sábado. 20.04.2024

Una mañana para cuidar de una mañana

Todo en la vida se reduce a momentos, sensaciones y pequeñas conquistas. Esta es una de ellas: robar tiempo al tiempo. Hoy paseamos por las calles de una aldea china para guardar esa mañana en nuestra memoria y rescatarla del inevitable y devastador olvido.
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El arte de la paciencia en la aldea china de Tuanshan. | FOTO: Mila Ojea

Raymond Carver escribió un poema, “Lluvia”, tapizado de una sencillez devastadora. Dice así:

Me desperté esta mañana con
unas ganas tremendas de quedarme todo el día en la cama
leyendo. Luché contra ello durante un rato.
Me asomé entonces a la ventana y estaba lloviendo.
Y me rendí. Me dediqué por entero
al cuidado de esta mañana lluviosa.
¿Viviría mi vida otra vez?
¿Con los mismos errores imperdonables?
Sí, a la mínima posibilidad que tuviera. Sí.

Estas palabras me llevan a una mañana en Tuanshan, una pequeña población china donde fui feliz una vez. Y esa idea, la de cuidar una mañana, es perfecta para describir esas horas que quiero relatarles hoy y que pertenecen también a mi atlas sentimental.

459Edificio tradicional en la aldea de Tuanshan. | FOTO: Mila Ojea

En la prefectura autónoma Hani-Yi de Honghe, provincia de Yunnan, Tuanshan es conocido por su arquitectura antigua bien conservada. Un ejemplo bellísimo de la tradición de la época Ming, donde los pequeños detalles se convierten en el reflejo de aquellos que lo habitan. Con un corazón rural, aquí prima lo artesano, lo cuidado, el respeto por el tiempo.

Como un paso atrás en el tiempo, nos cruzaremos por la calle con mujeres que tejen cestos, hombres que ordenan la fruta pacientemente en sus puestos, y gatos dormidos en la placidez de la sombra, ajenos al mundo y las manecillas del reloj.

469Flores de loto secas. | FOTO: Mila Ojea

Fundado como centro minero a finales del siglo XIV, es un raro ejemplo superviviente de aldea amurallada en el suroeste de China. Pasear por aquí una mañana, cualquier mañana, es un placer para los sentidos. Sus residencias, portales, salas ancestrales, pequeños templos y muros bien conservados datan de los siglos XIX y XX, cuando la población prosperó gracias al comercio con el sudeste asiático por el ferrocarril que unió Yunnan con Vietnam.

460Entradas circulares típicas de esta localidad. | FOTO: Mila Ojea

Tuanshan logró sobrevivir al tumulto de la Revolución Cultural debido a sus conexiones políticas con el Partido Comunista. Hoy en día forma parte de una reconstrucción descontrolada por motivos turísticos, que amenaza con acabar con su autenticidad. Por eso hay que ir, caminarla, respirarla, antes de que todo esto se masifique y pierda su esencia.

Eso hice yo aquella mañana: cuidarla. Y dejarme llevar por el asombro. Y es que, desde el momento en que uno atraviesa el portón de piedra que da entrada a la aldea, cae en un embrujo totalmente justificado. Como un paso atrás en el tiempo, nos cruzaremos por la calle con mujeres que tejen cestos, hombres que ordenan la fruta pacientemente en sus puestos, y gatos dormidos en la placidez de la sombra, ajenos al mundo y las manecillas del reloj.

461Paciencia y tiempo. | FOTO: Mila Ojea

Zhang Fu, un importante hombre de negocios y señor feudal, cayó rendido al encanto de este enclave y se ocupó de la construcción de casas y calles. Tal fue su influencia, que muchos de sus habitantes siguen teniendo el apellido Zhang. Con la fortuna obtenida de la minería, hicieron preciosas mansiones que se mantienen con todo lujo de detalles: grabados, lámparas, puertas de madera talladas y flores secas. Es un paseo por el arte de la paciencia.

462Estanque en el patio de una de las mansiones. | FOTO: Mila Ojea

Hay tres tipos de construcciones en esta preciosa aldea: los patios tradicionales de ladrillo negro de la etnia Han, los tuzhangfang –casas de tierra apisonada- de la etnia Yi, y un tercer estilo de tuzhangfang con alerones de tejas que combina los dos anteriores. Cada vivienda se construyó utilizando un modelo cómodo, práctico y compacto. Las tallas de madera en las vigas y las celosías de las ventanas son de una delicadeza sublime. Encontraremos, además, muchas pinturas de colores y caligrafías bellísimas como parte de la decoración tradicional.

463Lámparas rojas, uno de los signos de identidad de China. | FOTO: Mila Ojea

A mí me enamoraron sus lámparas rojas colgantes de marcos y puertas, símbolo de esa cultura y gusto por los detalles. O las letras inscritas en cualquier rincón, hechas con un mimo que desconocemos en nuestra cultura. También quiero destacar las entradas a algunas calles con forma circular, que nunca antes había visto en ningún lugar, y que dan un cierto aire de intimidad a lo que se esconde tras los muros.

464Observando el desliz de las horas. | FOTO: Mila Ojea

Qué maravilla pensar que todo esto fue hecho hace 600 años y que se nos ofrece como un regalo para los ojos del viajero que llega hasta aquí. Recuerdo especialmente a una mujer que, refugiada en su patio, en cuclillas, sacaba cebollas de un gran cesto para limpiarlas antes de llevarlas a su cocina. Su aparición fue para mí una epifanía. Con qué ternura y trémulas manos manejaba las piezas, silenciosa, sin mirarme, resuelta y concentrada en su tarea. Caí rendida a su encanto. Este fue uno de esos instantes que más quiero cuidar y guardar de aquella mañana.

465Mobiliario y detalles en un patio. | FOTO: Mila Ojea

A Tuanshan se le conoce también con el nombre de Ciudad Antigua Loulan en Yunnan. Preserva en perfecto estado 26 casas populares tradicionales además de los antiguos edificios de la dinastía Ming. Las casas se construyeron mirando hacia el este y expuestas al sol. También hay jardines entrecruzados. Cada construcción recibe un nombre dependiendo del tipo de patio que alberga.

466Escenas robadas a lo cotidiano. | FOTO: Mila Ojea

Fue en otro patio donde pude fotografiar el alma humana de esta aldea. Por un lado, había una joven de melena rojiza sentada al sol que entraba a raudales por su puerta. Vestida con un delantal de cuadros vichy, ordenaba en manojos la hierba seca. En la puerta de al lado, una mujer mayor deshojaba flores pacientemente. Desconozco cuál era el objeto de esos pétalos que depositaba en una bandeja de rafia, pero lo que me llamó poderosamente la atención fueron sus manos. La derecha, sobre todo, presentaba unos muñones donde antes hubo dedos que manejaba perfectamente para la tarea que estaba realizando. Nunca sabré la historia de esa mano imperfecta pero meticulosa…

467Deshojando las flores. | FOTO: Mila Ojea

Así transcurrió mi mañana por aquellas calles encapsuladas en un tiempo detenido, quieto, varado en la tradición. Con vistas a la intimidad de la gente que allí vive todos los días y, como yo, cuidan esas horas en las que el sol comienza a elevarse e iluminar todo. En los patios, entre cestos con guindillas secas y maletas viejas, los gatos se estiraban perezosos y caminaban lentamente con esa elegancia que los caracteriza. Todo, mañana, siempre, volverá a ser igual.

468Entrada a una casa. | FOTO: Mila Ojea

Hay que pedirle un minuto más a la mañana. También a la tarde, cualquier tarde. Y a la noche, a todas las noches. En resumen: siempre hay que pedirle un minuto más a la vida. Aislarse de la zozobra, abatirse a la deliciosa pereza, preparar un té y dejarlo enfriar descuidadamente –para que su aroma envuelva los minutos en terciopelo-, observar las gotas de lluvia colgando sin decidirse a caer como teclas de piano en el borde del tejadillo.

Vuelve a mí esa mañana que tanto cuidé una y otra vez porque todo se reduce a momentos, sensaciones y pequeñas conquistas. Esta es una de ellas: robar tiempo al tiempo. Vivir todo de nuevo, incluso con los errores imperdonables. Sí, sí y siempre sí. Y desear seguir deseando.

Una mañana para cuidar de una mañana
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