Venres. 29.03.2024

¿Superwoman, yo? No, gracias

solete
La escritora viguesa María Soliño, autora de la novela "Cuando deje de llover".

Tengo cita en el dentista. Mientras espero, veo que el nivel de batería de mi teléfono ha bajado peligrosamente y resisto la tentación de abrir mi Instagram so pena de fundírmela toda y quedarme desconectada del mundo durante unas horas. Así que, con ese panorama, cojo una revista cualquiera del montón desordenado que cubre la mesa. La hojeo despreocupada y los ojos se me van hacia el anuncio de una conocida marca de depiladoras eléctricas. En él, una mujer con una piernas larguísimas y una piel “cero imperfecciones” me invita a dejar mis extremidades libres de pelos indeseados en un tiempo récord, incluso bajo el agua.

Su lema: “La vida va muy deprisa: no dejes que el vello indeseado te frene”.

Siento una especie de desazón e inquietud.

¿Será que tener más o menos pelambrera en mis piernas producirá un enlentecimiento de mis quehaceres diarios inversamente proporcional al tamaño y longitud de mi vello corporal?

Paso un par de páginas y me detengo en otro, esta vez el de un anticelulítico

“El verano es para lucir palmito y no para esconderse tras una palmera”.

Me revuelvo molesta en la silla.

¿Resulta que los hoyuelos de mis muslos no se pueden enseñar? ¿Y qué, si no tengo una figura digna de una Diosa del Olimpo?, ¿tengo que esconderme tras una palmera?

Paso unas cuantas páginas más y mis niveles de adrenalina, cortisol y hormonas varias se disparan de golpe.

El anuncio de una clínica de estética muestra a una mujer con ropa de deporte coronada por la frase:

 “Que lo único que pese sean tus ganas de sentirte bien”.

Empiezo a repasar mentalmente las zonas de mi cuerpo en las que los michelines han hecho acto de presencia hasta que la voz de la recepcionista me saca de ese bucle mental por el que estaba a punto de dejarme engullir.

Mi hijo pequeño llega del colegio con un envoltorio en la mano.

    — ¿Qué es eso, cariño mío?

    — Mira mamá, es una galleta que la madre de Marcos le ha hecho por su cumpleaños. Nos han dado una a cada uno. ¿A qué es muy chuli?

Observo el paquete. Es una galleta de tamaño considerable, con forma de bicicleta y recubierta de fondant de colores, envuelta en un celofán transparente y con una tarjeta coloreada y troquelada a mano, con el nombre del cumpleañero estampado. Ciertamente, es muy mona.

   — Yo, por mi cumple, también quiero llevarle galletas a mis amigos del cole. ¡Y con forma de avioneta!  — remata, dejando el envoltorio a un lado y dando un mordisco al dulce.

Ojiplática me quedo. Su cumpleaños es en una semana y yo no tengo ni idea de hornear galletas, y mucho menos de adornarlas con florituras y detalles variados.

Vale. Un par de días antes, lo intento.

Resultado: una bandeja llena de galletas con una forma extraña y algo chamuscadas.

Mientras pienso en un plan B, mi amiga Susana me llama por teléfono y le cuento que voy que escribir una columna para un periódico y algunos de mis planes más inmediatos.

    — ¡Ay! Hija, ¡de verdad! ¡No sé cómo lo haces! Eres una superwoman.

Termino la conversación y me doy cuenta de la enorme presión que soportamos las mujeres para estar bellas y estupendas siempre. Tenemos que saber hacer de todo, y además, hacerlo bien. Tenemos que ser perfectas. Que estar perfectas. Sin pelos, sin michelines y sin rastro de celulitis

Termino la conversación y me doy cuenta de la enorme presión que soportamos las mujeres para estar bellas y estupendas siempre. Tenemos que saber hacer de todo, y además, hacerlo bien. Tenemos que ser perfectas. Que estar perfectas. Sin pelos, sin michelines y sin rastro de celulitis.

Me quedo mirando la bandeja con las galletas quemadas, observo el michelín que sobresale de mi cintura y veo varios pelos asomando en mis piernas.

Recuerdo la revista de días atrás con todas las directrices que me daban para triunfar, encajar y ser una Top 10 y me digo: ¿Superwoman, yo? No, gracias.

¿Superwoman, yo? No, gracias
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