martes. 23.04.2024

El día que fui masai

Ahora que se acerca el que llaman "día más triste del año", propongo una vuelta a lo esencial para que nos alegre: el vivo colorido, la salvaje naturaleza, otra vida que nunca viviremos, la sencillez del día a día bajo el cielo azul de Kenia. Estamos muy lejos pero muy cerca al mismo tiempo...
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Cálida bienvenida al poblado masai. | FOTO: Mila Ojea

Hay un factor primordial en los países africanos y es el humano. Por dondequiera que uno vaya, todo está lleno de gente. La vida entera sucede en la calle, en la sabana, en las orillas de los cauces y lagos, entre riadas de niños y animales. En las tierras de Masai Mara, en Kenia, encontramos una tribu nómada que dedica su vida al pastoreo  e intenta mantener sus tradiciones de forma pacífica y sencilla.

Cuando llegué al poblado masai, salió a recibirme uno de los integrantes de la tribu que hablaba un inglés perfecto, aprendido en la escuela primaria según me contó después. Habíamos acordado previamente un precio por la visita privada, nada cara, algo simbólico en realidad, y le di el dinero, tras lo cual me explicó que se emplearía en comprar material escolar y otros enseres necesarios para los niños.

479Llegada al poblado masai. | FOTO: Mila Ojea

Estaban esperándome un grupo de masai y entre dos de ellos me vistieron con sus túnicas de colores vivos. Acostumbran a llevar una tela anudada sobre los hombros de muchos colores, aunque el rojo es su enseña, con diseños geométricos, sobre otras piezas de ropa, una manta que se anudan al cuello para protegerse del frío y unas sandalias de cuero con suela de neumático. Sus armas son la lanza, el machete y el o’ringa o rungu. Incluso me pusieron un sombrero que imitaba la cabeza de un león. Estaba absolutamente ridícula y aún me acuerdo del comentario de mi amiga R. cuando vio las fotos, muertas de risa las dos, diciéndome que era una mezcla entre Tina Turner y Braveheart…

480Danzando. | FOTO: Mila Ojea

Me sentaron en un banco de madera, bajo un árbol, y bailaron para mí sus danzas típicas. Se agrupaban en semicírculo y empezaban a moverse despacio. El ritmo va subiendo y entonces, uno a uno, los guerreros se sitúan en el centro y dan unos espectaculares saltos verticales, los fibrosos cuerpos rígidos como tablas, las manos pegadas a los costados, las rodillas juntas, mientras el resto canta. Son un alambre que apenas vibra en el aire, en un alarde de equilibrio y músculo. Cerca de mí, observando con timidez, estaba una niña de unos cinco años, ensimismada con la coreografía y ajena a mi cámara de fotos.

481Observando el baile. | FOTO: Mila Ojea

En los años que son guerreros no se cortan el cabello, y lo llevan recogido en un peculiar tocado, dejando un moño alargado hacia delante en cuya punta se colocan una concha de río que sirve para advertir de su presencia. Son muy orgullosos y presumidos, y van adornados con pendientes, collares, brazaletes, pulseras y demás abalorios que ellos mismos fabrican. Para ciertas ocasiones llevan pintada la piel con arcilla roja, y la decoran con marcas hechas al rojo vivo, como prueba de su valor y resistencia al dolor.

Después del baile y los cánticos, atravesamos la empalizada que hace de linde y protege al poblado. Esta empalizada está hecha de acacia y espinas y cumple una doble función: evitar el ataque de animales peligrosos y controlar al ganado que vive con ellos. Este tipo de asentamientos se llaman boma y entré directamente en su modo de vida. Mi acompañante me fue explicando todo sobre su cultura y costumbres, además respondió a todas mis dudas amablemente y me animaba a preguntarle todo lo que quisiera.

482El ganado descansando. | FOTO: Mila Ojea

No hay un jefe de la tribu propiamente dicho, pero tienen una organización jerárquica basada en la edad. Sus fases vitales comienzan en la infancia, tras ella pasan a guerrero menor y después a guerrero mayor para terminar siendo adultos. Organizados en clanes, a medida que van superando cada una de las fases, también asumen derechos y deberes.  A los 16 años se convierten en guerreros adultos y les practican la circuncisión. A partir de este momento, se consideran preparados para tareas más complejas como la caza, y pueden fumar o casarse.

Me mostraron cómo hacían fuego de forma tradicional, con un palito circular que frotaban entre sus manos, en contacto con una base de madera, hasta que empezaba a salir un hilo de humo. Entonces soplaban con cuidado para hacerlo crecer e iban añadiendo hierba seca hasta que prendía y nacía una pequeña hoguera.

483Haciendo fuego. | FOTO: Mila Ojea

Mi guía masai me llevó a su casa, una choza hecha de adobe con tejado de ramas como el resto del poblado. Estos hogares se construyen con ladrillos hechos a base de excrementos de animales, paja y barro, que forman un conjunto compacto que al endurecerse se hace también impermeable. Una vez alisadas las paredes interiores, las ahúman para darles más resistencia, y se abren agujeros a modo de tragaluz. Las chozas se agrupan formando un círculo llamado manyatta y en el centro se sitúa una especie de corral hecho por arbustos espinos para encerrar al ganado.

484Haciendo bisutería. | FOTO: Mila Ojea

En la entrada a su casa estaba su mujer sentada en el suelo haciendo bisutería con los abalorios de colores. Llevaba el pelo recogido en numerosas trencitas y tan sólo me sonrió a modo de saludo, se notaba que no tenía el más mínimo interés en conocer a otro extranjero de los muchos que pasábamos por allí. Afuera jugaban sus dos hijas, preciosas, de unos dos años según calculé a ojo, y afanadas en el mantenimiento -o más bien destrozo- de la pared exterior de la choza.

485Tareas infantiles de mantenimiento de la choza. | FOTO: Mila Ojea

La práctica de la poligamia es habitual en la tribu masai. Tener muchas esposas es símbolo de poder para ellos. Normalmente los matrimonios son concertados por los padres desde que las niñas son pequeñas pero la tribu les permite relacionarse con jóvenes guerreros antes de casarse. Aunque la ablación está prohibida, se les sigue practicando entre los 8 y 10 años. También es normal que las unan en matrimonio a ancianos con una gran diferencia de edad. Ellas se dedican al cuidado de los hijos, la casa y a hacer sus ornamentos. En ambos sexos se aprueba la promiscuidad, son una sociedad muy abierta con este tema, y la virilidad de los hombres es legendaria.

486Costumbres y colores. | FOTO: Mila Ojea

Al entrar en su choza, lo primero que me impactó fue la oscuridad, aunque poco a poco mis ojos se acostumbraron y enseguida pude percibir todos los detalles de la construcción. El sol entraba como un afilado rayo a través de los pequeños agujeros hechos en el barro. Visto desde fuera jamás hubiera pensado que allí dentro podía haber dos habitaciones y una cocina perfectamente distribuidos. Era todo diminuto pero bien organizado. También me chocó esa ausencia de utensilios que para un occidental como yo es inconcebible. Esta gente vive con lo más primario y básico, carecen de acumulación alguna ni la necesitan. El aprovechamiento del suelo es además admirable.

487Retrato en la oscuridad de mi anfitrión. | FOTO: Mila Ojea

Mi guía particular accedió a posar para mí envuelto en aquella penumbra aterciopelada y penetrante y creo que logré un retrato íntimo que reflejaba perfectamente su vida dentro de aquella casa. Hablamos lenguajes distintos pero los ojos no engañan jamás. Afuera se oían las risas incontenibles de sus hijas, revolucionadas llevando cubos de agua y ramas de un lado a otro y haciendo té de mentira. También había un perrito dormitando en la puerta acompañado de un gato que lo usaba de cálida almohada y me miraba como implorando que me marchase ya y dejase de molestar su siesta.

488Dos amigos de siesta. | FOTO: Mila Ojea

Salimos a ver cómo en la parte central del boma, bajo la fresca sombra de una acacia, se agolpaban vacas y terneros de todos los colores. Cuantas más cabezas de ganado tienen, más valen. La riqueza para los masai se mide en ganado. Es su principal fuente de alimento, del que sacan carne, leche y sangre. Tener muchos animales simboliza poder y riqueza, un aspecto muy relevante a la hora de contraer matrimonio, ya que la dote se materializa en animales.

Rara vez matan al ganado para alimentarse, salvo alguna oveja o cabra. Cuando lo hacen, no desperdician nada de esos cuerpos. Los cuernos los emplean como recipientes, con las pezuñas y los huesos hacen adornos, y curten la piel para confeccionar calzado, ropa y cuerdas.

489Zona central del poblado. | FOTO: Mila Ojea

Además los masai creen que les pertenece todo el ganado de la Tierra. Esa creencia viene de una leyenda que relata que en el principio de los tiempos, Dios tenía tres hijos. A cada uno de ellos le obsequió con un regalo. El primero recibió una flecha para cazar; el segundo, una azada para arar; y el tercero, un cayado para guiar al rebaño. Fue este último, según la tradición, quien se convirtió en el padre de los masai.

Aquel lugar estaba lleno de vida y todo el planeta parecía orbitar a su alrededor. En aquel pequeño mundo tenían todo lo que necesitaban. 

490Preparando la tienda. | FOTO: Mila Ojea

Los niños correteaban a nuestro alrededor y las mujeres montaban coloridos mostradores para la venta de collares y complementos fabricados por ellas. Muchas trabajaban y se movían con soltura con sus bebés metidos en un saco de tela que colgaba de sus hombros. Agradecí que no me agobiaran con el tema de las compras, pues durante todo mi viaje por Kenia sufrí el acoso agresivo de muchos vendedores. A hombres y mujeres por igual les gusta alargarse los lóbulos de las orejas colgándose pesados pendientes y ornamentos de cuentas. 

491Recibiendo a los clientes. | FOTO: Mila Ojea

Aquel lugar estaba lleno de vida y todo el planeta parecía orbitar a su alrededor. En aquel pequeño mundo tenían todo lo que necesitaban. Los masai son una tribu de naturaleza nómada, cuidan unos de otros y luchan por mantener su estilo de vida sencillo. Una de las costumbres que más llamó mi atención fue saber que si alguien muere en el boma, lo abandonan y rehacen el poblado en otro lugar. Es por ello que cuando uno de los ancianos de la tribu intuye su muerte cercana, le construyen una choza en el exterior, alejada, y se traslada para morir allí.

492Despedida. | FOTO: Mila Ojea

Antes de irme de allí, salimos al otro lado de la empalizada. Los guerreros estaban saltando y cantando de nuevo, esta vez para una pareja con dos niños, todos rubios y de piel blanca. Me pregunté cuántas veces al día lo harían. Es el inconveniente del turismo. Mi acompañante me mostró un pequeño huerto exterior con las plantas que usan para curar sus heridas y enfermedades. Arrancó unas hojitas verdes de un manojo y las frotó entre sus dedos hasta que estos se tiñeron de rojo. Era como si aquella planta sangrara. Me pintó la frente y los pómulos con esa savia de color azafrán y sonrió.

-Ahora ya eres una masai –dijo.

Y yo también sonreí.

El día que fui masai
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