jueves. 25.04.2024

OPINIÓN | Sin naturaleza no quedará nada

Incendio del pasado 3 de agosto en Verín. | FOTO: Noelia Caseiro.
Incendio del pasado 3 de agosto en Verín. | FOTO: Noelia Caseiro.

En estos meses en las que los incendios han vuelto a convertirse otro verano más en noticia de portada, me he puesto a reflexionar sobre sus posibles causas y en por qué seguimos teniendo que ver escenas tan duras en nuestro entorno que nos hacen sentir tan impotentes al comprobar como seres queridos o vecinos pierden el trabajo de toda una vida o sus hogares.

La piromanía se considera por el DSM-5 -esto es, la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales- como un trastorno del control de impulsos. El pirómano siente un impulso irrefrenable previo y un alivio posterior tras provocar el incendio sin tener ningún otro interés material, económico, emocional, de venganza o rabia; ni causado por un delirio ni tampoco debido a un trastorno de personalidad antisocial, sino por la mera necesidad de aliviar su impulso. Estas personas son capaces de llevar a cabo un acto perjudicial o ilegal sin observar mínimamente las consecuencias, y repitiéndolo en más de una ocasión solo por la simple atracción hacia el fuego.

No debe confundirse la piromanía con el incendiario, que también provoca los incendios de manera deliberada y con un motivo concreto, pero ya persiguiendo un beneficio material o un deseo de provocar daño. Tampoco están incluidos en la piromanía los incendios por descuido.

Factores que pueden definir a un pirómano

De todos los estudios que se han hecho sobre la piromanía es entendible la prevalencia de factores comunes como es la personalidad poco sociable, la elevada sensación de inferioridad asociada al bajo nivel de control o la pertenencia a familias desestructuradas. Pero quizás lo que más hace que me llame la atención es el hecho de que estas personas, al sentir gran atracción por los incendios, se orienten a realizar trabajos relacionados con el fuego, como es el caso de los bomberos, o introducirse como voluntarios a apagar fuegos que ellos mismos provocan para poder observarlos desde más cerca. Además, el hecho de que carezcan de empatía les hace centrarse solo en la búsqueda de la sensación placentera sin tener en cuenta la realidad cruel que están causando. Aun así, la prevalencia de esta enfermedad sigue siendo muy baja a pesar de haber aumentado los últimos años, y los incendios causados por ellos apenas rondan el 10%.

Según la agencia de datos de Europa Press Epdata.com, "España acumula casi el 40 por ciento (39,39%) del total de hectáreas quemadas este año en la Unión Europea, datos del Sistema Europeo de Información de Incendios (EFFIS) de Copernicus". La diferencia con Rumanía, el segundo país de Europa que más superficie calcinada aportó es notable, el tercer puesto sería para Portugal. No obstante, el sistema de estadísticas del Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico, marca una diferencia en una semana de 74.127 hectáreas entre los datos europeos, que abarcan hasta el 6 de agosto, y los del Gobierno español.

Según las gráficas, los incendios parecen ir en aumento a nivel europeo, y en España han disminuido con referencia a los incendios producidos hace una década, pero aún así los números siguen siendo desoladores. Estamos perdiendo nuestra naturaleza, nuestra calidad de vida, nuestra salud…y tenemos tanta información, pero seguimos sin tomar medidas suficientes. Es necesario cambiar la situación actual desde políticas activas de prevención y concienciación de la situación y crear un sistema judicial que ampare unas medidas contra este grave delito. Por supuesto que es necesaria una educación ya desde la infancia y un tratamiento en el que los psicólogos somos parte del proceso, al igual que el resto de la sociedad, porque esto nos vincula a todos. Si nos quedamos sin naturaleza, no perdemos solo paisaje, perdemos suelo fértil, animales, se altera el equilibrio de nuestro ecosistema en general.

Hace falta mayor información y concienciación.

 

 

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