sábado. 20.04.2024

Si hay que explotar... ¡Explotamos!

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Hace unos días, una de mis amigas (no, esta vez no fue Susana), envió un mensaje a mi Instagram con una foto y la siguiente frase de Joseph Kapone, el joven escritor mexicano: “Una mujer que lee es peligrosa, una mujer que escribe es una bomba atómica”, y tú, María, eres una bomba, acompañada de una ristra de emoticonos variados.

Me hizo gracia. Mucha, pero como siempre me pasa, y más últimamente, la risa inicial dejó paso a un poso de comezón crítico que me llevó a cuestionar por qué a las mujeres que escribimos se nos considera como auténticas bombas (conste que no estoy criticando al joven Joseph, todo lo contrario).

—Porque le dais voz a muchas otras que no la tienen, y porque cuestionáis ideas, teorías y normas impuestas por la sociedad y eso no gusta —me respondió Susana cuando se lo comenté en una de nuestras interminables charlas telefónicas.

 —Ya, pero ¿eso nos convierte en peligrosas? ¿En bombas? Joder, Susana…

—Sí —continuó— porque despertáis conciencias y abrís mentes.

Colgué con la sensación de que efectivamente, las mujeres que escribimos tenemos una responsabilidad, primero con nosotras mismas, pero también con las demás mujeres.

Sororidad, de la que ya hablé en una de mis anteriores columnas.

Me vienen a la mente auténticas “bombas atómicas” de la época, como Simone de Beauvoir, Virginia Woolf y Mary Shelley con “Frankenstein”, o las actuales Margaret Atwood, y “El cuento de la criada” o Rosa Montero y su “La ridícula idea de no volver a verte”, por ejemplo. Mujeres que se vieron cuestionadas, juzgadas y en muchos casos apartadas. Escribir les costó un precio. Alto. No les importó. Explotaron y lo pagaron.

Y entonces, recuerdo alguno de los mensajes que muchas mujeres me escriben (y también algún hombre, todo hay que decirlo), en el que me dan las gracias por escribir la historia de Marina.

[“Gracias por seguir recordando a las mujeres que hay que vivir sin miedos….”], este me llenó de orgullo y satisfacción, como diría cierta persona.

[“Gracias porque hoy puedo decir que síiii quiero quererme y síiii quiero vivir sin tener que pedir permiso ni perdón a nadie...”] , y este, literalmente, me hizo llorar. 

Después de darle unas cuantas vueltas he llegado a la conclusión de que sí, de que somos bombas atómicas. Auténticos isótopos radiactivos, muy inestables además, cargados de párrafos, esperando para explosionar en el momento más oportuno, llenando con nuestras palabras los huecos que dejan los clichés más casposos y rancios que nos encorsetan cada día.

Así que sí. Soy una bomba… y acabo de encender la mecha.

Si hay que explotar... ¡Explotamos!
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