Xoves. 28.03.2024

Todo yace en la hondura

La aldea de Podolševa, en la carretera panorámica de Eslovenia, es una postal de flores y montañas plateadas que invita a la reflexión y la calma tras un día de lluvia y demuestra que siempre, siempre, vuelve a salir el sol.
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Aldea de Podolševa en la carretera panorámica de Eslovenia. | FOTO: Mila Ojea

En esta carrera de fondo que es la vida, viajar te enseña que aquellas cosas a las que das importancia suelen acabar siendo banalidades. Es en el camino donde lo obvio nos asalta, nos estruja y envenena, pone todo en su sitio y vuelve relativa nuestra percepción. Lo mismo pasa con la juventud. Lo escribe así Gustavo Rodríguez en su libro “Cien cuyes”: La juventud es recordar cuando fuimos jóvenes. Años de idealismo, cuando era posible cambiar el mundo recurriendo a la pureza de sus convicciones, años de descubrimiento, flores abriéndonos sus pétalos, animales hablándonos en sus idiomas, el lenguaje expandiéndose en nuestras mentes, los placeres de crecer y creerse sabio, el primer sexo, las primeras drogas, los primeros bailes, el primer amor más allá del propio y el de nuestros padres.

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Mezcla de bosques. | FOTO: Mila Ojea

En Eslovenia me asaltó la belleza por sorpresa, ese camino me dio más de lo que jamás pude imaginar. Su corazón verde, su alma de limón, sus carreteras me llevaron al centro de una nueva forma de sentir. A cada paso me encontraba con un tesoro, me hacía pequeña, cargaba mi memoria con el peso de un nuevo recuerdo.

Desde Solcava, en el norte que hace frontera con Austria, se accede a la Panorama Cesta, uno de los recorridos más impresionantes de Europa. Rodeado de montañas, cabañas, valles, granjas y bosques, han ordenado sus paradas con números y figuras de dragones Lintver que guían al viajero a un paisaje espectacular que quita el aliento. Desde el coche, contemplaba boquiabierta aquél sueño de soledad y brisa que me rodeaba: estaba en casa.

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Figura de dragón Lintver. | FOTO: Mila Ojea

Hoy nos detenemos en el punto número 5 de la ruta para deleitarnos con la iglesia del Espíritu Santo de la aldea de Podolševa. Esta imagen bucólica, un remanso de paz, nos ofrece la postal de ese pequeño enclave tras el que se alzan los plateados Alpes de Kamnik y Savinja como un lomo de piedra que enmarca el panorama. El paisaje adquiere notoriedad de personaje protagonista, lo resume todo, lo ocupa todo.

Un rayo de sol rasgó la bruma y nos ofreció la mejor versión de ese punto del mapa dócil y mudo, vestido de pinos balsámicos.

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Los Alpes de Kamnik enmarcando la iglesia. | FOTO: Mila Ojea

Se trata de una iglesia rural, sencillísima en su ejecución, de paredes blancas y un campanario puntiagudo de tejadillo verde, que atrae la atención sobre todo lo que la rodea. Apenas un par de casitas de cuento y la granja Rogar separada con edificaciones de madera. Había llovido débilmente unos minutos antes pero la suerte nos sonrió y tuvimos el regalo de un rayo de sol que rasgó la bruma y nos ofreció la mejor versión de ese punto del mapa dócil y mudo, vestido de pinos balsámicos.

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Un manto de flores. | FOTO: Mila Ojea

Allí, en la calma más absoluta, brillaba de un modo celestial esa estructura que casaba perfectamente con el entorno. El lugar era un todo perfecto, inamovible, deslumbrante. Sentí un arrebato de felicidad extrema, me invadía a borbotones, y me vi atrapada en una pirotecnia de emoción y delirio. Pocas veces en la vida se da esa simbiosis de paisaje y conmoción, esa pertenencia a lo ancestral, ese reflejo en el que nos reconocemos, la corteza de un minuto enjaulado.

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Detalle floral. | FOTO: Mila Ojea

En “Cien cuyes”, uno de los personajes protagonistas, Jack, piensa que la felicidad es eso que hoy das por descontado. Preguntado al respecto, contaba Gustavo Rodríguez en una entrevista sobre el libro lo siguiente:

-El otro día… el otro día no, hace unos meses, yo estaba en mi cama un domingo, estaba tumbado mirando el techo, entraba un bonito sol de otoño por Lima, cosa rara, mi novia estaba durmiendo al costado. Yo vi el techo y de pronto me dije: ¿y si esto es la felicidad? O sea, ¿y si en el futuro tengo una enfermedad terminal y me duele todo, recuerdo este día tan anodino y digo: y si eso era la felicidad? ¿Si no es algo que damos por descontado, porque estamos contaminados con estos estímulos de a qué se parece ser feliz entre comillas, no? ¿Si la felicidad es no tener dolores, no tener deudas que pagar, tener un ser querido a tu lado que duerme plácidamente? ¿Y si eso es la felicidad? ¿Y si estamos dejando pasar esto, aturdidos por estímulos estúpidos que nos están distrayendo? Es un momento tan simple y sencillo como esto…

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Postal de Eslovenia. | FOTO: Mila Ojea

La vida es un largo viaje, sí. En ella perdemos la juventud –la mía es ya un obstáculo superado-, la inmunidad, el ansia, algunas creencias, e ingresamos lentamente en la añoranza. De todo ello nos quedará una docena recuerdos -trece a lo sumo- que nos llevaremos hasta el último segundo con nosotros. ¿Y si entre ellos guardo esa iglesia formidable, la alfombra de flores que resbalaba por la colina, el zumbido disipado de las abejas, aquel rayo de sol que iluminó la tarde de mi alma lastimada? ¿Y si nunca más vuelvo a ser tan feliz?

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Cabañas en la colina. | FOTO: Mila Ojea

No den nada por descontado. Envejecer es robar tiempo al tiempo. Esa es la fortuna que tenemos: al girar en una curva, al otro lado, nos está esperando una grata sorpresa. Siempre hay más para el que busca, y no tiene nada que ver con la longevidad ni las paradas que la travesía nos impone. Tarde o temprano aparece el punto de no retorno. Hay que mirar adentro, a lo más profundo, a la salvación. Tal vez nos habita un nido con un pájaro caramelizado, una alambrada con pétalos de rosa, un trozo mordisqueado de pan de centeno o el fotograma en blanco y negro de un beso moribundo. Todo yace en la hondura. ¿Y si eso es la felicidad?

Todo yace en la hondura
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