sábado. 27.07.2024
Crimen de Burgos, inspección del vehículo de la familia Barrio en la Comisaría Provincial de Ourense. | FOTO: Iván Iglesias.
En 2021 se inspeccionaba por última vez el vehículo de la familia Barrio en la Comisaría Provincial de Ourense. | FOTO: Iván Iglesias.

La muerte siempre deja una fecha marcada en los seres queridos que deben convivir con ella. Mucho más si ésta es traumática. Ni qué decir tiene que no habrá consuelo para aquéllos cuyos familiares acabaron siendo víctimas de un crimen. Y la desesperación será brutal en aquellas familias que nunca lograrán que se haga justicia. 

La familia Barrio Dos Ramos se halla en el último de los casos. No han logrado que el verdadero culpable del triple crimen acabase entre rejas. Y si lo es uno distinto de los dos encausados hasta el momento -cuya prescripción se dilatará unos años más-, desde mañana 8 de junio campará libre -como lo lleva haciendo si lo fuere- y sin posibilidad legal alguna de resultar condenado

Veinte años han pasado de aquella noche del 7 de junio de 2004 que puso a la localidad de Queirugás, en Verín, en el mapa español de los crímenes más horrendos y despiadados. De ella era natural una de las víctimas, Julia Dos Ramos Santamaría, que con 47 años fue la primera en morir a manos del atacante, paralizada de terror al ver y oír como el asesino se ensañaba con su marido, que acabaría desfalleciendo en la cocina de la vivienda. Julia nunca llegaría a saber de la muerte de su hijo menor, Álvaro, que agonizó, a sus 12 años, en el pasillo del quinto piso (A) del número 14 de la calle Jesús María Ordoño de la capital burgalesa. 

El autor de los hechos entró con llave. No dejó prácticamente rastro, salvo la huella ensangrentada de una zapatilla deportiva Dunlop -que trajo de cabeza al fabricante para determinar el modelo y el número- incrustada en la puerta del dormitorio del pequeño Álvaro, al que accedió derribándola de una patada después de que el crío cerrase por dentro.

Y, poco más se sabe que haya quedado acreditado. El mayor de los hijos, Rodrigo, dormía en un internado, sabía conducir -aunque no llegaba a la edad legal para hacerlo- y tenía unos celos enfermizos de su hermano. Sus padres tenían un buen patrimonio. Mintió a los investigadores y acabó dividiendo a su familia materna, que inicialmente lo acogieron como una víctima más del crimen, antes de pasar a ser sospechoso. 

Ángel Ruíz fue otro de los sospechosos. Tenía un odio manifiesto e irreconciliable al alcalde de La Parte de Bureba (Burgos), Salvador Barrio Espinosa (53 años el día de su muerte), el padre de la familia. Llegó a pintar sobre su tumba e intentar boicotear su funeral con el tractor cuando la familia lloraba a los tres. Fue encarcelado por atropellar sin piedad a una vecina, ya anciana, de la localidad. Cumple pena de prisión y, estando en ella, realizó confesiones a un confidente que hicieron reactivar el caso un par de años atrás. Pero lo suficientemente inconsistentes como para abrir vista oral contra él. 

Uno de los abogados de la familia, también de Verín, tiene claro quien es el culpable. Solamente resta que los investigadores cierren el caso todo lo sólidamente que puedan para que un juez reabra la causa contra él. El tiempo apremia, una vez más, tras cerrar  -este viernes- el círculo de la investigación dejando dentro de él a dos nombres: Rodrigo o Ángel

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