baile y a los extranjeros les encanta aprender a moverse bien y relacionarse con las gentes que aquí viven. Este es el lugar perfecto para ello. Es un centro de encuentro, reunión y disfrute de trovadores, se creó para promover el desarrollo musical como parte de la identidad del pueblo.

685Puerta de entrada a la Casa de la Trova. | FOTO: Mila Ojea

Por las tardes, esta casa mítica de fachada azul cielo, con la arquitectura colonial típica de la localidad, es un lugar tranquilo en el que tomar algo, ver la zona de museo donde se guardan discografías completas y absorber el movimiento pausado de las horas bajo un sol crepitante. Pero por la noche se transforma y adopta una energía completamente distinta. Enseguida uno empieza a conocer a los foráneos, se empeñan cariñosamente en sacarte a bailar, a dar unos pasos aunque sea torpemente, a que te vayas soltando y dejes atrás la vergüenza. Hay un grato sentimiento de hospitalidad. Uno se va integrando poco a poco en ese círculo alegre y despreocupado que vacía botellas de ron una tras otra y sonríe feliz.

686Coro con instrumentos típicos. | FOTO: Mila Ojea

Una tarde, en uno de nuestros paseos relajados por las coloridas calles, L. y yo llegamos al templo de santería Yemayá, cerca de la Plaza Mayor. Este inmueble, de color también azul con detalles decorativos en blanco, tiene una gran importancia histórica, arquitectónica y cultural. Es a la vez templo religioso y vivienda, y refleja los valores más genuinos de la cultura afrocubana y la identidad local. Es muy llamativa su gran sala con pinturas alegóricas sobre el sol, el mar y los peces en las paredes, y una silla colocada en el centro con una muñeca de trapo negra o Anaquillé, que se utiliza como símbolo de protección o amuleto, y nos conduce a la imagen de Yemayá, un orisha (espíritu) al que está dedicado el templo.

687Invitación a entrar en el templo Yemayá. | FOTO: Mila Ojea

Había un grupo de gente en la puerta del edificio que animaba al que pasaba a entrar y nos decidimos a curiosear qué estaba sucediendo allí. Un conjunto de músicos se había desplegado por la sala y mientras unos tocaban los tambores de bembé con un eco que retumbaba poderosamente contra los muros blancos del salón, otros acompañaban agitando instrumentos tradicionales hechos de materiales naturales como cortezas y semillas. Fue hipnótico ver su actuación y envolvernos en esa vibración que llenó el templo y sobrevoló los cielos de Trinidad.

En este mundo convulso cada vez nos relacionamos menos y peor, artificialmente y con una frialdad pasmosa. Y yo no puedo, yo me niego a aceptarlo. Estamos perdiendo la mirada, la palabra hablada, la piel con piel.

688Rostros y música cubana. | FOTO: Mila Ojea

El hecho de que haya tanta música no lleva implícito que toda sea buena. Recuerdo un día que a la hora de comer dimos con un restaurante que tenía langosta en el menú y nos entró antojo. Nos subieron a la azotea, donde habían dispuesto unas cuantas mesas, y no había nadie comiendo. Pedimos la langosta y mientras esperábamos, disfrutamos de unas buenas vistas del pueblo desde aquella altura.

Apareció un hombre con una guitarra, se sentó en un rincón con la mitad del cuerpo a la sombra, y empezó a tocar con ganas. Cantaba canciones de la Revolución, todo su repertorio era sobre el mismo tema, y eran piezas largas con muchísima letra que relataban aventuras enrevesadas sobre héroes y victorias. Tenía una voz potente y escuchamos las dos primeras canciones con interés.

689Canciones del Che Guevara en la azotea. | FOTO: Mila Ojea

Nos sirvieron la langosta –que era mejor en nuestra imaginación que en el plato- y pensamos que el hombre se iría para dejarnos comer tranquilas. Pero no. De hecho, fue subiendo el volumen de su voz y desgranando todas aquellas historias del Che Guevara y nos obligaba a hablar cada vez más alto para poder mantener una conversación durante la comida. En vista de que aquella tortura no tenía visos de acabar, cogimos dinero de la cartera y le dimos una propina generosa.

-¿Quieren que les cante alguna canción en especial? Me las sé todas… -nos dijo.

-No hace falta, gracias, es suficiente –le respondimos.

Surtió efecto y desapareció con la guitarra, dejando que el canto de los pajaritos ocupara el espacio y pudiéramos hablar tranquilas mientras engullíamos la nefasta langosta. Nos quedamos con la duda de si nos había agobiado tanto para conseguir un buen dinero a cambio de callarse. Si era así, no cabe duda de que la estrategia funcionaba.

690Escalinata de la Casa de la Música. | FOTO: Mila Ojea

Antes de ponerse el sol, la gente también ha adquirido la costumbre de reunirse en la escalinata de la Casa de la Música. Se trata de una plaza en lo alto de una colina con largos escalones de piedra, en los que han instalado mesas y sillas para que los clientes degusten mojitos, daiquiris o lo que les apetezca mientras disfrutan de la música que tocan bandas locales en un pequeño escenario ubicado en el lateral.

Los más osados se animan a bailar en modo exhibición y los que están aprendiendo aprovechan para practicar sus nuevas habilidades rítmicas. También aquí se crea un ambiente de lo más amigable y apacible, con la temperatura dando una tregua y la oportunidad de disfrutar una buena conversación con gente del pueblo.

691Anuncio de clases de baile. | FOTO: Mila Ojea

Hace poco vi una fotografía de cómo es este lugar ahora –años después para mí- y se me rompió el corazón. Resulta que se ha convertido en la zona de Trinidad con mejor wifi y la gente se sienta en las escaleras para conectarse a internet. Mientras unos tocan sus instrumentos con alegría y arte, otros no levantan la cabeza de sus smartphones. Mi pregunta es: ¿para qué cruzar el mundo si ni siquiera vas a mirarlo? Están en uno de los rincones con más encanto de Cuba y nadie se percata de lo que está sucediendo a su alrededor. Todos los ojos están clavados en lo que les ofrece una pantalla conectada a su vida privada. En este mundo convulso cada vez nos relacionamos menos y peor, artificialmente y con una frialdad pasmosa. Y yo no puedo, yo me niego a aceptarlo. Estamos perdiendo la mirada, la palabra hablada, la piel con piel.

692Grupo tocando en el escenario de la Casa de la Música. | FOTO: Mila Ojea

Como decía en sus "Diarios" Iñaki Uriarte: escribo para intentar circunscribir un mundo que, con la edad, se me va haciendo cada vez mayor. Cada día tengo más la sensación de saber menos, de ver a menos gente y entenderla peor, de que todo es más grande, lejano e incomprensible. Y de que cada vez tengo menos tiempo. De joven todo parece más pequeño, más explicable, más al alcance de la mano, aunque no sea inmediatamente. Te enamorabas y no había más chicas en el mundo. Luego es cuando te enteras de que hay millones.

-5922475643524724579_121Ritmos y colores de las calles trinitarias. | FOTO: Mila Ojea

Ningún día es igual a otro pero todos transcurren a otra velocidad en esta población llena de pasión. Es la Cuba más pura. Y seguirá sonando la música, incansable, nítida, sensual, arropada por la ternura o encendida por el fuego cubano. Suena en mi cabeza la voz de Compay Segundo, inconfundible y clásico entre los clásicos, cantando: de Alto Cedro voy para Marcané, llego a Cueto, voy para Mayarí…

Historias de Trinidad (II): Música a lo cubano
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