sábado. 20.04.2024

Mil y una formas de decir adiós

Nadie sabe aun cuándo podremos volver a entrar en la magnífica Notre Dame que el fuego arrasó, pero no hay que perder la esperanza. Nos espera una vieja dama renovada, que nos abrazará, esplendorosa y presumida, en algún día apuntado en un calendario imaginario
148
Una gárgola pensativa observa el horizonte de París desde Notre Dame. | FOTO: Mila Ojea

Francia no es más que silencio, dijo en un discurso radiofónico en noviembre de 1942 el escritor y aventurero Antoine de Saint-Exupéry. Tal vez sí, tal vez Francia sea silencio, pero si hay un lugar cuya voz ha quedado apagada en este país elegante y correcto, esa es la catedral de Notre Dame. El 15 de abril de 2019, las imágenes de una columna de humo y el fuego devorando su interior, estremecieron al mundo entero. Nuestra Señora había quedado herida de muerte ante los ojos impotentes de los parisinos que tanto la adoraban.

Pero vayamos al principio. Situada en la pequeña Isla de la Cité, abrazada por las aguas del río Sena, este monumento dedicado a la madre de Jesucristo es uno de los símbolos inequívocos de la capital francesa. Su construcción comenzó en el año 1163 pero no fue terminada hasta 1345, y en los siglos siguientes se aplicaron numerosas modificaciones en función de la evolución de los gustos de cada época.

149
Vista desde el río. | FOTO: Mila Ojea

De culto católico, tras la Revolución Francesa, en la década de 1790, fue desacralizada y profanada. Sufrió numerosos robos y se dañó parte de su imaginería religiosa. Fue Napoleón Bonaparte quien, en 1804, le devolvió su esplendor después de haber llegado a ser usada como almacén. En 1831 Victor Hugo publicó su novela Nuestra Señora de París y revivió el interés del pueblo por su catedral, una joya de la arquitectura gótica. En esas páginas aparecía Quasimodo, el jorobado que cuida de las campanas y se enamora perdidamente de la gitana Esmeralda.

150
El Sena desde las alturas. | FOTO: Mila Ojea

El arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, dirigió un proyecto de restauración neogótico que comenzó en 1845 y se alargó otros veinticinco años. En él reparó ornamentos dañados e incorporó elementos nuevos, como una aguja de 96 metros de altura y las célebres Quimeras. No contento con eso, demolió los edificios circundantes para que la Vieja Dama resaltara aún más en su posición. En 1963 se limpió de hollín la fachada, recuperando así su color original.

Es el monumento más visitado de Francia y lo merece. El viajero quedará extasiado por sus vitrales y rosetones, sus torres, su aguja y sus gárgolas. Además del magnífico aposento, reflejado en las aguas del río y los puestos de libros del paseo a lo largo de las orillas. Las vistas de la maravillosa y melancólica París desde sus alturas son para mí el tesoro secreto de esta construcción exagerada y pomposa pero de la que, por fuerza, el viajero se enamora.

151
El París más romántico. | FOTO: Mila Ojea

En el horizonte límpido nos observa y observamos la torre Eiffel, el océano de tejados y ventanas que compone la ciudad, como teclas de un piano imposible, una postal aletargada y cautivadora. El París soñado, en el que bailar por las calles sobre las notas de un viejo violín y abrazar el recuerdo de la bohemia. Las distancias de rutas del país se calculan a partir del punto 0, situado en su explanada, es decir, estamos en el centro del planeta Francia.

En el 2013, en su 850° aniversario –ocho siglos, ahí es nada-, se organizaron numerosas celebraciones y se renovó su patrimonio campanario con la llegada de ocho nuevas campanas y una campana mayor. Aquí se han celebrado importantes acontecimientos, como la coronación de Napoleón, la beatificación de Juana de Arco o la coronación de Enrique VI de Inglaterra.

152
Reproducción en papel. | FOTO: Mila Ojea

Tiene dos torres de 69 metros en su fachada. En la parte superior de las torres, se puede visitar el campanario en el que vivió el mítico Jorobado de Notre Dame y ver de cerca las múltiples gárgolas. Se trata de 56 figuras fantásticas con forma de amenazantes dragones, demonios y serpientes que pueblan las cornisas en la llamada Galería de las Quimeras, que une los dos campanarios.

Cuenta la leyenda que tras la quema por hereje de Juana de Arco, despertaron y bajaron a las calles, aterrorizando a la ciudad. En realidad, como en la Europa medieval pocos sabían leer, los clérigos utilizaban estas figuras para representar visualmente los horrores del infierno y así convencer a la gente de acudir a la iglesia. Al estar emplazadas en el exterior del edificio, eran un efectivo recordatorio de que el demonio habitaba fuera de la catedral, mientras que la salvación se encontraba dentro.

153
Entrada de la catedral. | FOTO: Mila Ojea

Debido a su deterioro por su construcción en piedra caliza, deben ser renovadas cada cien años. Las gárgolas se usan para canalizar el agua de modo que no estropee los muros de la catedral. La palabra gargouille se asocia a 'garganta', de ahí su nombre. Son, básicamente, desagües decorativos. Las de Notre Dame son originarias del 1300, y se pusieron varias docenas para cumplir esta función. Los arquitectos las diseñaron inspirados por los antiguos templos de Roma, Grecia y Egipto. Muchas tienen alas emplumadas, orejas puntiagudas y extremidades con garras pegadas a su cuerpo.

154
Figuras asomadas al vacío. | FOTO: Mila Ojea

Fue Viollet-le-Duc el que decidió añadir las quimeras. No tenían ninguna función práctica como las gárgolas pero sí simbólica: espantar a los demonios y las fuerzas del mal. De ahí su aspecto de animales terroríficos o fantásticos. Su contraste con las cálidas vistas de la ciudad añaden más encanto aún a la visita y el descubrimiento de cada detalle. Pueden pasar horas aquí disfrutando de todo aquello que nos ofrece la catedral.

Para visitar las torres se accede a través de la entrada del lateral izquierdo de la catedral y se suben 387 empinados escalones a pie. Cansa pero es imprescindible asomarse al París que se ofrece a nuestros pies desde lo alto de los muros. Es aquí donde comienzan los sueños. Seremos los dueños de la ciudad, una alfombra de edificios a nuestros pies, durante un rato inolvidable.

155
Detalles del interior. | FOTOS: Mila Ojea

Antes de las dramáticas imágenes del colapso del techo y la aguja central, trece millones de personas pasaban por aquí cada año. Entre el carbón y las cenizas, tras la nube amarillenta de plomo, los expertos en estructuras que diagnostican los daños han tenido ahora la oportunidad de estudiar cómo se construyó el icónico edificio y también cómo se destruyó. Todo está unido y es inseparable: vida y muerte.

Uno de los mayores tesoros arquitectónicos que consumió el fuego fue el llamado “bosque” en el techo de la iglesia, un ático de 1300 vigas de madera provenientes cada una de un árbol distinto. Se estima que algunos de estos árboles tendrían hasta 400 años de antigüedad. Al parecer la madera funciona como un archivo climático, incluso en el estado de carbonización en el que se hallan las piezas. El corazón del edificio ha quedado grabado en los datos que almacena cada viga. La naturaleza es asombrosa: nos explica quiénes somos.

156
La magnífica entrada. | FOTO: Mila Ojea

Las cáusticas imágenes de la destrucción de esta bellísima pieza símbolo de París siguen pesando en la memoria de sus habitantes. Cómo olvidar, he ahí la cuestión. Y cómo reconstruir, el reto. La ciudad sigue anonadada e implicada emocionalmente con su recuerdo. Los proyectos quieren devolver su esplendor y luminosidad a esta joya arquitectónica. Es imposible decirle adiós.

157
La plaza desde las alturas. | FOTO: Mila Ojea

En marzo de 2023 se hicieron virales las imágenes del marido de la profesora Agnés Lasalle tras su funeral después de haber sido asesinada a los 53 años a manos de un alumno suyo. Ante el féretro de su esposa, Stéphane Voirin comenzó a bailar de un modo sublime e hipnótico sobre las notas de la canción “Love” de Nat King Cole en su versión francesa. Enseguida se unieron varias parejas al homenaje, danzando abrazadas y formando parte de un movimiento humano romántico y desprejuiciado. Esa lucha por la alegría en una circunstancia tan triste, ese último baile emotivo hasta las lágrimas, ese duelo singular y volátil, la forma de decir adiós, fue un síntoma bellísimo de resistencia a la muerte. Y, sí, se demostró que Francia es más que silencio.

158
Erigida frente al río. | FOTO: Mila Ojea

Nadie sabe aun cuándo podremos volver a entrar en Notre Dame, pero no hay que perder la esperanza. Nos espera una vieja dama renovada, que nos abrazará, esplendorosa y presumida, en algún día apuntado en un calendario imaginario. Mientras tanto, la recordaremos altiva, orgullosa, engalanada con sus misteriosas gárgolas y quimeras, recorrida por el fantasma amoroso de Quasimodo, siempre perfecta, ofrecida al cielo y al río, reinando sobre las corrientes y el paso implacable del tiempo y el olvido. Notre Dame volverá a tener voz algún día y nosotros seremos testigos de ello.

Mil y una formas de decir adiós
Comentarios