Este viernes el Centro de día Solleira cumplió cinco años de existencia, y lo celebró por todo lo alto.
En un entorno acogedor, festivo y a la vez familiar, los asistentes pudimos disfrutar del talento indiscutible que hay en Verín, escuchando el variado e interesante repertorio que tocaron los alumnos y alumnas más pequeños del conservatorio profesional de música de Verín, otro referente en lo que toca a compromiso con la cultura y a la lucha por el derecho a recibir una formación musical profesional reglada de nuestros niños y niñas.
Miguel Ángel Guerra a la batuta y todos estos artistas, concentrados pero relajados, disfrutando, esforzándose y demostrando lo aprendido, nos regalaron música de esa que nace ante uno: fresca, llena de ilusión pero interpretada con el rigor de quien no se conforma con cualquier cosa.
Todo un ejemplo a seguir, en consonancia con la realidad cotidiana de este fantástico centro, que cada día nos asombra con actividades de todo tipo orientadas a que nuestros mayores sigan activos, acompañados, bien atendidos y, además, queridos.
Unos y otros, niños y ancianos, son a su manera los dos extremos del arco vital que transitamos.
Pero estaría fatalmente equivocado quien considerase que los niños están exclusivamente llenos de futuro, como boceto o anticipo de un adulto, y también estaría muy equivocado quien considerase que nuestros mayores están llenos sólo de pasado, a la espera de lo inevitable.
Ayer aquí pudimos ver que, en Solleira, saben perfectamente que niños y ancianos están, también, llenos de presente. Y por eso ayer pudimos escuchar cómo los niños, sin dejar de serlo, fueron también músicos profesionales, capaces de hacer recordar a nuestros mayores que la música tiende puentes que el calendario es incapaz de derruir.
Ayer fuimos testigos de ese MARAVILLOSO, infrecuente pero también imprescindible diálogo entre unos y otros, niños y ancianos, y por supuesto entre todos los demás.
David Rodríguez Rivada