No les vamos a negar que cuesta llegar a Padroalvar, en Vilariño de Conso. Y más, si el exigente y festivo calendario de un sábado de agosto te cita, a media mañana, en Laza.
El navegador busca la ruta más corta que, por el firme -a veces inexistente en algunas de las aproximaciones- y lo sinuoso del trazado, se convierte en la más larga. Eso sí, también es de las más espectaculares pese a que la exigencia de atención al volante hace que te prives de los imponentes paisajes a tu rueda.
Cuando ya alcanzas la carretera que une A Gudiña con Vilariño de Conso, sabes que el destino está ligeramente cerca. Aun te quedará descender un buen trecho, humillarte a los pies de la brutal presa de As Portas y tomar el primero de los desvíos a tu izquierda. No cuentas los kilómetros porque se hacen interminables a la par que maravillosos.
Cada una de las curvas invita a una parada y a un "hala" previo a la foto del móvil. Hasta que una de ellas de derechas te descubre un pueblecito de encanto, con tres barrios bien diferenciados y, lamentablemente, muy desposeído de su principal patrimonio antaño: sus gentes.
La piedra y pizarra le dan un encanto de película, como la de Pradolongo de Rubén Riós rodada no muy lejos de alllí. Le falta, durante casi todo el año, su mayor riqueza: "No pasan de los diez vecinos en los meses más crudos", asegura Isabel Requejo. Este sábado, por contra, todo era bullicio.
Esta última y Estíbaliz organizaron una gran comida popular a la que asistieron casi un centenar de hijos, nietos y hasta bisnietos de los todavía residentes. Barcelona, Navarra o Francia enviaron a algunos de ellos. Pagaron a escote el catering servido por los profesionales del albergue de Vilariño. Comieron, bebieron y bailaron. Cual verbena de antaño. No lo olvidarán, seguro. Nosotros, tampoco, por el trayecto, sus paisajes y, cómo no, camaradería.