Xoves. 28.03.2024

Volviendo al origen en A Rousía

Imaginen un lugar creado desde el amor, donde tumbarse en la hierba para esperar, sin ninguna prisa, el paso de un cometa. Y después de la fatiga, dejarse enamorar por la luna. Volver al origen de todo. Esa es la esencia de A Rousía, un enclave que guarda el espíritu gallego más tradicional y donde se sentirán como en casa.

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Lugares donde celebrar que estamos vivos. | FOTO: Mila Ojea

Vuelvo a la raíz y la tormenta, a la piedra y el yunque, vuelvo al trigal y la pureza transparente del río. Vuelvo a la vid y el remanso ocioso de la tarde, a mi tierra, a la ortiga, al acento y la poesía, a la marea y el papel, al ayer que es presente y no derrota. Vuelvo a mis días gallegos empapados en el licor de la memoria.

Todo comienza con una historia de amor y termina con un sueño que se hace realidad. Manuel y Maite, ourensanos ambos, se conocieron en una reunión turística en Santiago de Compostela.

-Yo no quería ir, pero una amiga me insistía e insistía… y al final cedí… -cuenta Maite.

Allí estaba Manuel Salgado, que venía de Holanda, y ella, que había echado raíces en Francia. ¿Ven como el destino siempre tiene un as guardado en la manga? Hubo flechazo y en la siguiente ocasión en que coincidieron, empezó a fraguar el sentimiento mutuo.

365Mesa preparada en el comedor principal de A Rousía. | FOTO: Mila Ojea

En aquellos días, Manuel tenía una vida segura y un buen empleo en el sector petroquímico, en un país ejemplar que lo educó en la justicia y el orden de las cosas. Pero también le hizo darse cuenta de que no era del todo feliz. Algo faltaba, no era esa la vida que ansiaba. Le movía un latido, una búsqueda, el convencimiento de que, en alguna parte, tenía que haber algo más. La vida no puede reducirse a esto, se decía. Y arriesgó, siguiendo la ruta que el corazón le marcaba.

Maite Diezma dirigía una agencia de viajes en Francia, un país que también se lo había dado todo. Le encantaba su trabajo, aquellos viajes en los que descubría lugares que nadie antes había pisado, alimentaba su alma aventurera. Pero el mundo del turismo fue cambiando. Bajaban los precios de los aviones, se ofertaban tours para multitudes que copaban calles sin dar la menor importancia a lo que estaban viendo, la banalidad se extendía.

366Detalles con encanto. | FOTO: Mila Ojea

Llegó Manuel y juntos decidieron que hacían la maleta y volvían a casa. Querían empezar un proyecto en común, algo grande pero hecho desde el cariño y la convicción, algo que sencillamente les hiciera felices. Así comenzó el sueño de encontrar un lugar en el que establecerse y crear un ámbito para que el público formara parte de su sueño.

No fue nada fácil. Especialmente para Maite, que salió de Francia para recuperar su Galicia y los dos primeros años los pasó sumida en la tristeza. Vivió dos desarraigos a la vez: el del que abandona su segunda casa y el del que ya no se reconoce en la primera. Hablando de ello con otros emigrantes regresados, cayeron en la cuenta de que a todos les había sucedido lo mismo: un síndrome de vacío entre dos patrias. Pero una vez dado el primer paso, ella tuvo claro que bajo ningún concepto habría marcha atrás. Sólo tocaba luchar, encontrar el lugar y el camino hacia sí misma. Esta vez al lado de Manuel.

367Otros habitantes del espacio. | FOTO: Mila Ojea

En ese tiempo buscaban, encontraban, no funcionaba, probaban otras opciones, pensaban. Y nunca hubo arrepentimiento ni rendición. Estaban juntos hasta el final. Entonces apareció A Rousía, una casa de alquiler anunciada en un periódico sin fotos ni detalles. Sólo un número de teléfono. Manuel decidió probar suerte y concertaron una cita con el dueño para ver la propiedad in situ. Así llegaron a Baltar, una localidad en la región de A Limia, a pocos kilómetros de Xinzo. A pesar del mal estado en que se encontraba la construcción y la finca, lo tuvieron claro en cuanto la vieron: era la casa que buscaban.

Vivió dos desarraigos a la vez: el del que abandona su segunda casa y el del que ya no se reconoce en la primera. Un síndrome de vacío entre dos patrias. Pero una vez dado el primer paso, tuvo claro que bajo ningún concepto habría marcha atrás.

368Comedor principal. | FOTO: Mila Ojea

Muchos meses de trabajo de rehabilitación, limpieza, preparación, agotamiento y planificación después, consiguieron inaugurar la materialización de su sueño. Así se abrió al público la casa rural A Rousía. Con una jornada de puertas abiertas para todos los habitantes del pueblo, que se convirtió en una fiesta, dieron la bienvenida a su nueva vida.

-Pensábamos que vendrían una docena de personas como máximo, pero se presentó todo el pueblo aquí. Habíamos dejado las puertas abiertas para que curiosearan sin problema y aquello era una locura de gente entrando y saliendo por todas las habitaciones, llenando el jardín, comiendo y bebiendo…

369Una de las habitaciones. | FOTO: Mila Ojea

Es ese el espíritu de mi Galicia y de la suya: celebrar que estamos vivos. Y qué mejor lugar para hacerlo que este rincón protegido por las montañas, a una altitud de 800 metros que proporciona una fresca brisa en las tardes de verano y arrulla al viajero en las noches de invierno cuando necesita descansar.

La entrada es imponente, con un portón de madera espectacular. Da paso a un patio de piedra que alberga en su parte derecha un restaurante en el piso inferior y una galería en el superior donde se distribuyen las habitaciones. Cada una de ellas tiene su propia personalidad dentro del estilo elegido por nuestros anfitriones con un gusto exquisito por el detalle y un cuidado extremo en hacer que el hospedado se sienta como en casa. Es esta la línea que define el alma del lugar: dar al que llega un sentimiento de familia. Y vaya si lo consigue.

370Pérgola y fuente en el jardín. | FOTO: Mila Ojea

La parte central del conjunto es una campa ajardinada con espacios libres para correr o hacer reuniones. Alberga una fuente de piedra, una pérgola y varios árboles, entre ellos uno de mis favoritos, el arce japonés que se tiñe de un rojo melancólico y espiritual en otoño. En la parte izquierda del conjunto hay además una cabaña que hace las veces de apartamento para alojar familias y poder disfrutar de una intimidad acorde a sus necesidades.

Todo decorado con el alma femenina que le imprime Maite, una mujer que atesora una energía inaudita, dulce y delicada, paciente al máximo, pero también muy divertida. No en vano es coaching emocional y una de sus tareas en este lugar es dar terapia a personas y parejas con cualquier tipo de problema. Se siente totalmente conectada con la tierra, el mundo, el cielo y todo lo que la vida ofrece. Escucharla –con un suave acento francés de lo más chic- es entrar en la calma y la reflexión de un modo natural.

-La gente llega muy estresada, pero a las veinticuatro horas de estar aquí, consiguen entrar en un estado de paz que se llevan consigo cuando se marchan –explica.

371La piscina, siempre disponible. | FOTO: Mila Ojea

Manuel es práctico, vital, hablador y se le ve muy centrado. Íntegro pero emocional al mismo tiempo. Aunque su sueño de crear A Rousía ya está encaminado, lo que secretamente le apetece es vivir bajo una palmera libando agua de un coco, sin preocupaciones. Forma un tándem perfecto con Maite y el fruto de ese esfuerzo es este lugar en el que uno puede olvidarse de todo y dedicarse únicamente a sentir.

En la zona más alejada del conjunto se encuentra la piscina, con el agua a una temperatura constante de 30 grados, y protegida por una carcasa de cristal que proporciona toda la luz. Incluye además un jacuzzi para usar individualmente o en grupo por aquel que así lo quiera. Alrededor pasean tranquilamente los gatos que han hecho de este lugar su casa.

372El acogedor salón. | FOTO: Mila Ojea

De ahí pasamos al gran salón que ocupa la zona principal de la finca. Dividido en dos partes por una cortina, magnífico y amplio, está lleno de luz gracias a las ventanas y una pared acristalada que da hacia el patio. Este es para mí el tesoro de la casa. Con una preciosa chimenea y lleno de detalles colocados en mesas y estanterías con todo el cariño para hacer el conjunto absolutamente acogedor: libros, miniaturas de coches y motos de metal, fotografías antiguas, mobiliario traído de sus viajes. Preside la pieza central un enorme sofá donde dan ganas de quedarse a vivir para siempre tapados con una manta frente al fuego encendido y dormir con un libro abierto entre las manos. Están ustedes en su casa. Es este salón un hogar en sí mismo. Se nota el ansia viajera, esa pulsión, las huellas de su paso por el mundo.

373Colección de miniaturas en el salón. | FOTO: Mila Ojea

En la zona del restaurante hay dos comedores, uno dedicado a los desayunos de los huéspedes –donde además se pueden adquirir productos de la zona como miel y mermeladas- y otro para las comidas y cenas. No es necesario estar alojado para venir, pero sí hacer reserva. Quieren cuidar con mimo a sus clientes y para ello han diseñado un abanico de platos a cual más maravilloso. Les recomiendo especialmente el pollo con panca miel, la causa de pulpo con tabulé de quinoa, el salmón acompañado de arroz de curry y pasas o el helado de chicha morada. Se funden en estas recetas dos culturas, la peruana y la gallega, que su chef logra llevar a la perfección. Y regar todo ello con un fresco Godello.

Las mentes de Manuel y Maite bullen de ideas y siempre están pensando cosas nuevas que ofrecer a sus visitantes. Celebran bodas celtas, comuniones íntimas, reuniones de amigos o aniversarios familiares, noches temáticas, tratamientos holísticos. También quieren mezclar documental y cocina para contar la historia de los alimentos que ofrece la tierra que habitan, o conciertos regados con una sangría muy especial elaborada por una meiga colombiana que a todo el que la prueba le dibuja una sonrisa enorme en la cara.

374Dos culturas unidas en un menú excelente. | FOTO: Mila Ojea

La guinda del pastel es salir a la campa central en plena noche y ser cubierto por las constelaciones límpidas, un horizonte infinito y celestial, cuajado de diamantes que tiemblan. Imaginen tumbarse aquí, en la hierba, para esperar, sin ninguna prisa, el paso de un cometa. Y después del sudor, de la fatiga, echarse por encima un poncho para resistir el fresco inesperado y dejarse enamorar por la luna. Volver al origen de todo: los abrazos de los erizos, el caminar fulgurante de las horas, la hipérbole de las libélulas, las singulares notas musicales de los grillos, la caricia de los sauces en los hombros desnudos, una oleada conmovedora de recuerdos y fragancias de otros mundos. Se lo resumiré en una sola palabra: felicidad.

Volviendo al origen en A Rousía
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