Venres. 29.03.2024

Negras latitudes del fuego

Hace un año que nos dejó el artista inclasificable y genio Franco Battiato, residente en un castillo a los pies del volcán Etna. En su homenaje caminamos por esa tierra de fuego que seguramente le inspiró y nos dejó su imborrable legado para siempre.
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Exploración y perspectiva de los cráteres del volcán Etna. | FOTO: Mila Ojea

Hay paisajes que lo dominan todo, son el centro de un lugar, el corazón de una isla. Resultan inauditos en su composición y todo lo que los rodea gira en torno a ellos de un modo atrayente, persuasivo. Es el caso de Sicilia, un trozo de tierra donde se levanta, en su costa este, de un modo asombroso y poderosamente bello, el volcán Etna.

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Perspectivas terrenales. | FOTO: Mila Ojea

Muy cerca de la ciudad de Catania y alcanzando una altura de más de 3300 metros sobre el nivel del mar, su presencia vigilante y su corona de nubes son el recordatorio permanente de la fragilidad de la existencia. Peligrosamente activo, en cualquier momento puede despertarse y escupir su furia enterrada, sin previo aviso, sobre todos aquellos que moran en sus inmediaciones. Eso no lo exime de ser un prodigio de la naturaleza del que resulta difícil apartar los ojos. Es un monstruo adormecido pero de presencia constante.

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Vista del volcán desde la carretera. | FOTO: Mila Ojea

Contiene cuatro cráteres principales con permanentes humaredas que, cuando menos se espera, rugen con espasmos y explosiones que provocan lluvias de ceniza y polvo volcánico. Es el imperio del fuego. A esto sigue la ardiente lava, que traza una lengua en busca del mar con las coladas y deja a su paso un reguero de rocas carbonizadas con el aspecto del azúcar quemado, negruzco e hiriente, una costra con los huecos de las burbujas de granizo que nacieron del vientre de la bestia.

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Exploración. | FOTO: Mila Ojea

Ese violento despertar que forma nubes de dióxido de azufre es visible incluso desde el espacio. Las laderas se van cubriendo de una capa rojiza que no deja respirar. La columna de polvo, como una chimenea, asciende de su cono truncado en vertical hacia el cielo y se produce una simbiosis de relámpagos y flujo piroclástico. Estamos ante el poder del volcán más grande de Europa.

Ese ecosistema rojizo de líneas suaves, las rocas esparcidas entre la hierba amarilla, los pueblos al borde del mar que se vislumbraban entre la bruma del estío, nos cautivaron: una belleza vertiginosa. 

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Caminos hacia el refugio. | FOTO: Mila Ojea

Los sicilianos saben que esa capa negra no debe retirarse con agua ya que en realidad son micro partículas de vidrio afiladas que arañan todo lo que tocan. Si llueve, el polvo de lava se solidifica en un cemento difícil de drenar. Todo queda cubierto por una fina película, se pierden las plantaciones de cítricos, se cierran las carreteras, tiemblan las ventanas. El volcán, como todo ser vivo, tiene un patrón de comportamiento. Una vez que el magma se termina, se apagan las llamas y el monstruo vuelve a dormirse.

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La vida en medio del volcán. | FOTO: Mila Ojea

Todo esto es la parte peligrosa del asunto pero ahora vamos a lo bueno. Porque a Italia se viene a disfrutar y aquí estamos para eso. Era nuestro último día en Sicilia e I. y yo teníamos un coche tan pequeño que parecía un juguete, “el mechero” lo apodábamos, porque temíamos que en cualquier momento iba a ahogarse y se detendría para siempre. Estábamos alojadas en un precioso hotel al pie del volcán y decidimos acercarnos lo máximo posible para verlo. A medio camino, con el motor recalentado y sufriendo nosotras y el coche por su inminente defunción, hicimos una parada de cortesía para que “el mechero” recuperara el aliento y disfrutamos un rato de esas laderas que eran un paisaje nuevo de colinas de lava negra donde ya habían brotado vegetación, vistosas flores y mariposas que revoloteaban en soledad.

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Cielo y tierra. | FOTO: Mila Ojea

Una vez recuperado nuestro cochecito, de un último empujón llegamos al punto donde hay que parar obligatoriamente porque no se permite seguir ascendiendo a menos que se haya contratado un guía y una ruta establecida. Estábamos en los cráteres Silvestri, a 1986 metros de altura, donde se ha construido un aparcamiento y el refugio Sapienza, que funciona como sede para organizar las excursiones y grupos. Era un verano asfixiante y caluroso y estábamos allí de casualidad, pues llevábamos varios días en la isla y el volcán no entraba en nuestros planes. Cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos a todo el mundo vestido de alpinista, con ropa técnica y bastones, y nosotras en sandalias y minifalda como dos extraterrestres recién aterrizados en un territorio por explorar.

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En el cráter. | FOTO: I. Acevedo

Pero eso daba igual. Al adentrarnos en los senderos que forman las pendientes y los conos, quedamos fascinadas por la magia de aquel lugar. Ese ecosistema rojizo de líneas suaves, las rocas esparcidas entre la hierba amarilla, los pueblos al borde del mar que se vislumbraban entre la bruma del estío, nos cautivaron: una belleza vertiginosa. Era extraño pensar que esa cima de fuego había surgido de las profundidades del mar hace más de setecientos mil años.

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La vegetación del volcán. | FOTO: Mila Ojea

Entre aquellas casas que veíamos desde la altura imponente tal vez estaba la que habitó el cantautor Franco Battiato. Recluido en su castillo del pueblo de Milo, entre el perfume de los jazmines meditaba dos veces al día, leía y componía, retirado de los escenarios y la vida pública. Un ser humano poliédrico con una mente clarividente, místico y desmesurado, un nómada audaz e inclasificable de una cultura cósmica. En su alma renacentista guardaba los ecos de los zíngaros, los balineses, los balcánicos y todas las civilizaciones. Mezclaba en su música la religión con la epidermis, la filosofía con el instinto, la riqueza emocional con la oralidad transatlántica, la política con esa gimnasia llamada amor.

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Ascenso a lo misterioso. | FOTO: Mila Ojea

Nos dejó reflexiones como estas: nada me calma como internarme en el desierto, sentirme habitante de una casa universal, el mejor refugio para el alma. Lo único que me falta es un buen pasaje. Una buena muerte. La vida no termina. Es como el sueño. El nacimiento como el despertar. Hasta que no seamos libres, regresaremos otra vez. Qué cosa quedará de mí, del tránsito terrenal, de todas las impresiones que tengo en esta vida. He atravesado diferentes muertes en los últimos tiempos. Me estoy acercando. Y es interesante esta cosa. Y después vuelvo a mi ser, así es como funciona la mente. Cuando uno muere la tierra se disuelve en el agua, el agua se disuelve en el fuego, el fuego en el aire, el aire en el espacio y en el espacio llega la consciencia, nuestra consciencia. Esa es la tierra que empieza a irse.

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Los pueblos y el mar. | FOTO: Mila Ojea

Considerado la última gran voz intelectual de Italia, se fue en total serenidad el 18 de mayo de 2021 a los 76 años. Sigue vivo en sus canciones y puedo imaginar sus cenizas flotando, haciéndose ingrávidas, etéreas, girando como un derviche y confluyendo con las de este volcán que escuchó sus últimas melodías, en busca de un centro de gravedad permanente. Mientras eso sucedía, mi amiga A., en Barcelona, a 2130 kilómetros del Etna, entró en su licorería favorita y, tras una breve charla con la pareja que regentaba el local en la que, con la mano en el corazón, les contó que estaba muy triste por la muerte del genio, pidió el mejor vino siciliano que tuvieran. Un rato después, ya en su casa, descorchó una botella de Nero D´Avola, brindó en honor al artista y danzó con su música. Y todo giró en torno a la estancia. Battiato per sempre.

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Colores y soledades. | FOTO: Mila Ojea

Fue al día siguiente de haber subido al volcán, cuando cogimos un avión de vuelta a casa en Catania, que la vida me regaló una imagen imborrable. Tras despegar, cuando “el mechero” ya era un puntito exhausto en el parking del aeropuerto, el piloto maniobró sobre la isla dibujando un círculo alrededor del Etna y, esta vez sí, pude verlo en toda su fiera plenitud, allí abajo, como si fumara en medio de la soledad del mar, llenándose de tiempo y olvido. Esa fotografía mental me acompaña mientras escribo. Y vuelve a mí la música inconfundible hecha poesía, preñada de palabras eclécticas y singulares: abbiamo attraversato una vita piena di cambiamenti, abbiamo imparato a contemplare la natura e i desideri…

Negras latitudes del fuego
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