viernes. 26.04.2024

OPINIÓN | Donde antes hubo vida

casa rural As Eiras
As Eiras, en Laza, antes de su rehabilitación.

En las últimas décadas el paisaje de nuestro país se ha ido transformando a una velocidad de vértigo, con la progresiva cancelación de un modo de vida asociado a la aldea. La algarabía que antaño se respiraba por las mañanas en las calles de los pueblos, cada vez resuena menos y se escucha solo el eco que rebota en las paredes de alguna casa ya abandonada o de algún colegio vacío.

La España rural, la de nuestros abuelos; esa en la que la vida se ve a un ritmo distinto, se está desangrando desde hace décadas. Como círculo vicioso, la gente se va porque no hay servicios ni oportunidades, y a la inversa, no hay servicios ni oportunidades porque no hay gente.

Pero esto no es nuevo. Se ha ido gestando como barbecho, quedando el medio rural sin cultivar durante años, en el sentido más amplio de la palabra. De hecho, filósofos y teóricos ejercían de visionarios cuando aún no se veía venir. Engels reflexionaba sobre la irracionalidad de las grandes ciudades, Pasolini advertía de la "mutación antropológica" de las culturas popular frente a la civilización del consumo y otros como D. Harvey explican la teoría de la constante renovación de las condiciones de acumulación y simbiosis de capital y territorio.

La España interior, la Galicia interior, son las abanderadas de un problema que masifica las ciudades en detrimento del campo. Y ninguno de los dos resultados parece ser positivo. Por un lado, urbes llenas de gente, contaminación y poca calidad de vida. Por otro, quiebra de la agricultura y ganadería, menor calidad de la producción y de los productos y otro fenómeno, los incendios. Sí, esos que han devorado la mitad de nuestro país este verano.

El incendio de Bousés, en Oímbra, entró desde Portugal en la tarde del lunes.
El incendio de Bousés, en Oímbra, entró desde Portugal en la tarde del lunes 29 de agosto de 2022. | FOTO: Xosé Lois Colmenero. 

Ourense es una provincia clave para poder contemplar el devenir de ese incierto futuro donde el Gobierno está poniendo medidas y ayudas para que esto salga adelante. ¿Dónde está la Xunta y la Diputación para colaborar con esos medios?

Realmente, este análisis sobre la despoblación, el envejecimiento o la población flotante, ha empezado a llevarse a cabo hace relativamente poco. Llega tarde, pero llega. Y llega con unas líneas basadas en 130 medidas para paliar el Reto Demográfico desde el impulso del turismo, fomentando el emprendimiento o la actividad empresarial, reforzando los servicios públicos, el regreso de la juventud y potenciando la descentralización. Pero nuestros pueblos no van a volver a transpirar vida de un día para otro. Algunos quizás no la recuperen nunca. Quizás muchos sí.

Ourense es una provincia clave para poder contemplar el devenir de ese incierto futuro donde el Gobierno está poniendo medidas y ayudas para que esto salga adelante. ¿Dónde está la Xunta y la Diputación para colaborar con esos medios? De momento están donde siempre, con los papeles de nuestra provincia almacenados en algún cajón que rara vez abren para recordar que existimos.

Sin duda, el Reto Demográfico se inicia como idea compleja, con numerosas dimensiones referidas tanto a la estructura de la pirámide, de sexo o edad, como a la localización o a las condiciones de vida. Una puerta que se abre a nuevas respuestas, desde la acción política con un necesario cambio de mirada hacia nuestro territorio. Una alianza intergeneracional, desde la infancia hasta las personas mayores, reforzando los vínculos entre el sector público y los actores locales.

Un país no se entiende sin sus pueblos, sin sus raíces. Ello es la base de nuestra cultura y esencia. Por ello, toca luchar para que esto se revierta y que allá, donde antes hubo vida, esta vuelva a florecer.

OPINIÓN | Donde antes hubo vida
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