martes. 23.04.2024

OPINIÓN | La verdadera crisis que nos está destruyendo por completo

Todavía queda quien puede enseñarnos a trabajar la tierra. | FOTO: Noelia Caseiro.
Todavía queda quien puede enseñarnos a trabajar la tierra. | FOTO: Noelia Caseiro.

Esta mañana me levanté preguntándome qué más tendrán que hacer los del último eslabón para que la sociedad española sepa que estamos ya en una situación insostenible en este sistema turbocapitalista, individualista y mellado por el lado oscuro de la tecnología.

Nuestra actitud autómata y consumista durante las últimas décadas, y la indefensión aprendida a la que nos vimos sometidos susto tras susto desde que el COVID-19 apareció en nuestras vidas, hace que nos mostremos alexitímicos ante un contexto que nos atañe a todos.
 

Y es que esos productos básicos de abastecimiento son necesarios e imprescindibles para nuestra existencia, porque por mucho que hayamos avanzado en evolución y tecnología, en estatus o en posesiones y conocimientos técnicos, a día de hoy seguimos teniendo que alimentarnos con vegetales, carnes y pescados, aunque allá por mi generación desconocíamos su origen real y pensábamos que todo salía de la nevera, así, como por arte de magia.

Hay una especialidad en la que todos tenemos los créditos convalidados, y es la de Experto en Ciencia Infusa, yo la primera. Nos faltan conocimientos, pero sobre todo nos falta humildad. La auténtica crisis en la que vivimos desde hace mucho tiempo y de la que parece que no salimos ni con todas las lecciones que nos da la cruda realidad es, sin duda, la de los valores.
 

¿Qué pasaría si dejamos de poder cubrir las necesidades primarias y no tenemos alimentos que llevarnos a la boca, incluso aunque tengamos dinero para comprarlos?


Pero, ¿qué pasaría si dejamos de poder cubrir las necesidades primarias y no tenemos alimentos que llevarnos a la boca, incluso aunque tengamos dinero para comprarlos? ¿Qué sucedería si los productos que preceptivamente deben estar en las estanterías de nuestros supermercados ya no se encontrasen en ellos? Pues... Que ya no será necesario temer al meteorito que pueda impactar contra la tierra, ni la incursión alienígena, ni darle más importancia a todos los acontecimientos que se han sucedido de manera surrealista desde el inicio de la pandemia como si se tratara de un guion de las míticas películas de catástrofes de los años 70.

Y es que no aprendemos que todo tiene una relación causa-efecto, y que, si hasta ahora estábamos abastecidos de lo imprescindible, mañana igual no, por mucho que nos hayamos “librado” hasta hoy. No aprendemos que esto va con nosotros, con todos, y que nuestros intereses también pasan por los de los demás. Que la empatía no es un recurso filantrópico ni una corriente de pensamiento espiritual.
 

La empatía es humana, y necesaria también para nuestra supervivencia como seres evolucionados en un estado de bienestar. Y esa gente que hoy está en huelga arriesgando lo poco que le queda de ánimo y salud, porque de dinero ya ni hablamos, nos está mostrando la antesala de lo que nos sucederá al resto en breve. Nos hemos acostumbrado a las noticias sensacionalistas y nos cuesta creer qué es noticia y qué es un fake. Porque aquí todos somos juez y nos olvidamos de que somos parte cuando cuestionamos su situación y pensamos que ellos y los medios se están aprovechando de la situación de la pandemia o de la guerra de Ucrania para subirse al carro, cuando lo que están es bajándose de su medio de vida y el de sus familias para decir: no podemos más.
 

Estamos ante una gran crisis que nos destruye por completo, a veces lentamente y por momentos, de repente. Y esa crisis ya lleva muchos años fraguándose, una crisis de valores en la que ya nada sacia nuestras diversas necesidades salvo encontrar satisfacción instantánea de corta duración


Nosotros seguimos, por contra, desde nuestras casas, puestos de trabajo y en las redes opinando y observando de manera impasible cuando les necesitamos. Porque les necesitamos más a ellos aún de lo que ellos nos necesitan al resto. La mayoría de mi generación en adelante no tiene conocimientos básicos de supervivencia como plantar un huerto, criar ganado ni “capiscar” lo que está sucediendo. Sí, puede que estemos en la era de la tecnología y tengamos un buen manejo de las TICs, pero nos falta lo primordial, conocer nuestra naturaleza y usar sus recursos.

Estamos ante una gran crisis que nos destruye por completo, a veces lentamente y por momentos, de repente. Y esa crisis ya lleva muchos años fraguándose, una crisis de valores en la que ya nada sacia nuestras diversas necesidades salvo encontrar satisfacción instantánea de corta duración.

Podemos hablar de la resiliencia y la necesidad de adaptarnos a los cambios facilitados por las constantes novedades tecnológicas, y está muy bien, porque estamos en la mejor época de todas, sin duda, pero nos estamos olvidando de lo que realmente supone tener una buena calidad de vida.

 

Gracias a personas que velan porque tengamos a mano esos productos y recursos que antaño nuestros predecesores conseguían trabajándolos con sus propias manos, con mucho tiempo de dedicación y riesgo, hoy lo tenemos a tiro de piedra en el supermercado de al lado… ni siquiera tenemos que salir de la poltrona porque hacemos el pedido online incluso sin mover un dedo. Al tener lo básico cubierto, nos centramos en conseguir dinero para cubrir gastos y disfrutar experiencias gratas efervescentes a corto plazo y sin mucha necesidad de cooperación con el resto de la sociedad, ni mucho menos fomentar la participación en emociones ajenas. Y es que el tiempo vuela, ya hay diversos estudios que dicen que un día no dura las 24 horas sino 16, y cierto, cada vez tenemos más cosas que hacer y menos tiempo, pero poco nos paramos a pensar qué es lo que realmente tenemos que hacer, en cuáles son las auténticas prioridades en nuestro día a día.
 

Puede que la felicidad no esté tan lejos de conseguir si practicamos el hedonismo inteligente que profesaba Epicuro y así, cuando llegue el momento de partir, podamos tener la satisfacción de haber hecho las cosas bien, en congruencia con nuestro sentir, pensar y actuar; no solo centrándonos en un aspecto material puramente aséptico sino con el regocijo que se siente cuando se actúa conforme a los principios y valores intrínsecos de la naturaleza humana; esos que se hallan arraigados a nuestra condición independientemente de nuestras creencias y experiencias.  

Todos formamos parte del colectivo, puede que parezca que ellos son los que nos necesitan, pero es mutuo, y esto no se soluciona solo mediante la observación ni cruzando los dedos. Aquí no hace falta mayor milagro que el de aplicar el sentido común, que aún siendo el menor de los sentidos, todavía cohabita entre la vorágine neuronal de los más altos escalafones. A pesar de la exorbitante ambición de unos cuantos que ya no parece ni tener un fin tangible conmensurable y simula una realidad en la que nadie va al volante, todo es reconducible.

 

Decía Groucho Marx que “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados” Quizás no sea del todo cierto, pero el sistema capitalista actual en el que las grandes corporaciones y la política van de la mano, no parecen aportar ninguna solución.

Quizás debemos aportarla nosotros de alguna manera, tal vez cambiando de actitud. Nos faltan conocimientos y cultura de nuestros ancestros y quizás sea el momento de mirar atrás. Habrá que recordar de dónde venimos para saber a dónde es que vamos. Podemos empezar por practicar el Earthing o simplemente dar un paseo por la naturaleza para retomar el contacto con la tierra. Habrá que escuchar las historias de los más sabios, a los que otras culturas y antiguamente se acudían y respetaban y hoy se consideran como un gasto más en la seguridad social.
 

Si para tener empatía no necesitábamos conocer la existencia de las neuronas espejo tampoco necesitamos todos los avances técnicos y científicos para poner en marcha un cambio de actitud hacia nosotros mismos, hacia nuestro entorno y con un sentido de la comunidad; de ahí parte la solución

Las personas mayores nos pueden hablar de lo esencial de esta vida, de lo poco con lo que sobrevivieron y de lo mucho que hicieron por llegar hasta aquí. Nos pueden decir que la felicidad se consigue con pequeñas cosas con mucha carga emocional positiva, pero ante todo, que no está en el dinero y que lo que nos llevamos son recuerdos y todo el afecto compartido con aquellas personas que han significado algo en nuestra vida. Y ante todo, el poder haber sido ellos mismos, su propio autoconocimiento.

Si para tener empatía no necesitábamos conocer la existencia de las neuronas espejo tampoco necesitamos todos los avances técnicos y científicos para poner en marcha un cambio de actitud hacia nosotros mismos, hacia nuestro entorno y con un sentido de la comunidad; de ahí parte la solución. Puede que la solución rápida esté en manos de los empresarios y políticos, pero la solución última siempre va a estar en nosotros y en nuestra actitud ante lo que sucede, siempre tendremos la última palabra.

 

Habrá que salir de la zona de confort, soltar la idea de una vida imprescindible de comodidades y sensaciones placenteras inmediatas para recuperar los valores por los que nuestros antecesores han vivido con dignidad. Hoy se fomenta el ego, que es bien distinto de la dignidad y la humildad, y va a la par de la ignorancia y falta de compromiso.

Este problema va con todos, señores, no con los agricultores y ganaderos de este país que no saben negociar. Estamos en manos de unos cuantos que nos venden una vida prefabricada, nos dicen lo que tenemos que desear, comprar y consumir y nos han convertido en ignorantes e inútiles. No dejemos en el olvido nuestros orígenes porque como bien dijo un filósofo “quien no conoce su historia está condenada a repetirla”. Mucha gente dio su vida por cuidar a su familia, a su pueblo y llegar hasta donde ahora estamos y pensando en que un futuro sus descendientes no tuvieran que pasar lo mismo. Hemos roto la cadena de transmisión de conocimientos y valores y ahora parece que solo queda quejarnos y mirar a las estanterías del supermercado para ver si nos llega ya la leche de la marca que nos sienta bien en el estómago. Honremos a los nuestros y a nuestra madre tierra, y actuemos en consecuencia.

OPINIÓN | La verdadera crisis que nos está destruyendo por completo
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