viernes. 26.04.2024

El guiño de la fortuna

Caía la nieve sobre Estocolmo una tarde de gélido invierno cuando encontré un refugio inesperado. O él me encontró a mí. Y allí me dejé abrazar por la palabra cálida y quieta. "Pues todo se me olvida si tengo que aprender a recordarte..."
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Estanterías circulares en la Biblioteca Pública de Estocolmo. | FOTO: Mila Ojea

Amo los libros y todos los lugares que los contienen. Son compañía y consuelo para el viajero. He pasado tantas horas en aviones y aeropuertos que es imposible contabilizarlas, y siempre he tenido un libro entre las manos que ha conseguido volatilizar el tiempo en una explosión de palabras y pensamientos. Un libro te salva.

La ciudad está más triste sin librerías. Tiene menos capacidad pulmonar. Como los templos, las librerías son biosferas donde pastan las horas lentas, el silencio preindustrial, los pensamientos profundos o las ensoñaciones. Si no hubiera librerías, yo no tendría refugio cuando me agobio entre la multitud o escapo de la lluvia repentina. Hablo de mi nostalgia. La añoranza de esa maravillosa cacería que consiste en acercarse a los estantes en busca de un libro, para ser encontrado. Uno acerca la oreja al estante buscando una música, la voz discreta de un libro que nos propone su universo. Un libro no grita, no te impone sus ideas, no te obliga a nada. Luego, tras el flechazo, uno abre sus páginas igual que se despliega el mapa de un tesoro que tenemos dentro, sin saberlo hasta ese libro que nos ha elegido, escribió Jesús Montiel.

740Entrada y fachada de la Biblioteca Pública de Estocolmo. | FOTO: Mila Ojea

La Biblioteca Pública de Estocolmo, o Stockholms Stadsbibliotek, es uno de esos cálidos lugares que amortigua las tardes de una ciudad particularmente fría. Entrar en ella es como acercar las manos a una hoguera cuando uno vuelve de una caminata bajo el golpeteo constante e inmisericorde de la lluvia. De pronto te envuelve una manta de papel, un huracán de letras, un abrazo de reflexiones.

Se trata de un edificio cilíndrico de estilo neoclásico diseñado por el arquitecto sueco Erik Gunnar Asplund y construido entre 1924 y 1928. Desde fuera sólo vemos una estructura de ladrillo naranja pero al atravesar la puerta de entrada y subir la oscura pasarela central, nos encontraremos con una sala redonda y de gran altura decorada en tonos cálidos y con una estudiada luz que recuerda a la puesta de sol en cualquier punto del añorado Mediterráneo.

741Libros perfectamente ordenados. | FOTO: Mila Ojea

Dicen que Asplund se inspiró en la rotonda de la Villette de Ledoux, en París. Y a su vez ha sido inspiración para edificios como la biblioteca de Puerta de Toledo, en Madrid, del arquitecto Navarto Baldeweg. Situada entre las calles Odengatan y Sveavägen, está cerca del Instituto Técnico y la Universidad de Estocolmo. Su autor siempre buscó crear una atmósfera adecuada para estimular a los que allí acudieran a aprender.

Fue la primera biblioteca pública en Suecia que aplicó el principio de “estanterías abiertas”, un concepto que el arquitecto había estudiado en Estados Unidos. Las personas pueden elegir los libros sin necesidad de asistencia o ayuda de un bibliotecario. Para ello, todo el mobiliario fue diseñado para su uso específico y adaptado a las formas circulares de la estructura principal del edificio. Esta se considera especialmente original pues normalmente se usan las cúpulas para el remate de estas construcciones y aquí se rompió la norma de modo exitoso. En la zona exterior se construyó un estanque rectangular también diseñado por Asplund y en 1932 se añadió un ala oeste a la edificación para finalizar la plaza que la rodea.

742Lomos repujados en piel. | FOTO: Mila Ojea

Había empezado a nevar la tarde en que entré aquí por casualidad. A. y yo buscábamos un parque que queríamos fotografiar, pero el viento helado y un catarro que arrastré durante toda mi estancia en la ciudad, nos hizo desistir del largo paseo. Con los primeros copos decidimos cambiar la ruta y buscar un lugar donde esperar y entrar en calor. El destino nos puso en el camino esta maravilla arquitectónica. La fortuna nos hizo un guiño aquella tarde.

Me quedé boquiabierta cuando entramos allí. Girando sobre mi cuerpo para abarcar con la mirada todo el perímetro de la sala, no podía creerme la suerte que habíamos tenido. Las estanterías circulares se disponen en tres alturas balconadas a las que se accede por discretas escaleras. En la parte superior las ventanas son estrechas y alargadas, ofreciendo una iluminación cenital. En la zona central hay sillas y mesas para descansar, leer o consultar cualquier volumen. Todo ello con total libertad de movimiento y un respeto y silencio propios de los países nórdicos.

743Sala de lectura. | FOTO: Mila Ojea

Aquí se guardan más de 2 millones de volúmenes en varios idiomas ordenados por géneros y 2.4 millones de creaciones musicales en antiguas cintas de cassette o CDs. La sala de lectura es extraordinaria y no dudé en subir a buscar y acariciar libros como si miles de tesoros estuvieran esperándome. Qué emoción. Me importaba bien poco la nieve, el frío y mi tos persistente, se me curaron todos los males rodeada de literatura.

Hay también algunas salas de lectura interiores con cómodas butacas en las que leer, por ejemplo, una selección de poesía destacada mientras escuchamos música clásica. En la sección infantil han colocado un mural sobre la fantasía y la aventura que proporciona la lectura. También contiene oficinas, salas de estudio o zonas donde leer los periódicos. Desde fuera jamás hubiera imaginado que aquella estructura escondiera semejante joya en su interior. El ambiente es acogedor y grato, como un hogar iluminado por una cálida chimenea.

Toda la sabiduría del mundo estaba allí reunida: la conciencia de existir en el hoy. Agitada y profunda, versátil y al alcance de una mano. Tuvimos las llaves de lo invisible.

744Vista desde la zona superior. | FOTO: Mila Ojea

A. no se sorprendió de verme entusiasmada como una niña yendo de un lado a otro de las estanterías, ladeando la cabeza para leer títulos y autores, pasando el dedo con cuidado por los lomos de cuero envejecido. Me arrebató un latigazo de euforia. Allí estaban todos los espíritus libres que reconocía bajo esos nombres.

Todos los libros guardan las vidas que podríamos haber vivido. Escribir y leer son dos procesos mágicos y secretos. Por alguna razón A. y yo entramos en aquella sala repleta de mensajes caleidoscópicos. Toda la sabiduría del mundo estaba allí reunida: la conciencia de existir en el hoy. Agitada y profunda, versátil y al alcance de una mano. Tuvimos las llaves de lo invisible.

745El invierno detenido en una calle de Estocolmo. | FOTO: Mila Ojea

Cuando salimos de nuevo a la calle, plenos de alegría, ya éramos distintos. Me volvió la tos y el cansancio y ese viento entrando helado por el cuello del jersey para arañarme la espalda, pero la felicidad resistía el pulso del tiempo. Y decidimos disfrutar de un buen café para hacer frente a todo aquello que nos esperaba: el mañana.

(También nevaba, hace unos días –la gélida tarde del 27 de noviembre-, en unas horas de temprana oscuridad, cuando me sobresaltó la noticia del fallecimiento de la escritora Almudena Grandes. Se hizo un silencio sepulcral y sólo pude quedarme mirando los copos que flotaban enmudecidos, ajenos a su repentina ausencia en el mundo. Me zarandeó una tristeza violenta. Y pensé en estos versos que le escribió como despedida su marido Luis García Montero, poeta enamorado: …así duele una noche, / con ese mismo invierno de cuando tú me faltas, / con esa misma nieve que me ha dejado en blanco, / pues todo se me olvida / si tengo que aprender a recordarte.)

El guiño de la fortuna
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