jueves. 18.04.2024

Y eso es la vida

La fotógrafa Camilla Watson realiza un tributo a los vecinos del barrio lisboeta de Mouraria y expone sus retratos en el Largo dos Trigueiros. Un paseo por la vida, por la eternidad de lo cotidiano y por el aprendizaje que otorgan los días. Tal vez en una calle así empezó el mundo.
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Dona Zulmira, retrato de la fotógrafa Camilla Watson perteneciente al proyecto Un Tributo. | FOTO: Mila Ojea

Pregunten a cualquiera qué es la vida para ellos y cada persona les dará una respuesta completamente distinta. Hay tantas perspectivas como seres humanos. Somos un campo de espigas que luchan contra el viento, se yerguen, se doblegan, se arremolinan, se anudan entre ellas, se buscan en la niebla y se estiran mirando al cielo todos los días. Nada es inmóvil.

Lo mejor de la vida es lo que cada uno quiera que sea. Conformarse o pelear, los dos extremos, pero nunca dejar que se pudra. Esa es la última opción, la de los cobardes, la de los que pasan de largo, la de los que esperan a agosto para ser felices –y sólo hay un agosto cada año y tarda once meses en volver, qué tristeza…-. A cambio, tenemos la posibilidad, cualquier día, en cualquier momento, de empezar de nuevo. Hay que cosechar para recoger. Sólo debemos coger impulso. El resultado siempre es una victoria: encontrar lo que da sentido a todo.

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Imágenes del proyecto Un Tributo. | FOTOS: Mila Ojea

Paseaba por el barrio de Mouraria, en Lisboa –esa ciudad de belleza vieja y evanescente-, disfrutando de sus placitas soleadas y el colorido de la ropa secándose tendida en los alféizares, cuando una foto pegada en la pared al lado de una puerta llamó mi atención. En ella podía verse a una pareja de ancianos en blanco y negro, él sentado y ella inclinada sobre él a su espalda, ambos sonrientes. Debajo podía leerse Sr Antonio e D. Bertilia 2011.

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Vecinos del Largo dos Trigueiros. | FOTOS: Mila Ojea

Continué caminando por aquella calle, el Largo dos Trigueiros, y cuál fue mi sorpresa al descubrir que en cada casa había la correspondiente foto de sus habitantes, pegada en la fachada, con sus respectivos nombres y la fecha en que fue realizada. Así pude ver al señor Oliveira –que caminaba con las manos llenas de objetos y el pantalón subido hasta las costillas-, a Dona Laurinda –que atendía tras el mostrador de su droguería-, a Dona Prazeres y Dona Xica –que sonreían con timidez, como quitándose importancia, en la puerta de la Leitaria Moderna-, o al señor Salgado –que asomado a su ventana posaba con aire seductor de estrella de cine-.

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Recuerdos de lo cotidiano. | FOTOS: Mila Ojea

También me regalaron una sonrisa los señores Artur, Zé Moreira y Carlos –que jugaban al dominó concentrados y divertidos en su rincón de todos los días-, “John” Pai Natal y “Jorge” dos Frangos –apurando un licor con los codos apoyados en una mesa-, la señora Piedade –que paseaba con su bolso negro colgado del brazo- y los señores Carlos, Ermindo, Zé y Manuel –compartiendo la barra del bar y evitando mirar a la cámara para que pareciera más natural-.

Había una historia en cada foto, porque cada vida escribe sus páginas dentro de las circunstancias que el destino baraja. Pero esa gente ya vivía para siempre allí, en esos pedazos de papel satinado en blanco y negro que les otorgaban la propiedad de ser eternos. 

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Entrada al Largo dos Trigueiros. | FOTO: Mila Ojea

Dona Zulmira –disfrutando una tacita de café con su elegante collar de perlas-, el señor Henrique –apoyado en una pared de la calle ajeno a los que pasaban por allí-, el senhor Helder –con una cara de buena persona que no cabe en la foto-, y Dona Violeta –pura sonrisa, presumiendo de unos esplendorosos 74 años- también forman parte de esa colección de retratos que atesoran el alma del Largo dos Trigueiros.

Me encantó ver al señor Carlos con su perro Don Quixote –qué bien posaban los dos-, a Dona Antonia –que parecía tan diminuta apenas asomada a su ventana abierta, como si estuviera a punto de desaparecer en un suspiro-, a Dona Egilda –portentosa, enorme, rotunda, con orgullo de madre escrito en la cara- y a António e Isabel –todo lo contrario, un poco escondidos en ese maremágnum de rostros con nombre-.

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Retratos de vidas y almas. | FOTOS: Mila Ojea

Había, en realidad, una historia en cada foto, porque cada vida escribe sus páginas dentro de las circunstancias que el destino baraja. Pero esa gente ya vivía para siempre allí, en esos pedazos de papel satinado en blanco y negro que les otorgaban la propiedad de ser eternos. Descubrí después que la autora de esa colección era la fotógrafa Camilla Watson, que describía de este modo el homenaje que había realizado con su obra: las fotografías aquí expuestas son un tributo a los residentes de más edad que aquí viven. Ellos cruzan diariamente este beco y su alma convierte a esta esquina de Mouraria en un lugar especial.

Camilla vive en Lisboa desde hace varios años y tiene su estudio en Beco das Farinhas, donde inmortalizó a parte de sus vecinos en ese proyecto que está expuesto respirando la calle y al que tituló Un tributo. Cuenta que los retratados se mostraron encantados de participar en el mismo y no hay más que ver las fotografías para corroborarlo.

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La mirada fotográfica de Camilla Watson. | FOTOS: Mila Ojea

Ahora se encuentra metida de lleno en un proyecto parecido en el barrio de Alfama. Debido a que se encuentra en el centro de la ciudad y ha ocupado un lugar importante en varias ocasiones de su evolución histórica, Alfama es uno de los barrios más carismáticos de Lisboa, que hasta hoy ha conservado elementos culturales y sociológicos únicos, ofreciendo, por lo tanto, un carácter genuino. Para quien lo visita por sus raíces, los alfamistas representan el mayor testimonio sobre la identidad del barrio, con el privilegio de conocer en detalle las curiosidades e historias, tanto pasadas como presentes, que pertenecen al nivel más intrínseco de Alfama. Con el fin de mantener estos valores tradicionales y aliarlos con el arte de la fotografía, hice el proyecto "Alma de Alfama", reflejando la vida cotidiana de algunos de los habitantes del vecindario, explica.

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Siempre es fiesta en el barrio de Mouraria. | FOTO: Mila Ojea

Sus imágenes son cotidianas y familiares, trabajadas sobre madera con un aire desgastado y roto, con el sabor de todos los días, especialmente entrañables y melancólicas. Igual que la ciudad que habitan. Así uno puede asomarse a la vida, entrar a formar parte también del paisaje humano y sentirse lisboeta por un instante.

Me gustan las calles que tiemblan de vida y cuentan historias. Desde mi edad contemplo esas instantáneas como si aún estuviera a tiempo de empezar, sin heridas por la decepción, el engaño o la incertidumbre. Aún soy dueña de mí. Pasó mi infancia, algunos amores, el aprendizaje –pese a que este nunca cesa-, la capacidad de sorpresa. Mantengo intacta la ilusión por seguir, reinventarme, abrazar a los que quiero, añorar a los que marcharon antes de tiempo y sin despedirse. Me salva la esperanza, una caricia y saber que el verano siempre vuelve.

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Sonrisas y buenas compañías. | FOTOS: Mila Ojea

Hay que abrir las ventanas, todas las ventanas, y airear la casa vieja que es nuestro corazón. Encender todas las luces para ver con una mirada nueva. Siempre nos habita un territorio a la espera de ser descubierto. Anhelo viajar una y otra vez, ver a los que no son como yo, que una mano amiga agarre mi mano cuando siento que estoy a punto de caer y pierdo el norte. Dejo siempre una puerta abierta para los que quieren huir. Ya no puedo perdonarlo todo.

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Escenas de todos los días. | FOTOS: Mila Ojea

En las fotos de Camilla acompañamos a la anciana que sube la cuesta o las escaleras desvencijadas con la bolsa del pan en la mano, vemos al abuelo que acaricia cariñosamente el pelo del nieto asomados ambos al mirador, cruza un gato saltando por los adoquines y eso es la vida. La vida de los demás y un poco la nuestra. La vida de todos, en cualquier caso, más allá de lo extraordinario que sólo ocurre de tarde en tarde.

Tal vez en una calle así empezó el mundo.

(De fondo suena un fado y se intuye el mar)

Y eso es la vida
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