Martes. 19.03.2024

Todo lo que damos

Recoger a unas autoestopistas en una reserva de Madagascar para llevarlas a su hostal puede acabar convirtiéndose en una fiesta. Porque la vida te da sorpresas y te demuestra que todo lo que damos, nos es devuelto con creces.

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Lémures acercándose por la orilla del río en Vakona. | FOTO: Mila Ojea

He pasado el mes de julio metida en un autobús recorriendo el sur de Madagascar y les recomiendo encarecidamente esta experiencia por varios motivos. Uno es que la vida y el  mundo se ven distintos en movimiento y hay momentos para la reflexión, otros para el disfrute y los hay incluso para el conocimiento de uno mismo. Si además se tiene la oportunidad –como yo la tuve- de coincidir con personas maravillosas dispuestas a poner todo su entusiasmo y alegría en el viaje, la ocasión es sencillamente perfecta. Convivir durante días con gente de diversas edades, profesiones, costumbres y todo lo que ello conlleva, ayuda enormemente a enriquecer el vínculo que se crea de forma natural. Yo siempre vuelvo con amigos que el destino me ha puesto en el camino y esta vez también ha sido así. 
30Zona de canoas en la entrada a la reserva. | FOTO: Mila Ojea

Vakona es una reserva cercana a la población de Andasibe que se ha construido uniendo varias islas para poder ver diferentes tipos de lémures, uno de los animales emblemáticos de este país africano y símbolo de la naturaleza en esta enorme y salvaje isla, la cuarta más grande del mundo. Se recorre en canoas que permiten disfrutar del paisaje y del contacto directo con sus habitantes, acostumbrados a la presencia humana. Dejarse llevar sobre el delicado equilibrio del agua antes de la puesta de sol fue una experiencia inesperadamente evocadora.

31Surcando las aguas al atardecer. | FOTO: Mila Ojea

Aquí pasamos una tarde preciosa llena de experiencias y contacto con los lémures. No hacía falta acercarse, ellos mismos venían a nuestro encuentro y se subían a nuestra espalda con total confianza, a veces incluso de tres en tres. Esta especie en extinción vive en esta reserva donde hay ejemplares de indri, rufus, catta (o de cola anillada), rufo rojo y sifaca. Poder acariciarlos y hundir los dedos en ese pelo tan suave y esponjoso era una auténtica delicia. Saltaban desde la orilla al vernos pasar para que les diéramos comida o se acercaban cuando paseábamos entre los eucaliptus.

Es ley no escrita que un viajero siempre debe ayudar a otro viajero. 

32Lemur rojo buscando algo que comer. | FOTO: Mila Ojea

Al terminar el día, de vuelta a nuestro hotel, recogimos a tres chicas que estaban haciendo auto-stop y nos ofrecimos a llevarlas a su hostal, localizado bastante lejos de la zona. Ya las habíamos visto cuando estábamos en el pequeño embarcadero donde se reparten las canoas. Es ley no escrita que un viajero siempre debe ayudar a otro viajero. O como dijo mi amiga A., con muchísima razón, cuando las chicas subieron al bus y les dimos asientos:
-Todo lo que demos, nos será devuelto con creces.
Empezaba a hacerse de noche y en un país tan oscuro como éste –sólo el 20% de la población tiene acceso a la electricidad- no me gustaría estar vagando por las cunetas si fuera mi caso. Eran de isla Reunión y estaban recorriendo Madagascar como forma de pasar el verano. Su aspecto era tan blanco y elegante como el de cualquier parisina y destacaban poderosamente entre la población malgache pequeñita y oscura.

33La vida más allá del agua. | FOTO: Mila Ojea

Creo que en el recorrido del autobús hasta su alojamiento debieron pensar que estábamos chalados porque empezamos a cantar a voz en grito y a hacer un juego de palmadas que nos había enseñado nuestra guía, una preciosa malgache que respondía al sencillo nombre de Farah Andrianaivomanjato –otro día les hablaré del exceso de sílabas que se utilizan en el idioma de esta isla-. Se trata de una especie de canto que tienen en Madagascar para darse ánimos y consiste en que alguien grita la palabra “¡Lamako!” y todos aplaudimos 4 veces. A continuación se grita  de nuevo “¡Lamako!” y volvemos a aplaudir 4 veces. Después “¡Avereno!” y damos 10 palmadas. Y por último "¡Atambaro!" y se da una palmada final. Las chicas ya lo conocían y se unieron a la fiesta con entusiasmo.

34Lemur de cola anillada subido a la canoa. | FOTO: Mila Ojea

Pero cuando más alucinaron fue cuando cumplimos otro de nuestros pequeños rituales, que no recuerdo cómo empezó pero lo llevamos a cabo durante todo el viaje. Habíamos cogido la costumbre, al llegar a un puente, de empezar a decir en voz baja “Marc… Marc… Marc…”, el nombre de nuestro chófer, e íbamos subiendo el volumen de voz y añadiendo una palmada a la pronunciación de su nombre, entonces él aceleraba y comenzaba a cruzar el puente y nosotros cada vez gritábamos más y aplaudíamos más deprisa hasta que llegábamos al final del puente y aquello se convertía en una locura de gritos, palmadas y algarabía. El pobre Marc, desconcertado al principio y partícipe entusiasmado al final, se partía de la risa…

35Escenas de río. | FOTO: Mila Ojea

Las francesas se lo pasaron genial con nosotros. Y ellas también nos cantaron algunos retazos de canciones en castellano que sabían: “Vamos a la playa, oh-oh-oh”, “La cucaracha” y tonterías por el estilo. Pero estuvieron a la altura del cachondeo que llevábamos nosotros a bordo del autobús. Si llegamos a tener una guitarra, hubiéramos acabado montando un tablao flamenco, no tengo duda. 
Como número final y llegando la despedida, al aparcar frente a su alojamiento, ya de noche, cantamos todos a coro “Non, je ne regrette rien” -con mis recuerdos encendí el fuego, mis tristezas, mis placeres... no los necesito!- y casi las hacemos llorar de emoción. Edith Piaf nos hubiera felicitado, fue sencillamente sublime. Cuando las dejamos sanas y salvas en la puerta de su hostal, se fueron gritando y aplaudiendo como locas y lanzándonos besos de agradecimiento. No era para menos.

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