Venres. 29.03.2024

Mi corazón es un ave migratoria

Siempre sucede así: la felicidad lo envuelve a uno lentamente, como una caricia que va dando cuerpo y forma a una silueta, nada abrupto, y lo arranca de un territorio inhóspito en el que no sabía que se hallaba. Encuentros con el arte y la tradición se pueden dar en lugares como el Kunya Ark, un espejo de culturas y pasados.
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Detalle de la tradición cerámica uzbeka que recubre las paredes de Kunya Ark. | FOTO: Mila Ojea

Me pregunto en qué momento empecé a viajar porque no lo tengo claro. Me refiero a que hay tantas formas de viaje como personas. Me veo de niña, imaginación al vuelo, soñando lugares imposibles. Ahora podría vivir de recuerdos porque muchos de ellos se hicieron realidad. La vida me fue sorprendiendo, me llevó y me devolvió, destino y origen, piezas de un puzle que siempre acaban encajando.

Un país que me sorprendió gratamente fue Uzbekistán porque jamás pensé que recalaría allí alguna vez. De algún modo los astros se alinearon y mi barco varó en esa orilla desconocida, un mundo de azulejos vestidos de colores, torreones, historias, tradiciones e instrumentos musicales.

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Vista del patio de Kunya Ark. | FOTO: Mila Ojea

En la ciudad de Khiva –pronúnciese Jiva- me vi envuelta por todos estos elementos, transportada al pasado, especialmente en Kunya Ark. Se trata de la fortaleza, el palacio del Khan de Khiva, allá donde una visita a última hora de la tarde, con el sol tibio y estremecedor, los colores de la ciudad en su máximo esplendor, regala un momento mágico al viajero que no olvidará en la vida. Nos adentramos en el terreno de la memoria.

Levantado en honor a Arang-Khan pero decorado con la mayor suntuosidad posible por Alla-Ulli-Khan, hoy es una visita ineludible. Desde su exterior es imposible imaginar lo que alberga: el asombro, la belleza onmipresente, un suspiro que escapa del corazón. Su recargada elegancia de arte islámico está destinada a la suntuosidad de un líder y su familia.

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Arte esculpido en madera. | FOTO: Mila Ojea

Desde su mirador en la parte más alta se puede ver perfectamente la muralla que delimita Itchan Khala y todos los minaretes de la ciudad. Itchan Khala es la parte medieval de Khiva, es decir, la ciudad dentro de la ciudad. El corazón recubierto de pasado. Densamente poblada, cuenta con más de cuatrocientos edificios y monumentos, murallas con torres y almenas, ejemplo perfecto de lo que lo que fue la arquitectura árabe en Asia Central.

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Artesana trabajando. | FOTO: Mila Ojea 

Kunya Ark es la ciudadela, el núcleo de color adobe por fuera y un corazón azul por dentro. Su construcción fue ordenada por Hudaydad Khan, de la dinastía de los Sheibanidas en el Khanato de Khiva, año 1686. Este tesoro contiene mezquitas de invierno y verano, la kurinishhona o sala de recepción, el harén y el bastión de Ak-Sheikh Bobo. En la plaza adyacente se llevaban a cabo los desfiles militares y las ejecuciones públicas.

Siempre sucede así: la felicidad lo envuelve a uno lentamente, como una caricia que va dando cuerpo y forma a una silueta, nada abrupto, y lo arranca de un territorio inhóspito en el que no sabía que se hallaba.

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Colorida decoración de los techos. | FOTO: Mila Ojea

La mezquita de verano, dotada de una belleza cromática y arquitectónica exuberante, contiene dos filas de columnas de madera talladas con motivos geométricos que me dejaron sin palabras. También puede verse aquí el mihrab o nicho que señala la dirección a la Meca y el minbar, un púlpito para oraciones. La decoración tradicional son azulejos de mayólica en toda la variedad posible de azules y verdes con motivos florales. 

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Columna tallada sobre fondo cerámico. | FOTO: Mila Ojea

Sentada en el escalón de una puerta sólo pude dedicarme a soñar. E imaginar esa vida que aquí sucedía diariamente, el movimiento de seres y estares, los rezos, las manos que se dedicaron a colocar cada una de las piezas que forman este conjunto inigualable. Me invadió ese espíritu teñido de azul. Siempre sucede así: la felicidad lo envuelve a uno lentamente, como una caricia que va dando cuerpo y forma a una silueta, nada abrupto, y lo arranca de un territorio inhóspito en el que no sabía que se hallaba.

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Música tradicional en el patio. | FOTO: Mila Ojea

Al entrar aquí, se ve un patio ideal para cualquier tipo de espectáculo. De hecho, cuando yo estuve, rodaban allí una película con marionetas y acabamos bailando, animadísimos y entregados, con todo el equipo de rodaje mientras los músicos tocaban para nosotros. Fue un momento de unión entre culturas, personas de diversos orígenes y notas musicales flotantes. Pocas veces se da, con tanta naturalidad y entusiasmo, un instante tan particular y emotivo.

Pero lo mejor fue cuando, tras caminar por un pasillo de adobe, me encontré con el pórtico revestido de esa cerámica azul portentosa y me quedé absolutamente boquiabierta. Qué inesperada e íntima belleza, ajena a la urgencia. 2.500 años me contemplaban y yo los contemplaba a ellos. Cuánta sabiduría cabe ahí, pregúntenselo.

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El baile uniendo a personas y culturas. | FOTO: Mila Ojea

Este lugar fue diseñado y habilitado para el transcurso de la cómoda vida del Khan, desde aquí se organizaba toda la parte administrativa de la ciudad, para su familia y las tropas, escondida tras muros de diez metros de alto. En la pared oriental se encontraba además una cárcel y locales que se utilizaban como establos, almacenes o talleres. En el interior cada patio cumplía una función distinta: guardar los cañones, sala de espera de embajadores, zona de reunión de consejeros…

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La belleza soberbia de la tradición. | FOTO: Mila Ojea

Durante el reinado de Muhammad Rahim Khan se construyó la casa de la moneda, que se hizo necesaria porque se realizó una reforma fiscal, se crearon aduanas y empezaron a acuñar monedas de oro y billetes de seda. Todo esto fue y es Kunya Ark.

Nadie llegará nunca al conocimiento de una sola alma de hombre; hay el secreto de cada uno, un paisaje interior de llanuras invioladas, de quebradas de silencio, de pesadas montañas, de jardines secretos, escribió Antoine de Saint-Exupéry. Así se puede resumir también la experiencia de entrar en esta ciudadela y dejarse enamorar por todo aquello que esconde y atesora. Dejen que su corazón, ingrávido y volador, se meza en ese azul que llena la mirada y se pose durante un instante a observar las fisuras del tiempo. El mío -este corazón revestido de musgo, audacia y salitre- es un ave migratoria.

Mi corazón es un ave migratoria
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