Venres. 29.03.2024

Recuerdos del futuro

Una vez, en la escalinata de un templo vietnamita, los pájaros nos hablaron del futuro pero nadie supo entenderlo. No podemos huir del tiempo pero sí aprender a remar en su corriente. Vuelvan a escuchar al mundo, es posible que tenga algo que contarnos.
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Templo Thánh Cao Son sobre las aguas del río Trang An. | FOTO: Mila Ojea

El mundo es un río que a veces va más rápido de lo que podemos asimilar y en ocasiones se estanca sin remedio, pero mientras podamos navegar depende de nosotros la visión que de él tengamos. Y, sobre todo, la capacidad para mantenernos a flote en esa deriva.

Hoy vamos a subirnos a una pequeña barca en un río al norte de Vietnam, Trang An, que con sus numerosos afluentes forma un conjunto natural y paisajístico impresionante para los ojos del viajero. Estamos en la provincia de Ninh Binh y vamos a dejar que la corriente nos lleve por este Patrimonio de la Humanidad declarado en 2014. La magia de este lugar reside en su unión de Naturaleza y espiritualidad. Lo tiene todo: la sonrisa amable de los vietnamitas, los templos aislados, el crujido fugaz del silencio, la inmensidad de los arrozales y el eco mineral del agua que fluye en calma.

389Entrada a la cueva Hang Lam. | FOTO: Mila Ojea

Considerado como una bahía terrestre, Trang An es un variado sistema de cadenas montañosas de piedra caliza con una edad geológica de unos 250 millones de años. El clima húmedo y caluroso de este país ha formado cientos de valles, cuevas y lagos en un área de más de 6000 hectáreas. Un territorio acuático en frágil equilibrio.

Como si de un laberinto se tratara, todo está unido a través de cuevas y espacios abiertos escondidos entre montañas milenarias, picos escarpados y acantilados. Un pequeño universo hecho de mundos conectados entre sí. Contiene bosques de piedra caliza, ecosistemas de humedales, lugares arqueológicos y reliquias culturales e históricas. El calor se disipa en medio de la niebla y la memoria. Quizás se avecina una tormenta.

390Deslizándonos sobre el agua de la gruta. | FOTO: Mila Ojea

En el muelle subimos al sampán, una pequeña barca de remos tradicional que hemos alquilado, y empezamos a deslizarnos suavemente por la superficie inalterable del agua guiados por una mujer que controla con pericia el recorrido y la nave. Sólo hay que dedicarse a disfrutar de todo lo que este lugar nos ofrece. Las corrientes forman curvas sinuosas como el cuerpo de una serpiente que repta entre arrozales y farallones calizos de alturas imposibles. Nos deslizamos por las venas de la Tierra.

En esta laguna secreta, escondida a los ojos incendiados del tiempo, sentados en la escalinata con los pies metidos en el agua, es donde podemos ser dueños de nuestros sentidos.

391Primera visión del templo. | FOTO: Mila Ojea

Entramos en una de las grutas levemente iluminada, la cueva Hang Lam, y podemos ver las estalactitas goteantes que forman el techo. Un punto de luz al fondo es nuestro objetivo, esa salida que se va acercando misteriosamente, y al volver al exterior, mientras nuestros ojos se acostumbran de nuevo a la luz, nos encontraremos en una laguna escondida entre montañas cubiertas con un manto espeso de vegetación que se reflejan en el agua. Aquí dentro sólo se escucha el canto de las aves, como encerrado en una caja inmensa que forma el valle. La tarde vendrá arreciando suavemente.

398Un cálido recibimiento. | FOTO: Mila Ojea

Es ahora cuando encontramos nuestro tesoro secreto: el templo budista Thánh Cao Son. Su aparición es una de las cosas más bellas que he visto en mi vida, por lo inesperado y su forma de romper la monotonía de la exuberante naturaleza que lo rodea. Aquí nunca ha entrado el viento. Frente a las aguas de esta laguna quieta, reflejado en ellas con su pared natural de picos a la espalda como fieles guardianes, esta construcción es simplemente sobrecogedora.

La barca nos dejará a los pies de una escalinata de acceso e iremos caminando asombrados ante el edificio y su emplazamiento. Con tres alturas de tejado en forma de pagoda, otra escalera tallada en piedra nos conducirá a su interior. Aquí dentro, todo es un decorado tumultuoso y dorado, con cajas llenas de dinero y jarrones henchidos de frutas y flores. Es posible que dentro haya gente orando en silencio.

392Entrando al templo. | FOTO: Mila Ojea

Por el contrario, afuera, hay un ambiente completamente distinto. En el estrecho porche que rodea todo el edificio, frente a la escalinata de la entrada, una pareja, vestidos con trajes tradicionales del lugar, canta en directo y su melodía casa perfectamente con el conjunto de templo, jardines, laguna y montañas. Todo induce a la serenidad, y uno desea sentarse en cualquier rincón para pensar a solas o simplemente evadirse en medio de la belleza. La dimensión de este enclave es en realidad pequeña pero tan evocadora y emocionante que no querrán irse. A nuestros pies descansan los sampanes y sólo se acercan los pájaros curiosos por nuestra presencia. Este lugar es medicina para el alma. Allí cerré los ojos y me dediqué sólo a escuchar.

393Los cantantes del templo. | FOTO: Mila Ojea

Es en esta calma en la que uno tiene la oportunidad de detenerse un momento e inaugurar otra mirada. Les contaré un recuerdo que es posible que todos tengan. En época de confinamiento por la pandemia del coronavirus, cuando todos estábamos obligados a permanecer en nuestras casas sin apenas posibilidad de salir, sucedió algo maravilloso: los pájaros cantaban más. O eso percibíamos de pronto. Una mañana cualquiera de aquellos días, mientras unos hacían gimnasia, otros removían el café con la mirada perdida en el vacío, y alguno leía sentado al sol en el balcón, todos nos dimos cuenta del eco de los cantos de las aves que eran nuevos para nuestros oídos.

394Interior del templo. | FOTO: Mila Ojea

Nos detuvimos un segundo a prestar atención. Ese segundo que nunca habíamos tenido antes en el trajín de nuestra vida cotidiana. En realidad aquellos pájaros cantaban igual que siempre pero lo que había cambiado era lo que les rodeaba: el silencio. Nunca como entonces el silencio ha tenido esa densidad. Tan criminal y devastador, tan reflexivo. Por eso los pocos sonidos que existían se veían amplificados, especialmente en nuestra mente. Hasta los niños decían que los pájaros hablaban más entre ellos. Qué se contarían, me preguntaba, unos a otros. Es esta la magia de la naturaleza que tenemos delante y no vemos ni escuchamos, el diálogo invisible que provoca.

395Detalles del tejado. | FOTO: Mila Ojea

De modo que allí sentada, con Thánh Cao Son a mi espalda, y rodeada únicamente por los sonidos, me di cuenta de muchas cosas. El confinamiento era el futuro y no se podía ver desde aquellas escaleras que se hundían en el agua. Y el recuerdo de esos días cautivos -cuando siempre era domingo, cuando abril nunca fue abril, en los que todos fuimos prisioneros mudos del dramático destino- era el recuerdo repetido de aquellos pájaros que cantaban a orillas de una laguna vietnamita. El ayer del ayer, los recuerdos del futuro.

396Ofrendas entre la fruta. | FOTO: Mila Ojea

Espero que el mar haya sido bueno con ustedes. Que la montaña, que las islas, que las sierras, que el río, que el campo hayan sido buenos con ustedes. Que las aguas hayan sido cálidas y el cielo frío. Durante todos los días en los que no estuve aquí, en los que no les hablé ni me escucharon, busqué un sereno camino hacia la calma. Dispuse sobre mi mesa de trabajo aquí los miedos, aquí las búsquedas que no valen la pena, aquí las luchas carniceras, aquí los dragones, aquí las moscas y los insectos, aquí la bruma. Abrí las puertas asombrosas de mis placares, su madera de color caramelo, y guardé en ellos la furia y la pena, el óxido y la melancolía, los vestidos antiguos que se usan para cubrir el vacío, las botas sucias de pisar el vértigo. (…) Puse todas las canciones tristes en un cajón de difícil acceso y me deshice de las fotos fijas del pasado reciente: de ese mundo sumido bajo la ceniza inmóvil. Caminé hacia la calma con convicción y voluntad guerrera, susurrando la melodía del recogimiento, repitiéndome en silencio los virtuosos versos de la alegría, deslizándome por las horas gloriosas de la ausencia de martirio. (…) Yo, como muchos, me lanzo una y otra vez contra la calma. Pero la calma no me destruye. Me destruye buscarla tanto, con esta intensidad asesina, escribió Leila Guerriero sobre aquellos días en los que todo lo que sabíamos se nos retorció por dentro y nos puso a prueba.

397Sampanes descansando sobre el agua. | FOTO: Mila Ojea

Sí, el mundo es un río. Y aquí, en Trang An, es un conjunto de canales, misteriosos paisajes formados durante miles de años, y seres que lo habitan sin apenas dejarse ver. Y en esta laguna secreta, escondida a los ojos incendiados del tiempo, sentados en la escalinata con los pies metidos en el agua, es donde podemos ser dueños de nuestros sentidos. Oír a los traviesos grillos, oler las delicadas flores, observar el dibujo de las cumbres, acariciar el reflejo de la trémula luz en el agua, saborear el lento discurrir de las horas. Y decidir, entonces, si queremos ser peces arrastrados por la corriente o aprender a remar en la dirección correcta. Vuelvan a escuchar a los pájaros, al mundo, y agucen el oído. Es posible que su corazón, ahí dentro, también esté intentando contarles algo…

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