viernes. 26.04.2024

Cincuenta tonos de azul

Cuando hablo de escribir me refiero a volver a habitar ese territorio emocional lleno de minas enterradas que es la memoria, y esta me lleva hoy a un paisaje de hielo que cruje, se desplaza, se modifica y cuenta la historia del mundo. Es necesario proteger a los glaciares, esos testigos del tiempo que nos muestran quiénes somos.
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Bandadas de pájaros sobrevuelan los icebergs. | FOTO: Mila Ojea

No hay tristeza que no se cure viajando. Un viaje te rehace, te descubre, te reinicia y te abre las puertas al asombro más recóndito. Y hay viajes, como el de hoy, que te llevan al pasado más alejado de tu vida y te enfrenta al comienzo de todo, mucho antes de que el mundo fuera mundo.

Una gota rueda sobre el hielo y cuelga sobre el vacío,
por su propio peso acaba por caer dentro del río.
El tiempo que todo lo cura, también todo lo derrite
y vuelve de nuevo el hielo como un pulso que se repite.
Y cuando el momento llegue honremos nuestras heridas,
celebremos la belleza que se aleja hacia otras vidas,
y aunque la pena nos hiera que no nos desampare
y que encontremos la manera de despedir a los glaciares.

Así reza la canción “Despedir a los glaciares” de Jorge Drexler y nosotros nos asomamos a ese mundo azul que emerge de las profundidades en Islandia, tierra de fuego, hielo, misterio y agua. Me florece dentro un corazón septentrional.

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El barco anfibio. | FOTO: Mila Ojea

Estamos en Jökulsàrlòn, el lago glaciar más grande de la isla, en el sureste. Aquí viviremos la experiencia de transportarnos en un barco anfibio reciclado de la guerra de Vietnam –los hay con algún balazo clavado todavía en la carlinga-. Desde la orilla nos subiremos fácilmente a esa mezcla de camión y barcaza, rodará hasta el agua y una vez dentro, se convertirá en nuestro bote y refugio. Un cascarón de nuez metálico a salvo de naufragios.

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Las edades del azul. | FOTO: Mila Ojea

Hablemos ahora del hielo. Del hielo y sus huellas, del hielo y de todo lo que tiene que contarnos. La poeta Nancy Campbell decía que el hielo es un lenguaje porque conserva todas las edades de la Tierra. Sus detritos microscópicos pueden leerse como un libro. Me fascina esta idea. De ella extraigo que si puede hablarnos del pasado, también tiene información valiosa sobre el futuro. Sobre los que seremos -si es que somos-, sobre la extinción y la desertización de esta canica verde e inmensa que habitamos. Hemos sido concebidos por la unión de lo glaciar y lo temporal en una combinación extraordinaria e irrepetible, una simbiosis que es una proeza. Resulta primordial llegar a un entendimiento.

En este territorio hay que conocer bien  el significado de los movimientos migratorios, los crujidos musicales del hielo como materia viva que es, las corrientes y fondos oceánicos, la desembocadura del delta congelado donde flotamos. Jökulsàrlòn se deshace en una playa negra donde los bloques del hielo se vuelven transparentes y las mareas los depositan en suelo volcánico. Por eso la llaman la Playa de los Diamantes.

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Al borde del mundo. | FOTO: Mila Ojea

Navegar, moverse entre esas silenciosas montañas flotantes, deslizarse, testigos del instante, me dio un nuevo concepto de pureza. No lo sabía hasta que llegué aquí. El movimiento lento, muy lento, arrastrado, quejumbroso, de los minutos, con la niebla subiendo y bajando como si bailara sobre las inhóspitas superficies, fue un ensueño. Nada parecía real.

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El hielo en la niebla. | FOTO: Mila Ojea

Cada iceberg guarda dentro de sí burbujas de aire que pueden llevar ahí comprimidas miles de años. Contienen toda la información del mundo, los parámetros y trópicos y paralelos, la sombra de las constelaciones, como un huella digital congelada que se mueve con pequeños pasos. Y su piel, sobrevolada por bandadas de pájaros, muestra todos los tonos posibles de azul que uno imaginar pueda. Cada uno de ellos representa el tiempo que esa parte lleva expuesta a la intemperie o sumergida. El hielo absorbe la luz solar y su reflejo es el que proyecta cada tonalidad de azul que nos ofrece.

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Agua, hielo y otras bellezas. | FOTOS: Mila Ojea

Lo más emocionante sucede cuando un bloque gira repentinamente y provoca un ondulante tsunami a su alrededor. Como si esa parte oculta necesitara de pronto salir a respirar y cambiar de color. Ese crujido es algo que ya no olvidaremos nunca: un planeta que decide mostrar otra cara. Lo que parecía estable ya no lo es. El iceberg se derrite en su parte visible y cambia su peso, volcando y creando un nuevo cuerpo cristalizado. O entra en una corriente de agua más cálida que origina una fusión en su interior y pierde su equilibrio. Como un latido de corazón del que emerge un nuevo ser.

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Capas y palomas de hielo. | FOTO: Mila Ojea

Y cambia el azul, cambia la rugosidad, el brillo, la densidad, aparecen vetas que antes estaban ahogadas y vírgenes, y colores nuevos. Es un paisaje móvil, inasequible al desaliento, un horizonte que nunca volverá a ser visto igual por nuestros ojos. También nos movemos con él, en la corriente, en el destino. Se puede cambiar el curso de las cosas, ser otro. Todo es posible e impredecible.

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En la orilla. | FOTO: Ana Blasco

Desde la orilla negra somos testigos de una agonía. Todo esto va desapareciendo, sigue una trayectoria funesta, muy lenta, pero con la convicción de que algún día no quedará nada aquí. Cada gota de agua que suda el hielo, cada grieta que se abre, cada línea que se dibuja, va a parar a esa laguna y no volverá a ser deriva sino vacío.

Hemos sido concebidos por la unión de lo glaciar y lo temporal en una combinación extraordinaria e irrepetible, una simbiosis que es una proeza. Resulta primordial llegar a un entendimiento. 

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Cambio de luz para la despedida. | FOTO: Mila Ojea
Tiempo después, muy lejos de aquel país hecho de agua y frío, escribo –y cuando hablo de escribir me refiero a volver a habitar ese territorio emocional lleno de minas enterradas que es la memoria- recordando ese instante azul y perfecto, quieto e inextinguible. Entra mi perro en la habitación como un relámpago que rompe la tarde para demostrarme el júbilo de su existencia, busca con su hocico húmedo la caricia que esconde mi mano, se tumba a mis pies satisfecho y acomoda su cuerpo al mío para otorgarme el privilegio de su fidelidad y compañía. Estamos, ambos, buscando la manera de despedir a los glaciares

Cincuenta tonos de azul
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