viernes. 19.04.2024

El Taj Mahal temblando en un estanque

Si hay una joya arquitectónica que define a la India, es esta construcción ejemplo de perfección, exuberancia y armonía. Nació gracias a una historia de amor, cambió el curso de un río y es posible que muera ahogada en sus aguas. Pero mientras tanto, cualquier viajero que llegue hasta este misterioso país, está obligado a caer rendido ante su belleza eterna.
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Los pájaros sobrevuelan las cúpulas de la joya de la India. | FOTO: Mila Ojea

Seguro que cuando oyen la palabra India les viene una imagen a la cabeza, una imagen repetida hasta la saciedad, la postal perfecta de este país caótico y misterioso, embaucador y cáustico, pero tan atrayente y tóxico como el veneno. Esa imagen es, sin duda, la del Taj Mahal. Envuelto en niebla o en la cálida luz del atardecer, su silueta se cuela por cualquier rincón de nuestra mente al escuchar el nombre del país que lo enmarca.

506Entrada al Taj Mahal. | FOTO: Mila Ojea

Este edificio, considerado una de las siete maravillas del mundo, es fruto de una historia de amor trágica e intensa. Sha Jahan conoció a su amada Arjumand en un bazar donde ella vendía cristales. Quedó tan impresionado por su belleza que no fue capaz de cruzar ni una palabra con ella. Dos esposas y cinco años después de aquel primer encuentro, se unieron en matrimonio pese a la oposición de su padre, el emperador Jehangir. Fue entonces cuando Arjumand empezó a ser conocida como Mumtaz Mahal, la elegida del palacio.

507Contrastes en la India. | FOTO: Mila Ojea

Enamorados locamente, ella le apoyó en sus campañas militares y él la colmó de todo tipo de regalos, desde las flores más hermosas a diamantes. En el momento en el que el emperador Jehangir falleció, Sha Jahan pasó a ocupar el trono. Dos años después, en 1630, estando de batalla en Burhanpur, le llegó la noticia de que su esposa estaba en grave peligro por una complicación en el parto de su décimo cuarto hijo y él regresó veloz a su lado. Llegó a tiempo de pasar con ella sus últimos instantes con vida y, de algún modo, despedirse.

Roto de dolor, el emperador se recluyó en el Fuerte Rojo, en la orilla izquierda del río Yamuna, y allí pasó los últimos años hasta su muerte, abandonando el Imperio en manos de sus sucesores. Frente al Fuerte, visible desde todas sus ventanas y al otro lado del río, mandó construir el mausoleo más impresionante que nadie hubiera podido imaginar en honor de su amada: el Taj Mahal.

508Vista del Taj Mahal desde el Fuerte Rojo. | FOTO: Mila Ojea

Los mejores constructores y obreros, las mejores joyas y piedras, un diseño simétrico y absolutamente perfecto… Todo era poco para el lugar de reposo de su mujer. 20.000 hombres y 1.000 elefantes tomaron partido en su ejecución. Incluso se desvió el cauce del Yamuna para que el Taj Mahal pudiera reflejarse en sus aguas. Tras 22 años de construcción, en 1648, fue enterrada allí su amada Mumtaz Mahal. Y unos años después, con su labor cumplida, también él para reposar juntos a perpetuidad.

Sobre el pórtico de entrada, se pueden leer unos versos del Corán que describen el paraíso, con las palabras palacio de perlas rodeado de jardines. Exactamente así es esta maravilla pensada y hecha por la mano humana. Una reivindicación del amor imperecedero ante los ojos del mundo. Cuenta la leyenda que una vez construido el mausoleo, mandaron cortar las manos de los nueve arquitectos que participaron para que nunca pudieran volver a diseñar un lugar como este.

509Rostros y gentes, el colorido de la India. | FOTO: Mila Ojea

Fue un 14 de agosto cuando llegué ante sus puertas, con una temperatura de casi 40 grados y una humedad en el ambiente insoportable. El Taj Mahal se ubica en Agra, una población del estado de Uttar Pradesh, al norte del país. Para conseguir las entradas hay que hacer cola, aunque los extranjeros usan una taquilla rápida especialmente hecha para ellos y en la que pagan un precio diez veces más alto que un autóctono. Esta discriminación arancelaria se practica desde siempre. Con la entrada te dan un botellín de agua –imprescindible para no deshidratarte en este asfixiante ambiente- y unas fundas para cubrir el calzado. Es obligatorio entrar descalzo a la zona del mausoleo en sí, pero si no queremos hacerlo, debemos usar las fundas. Es una medida de protección para no dañar el mármol de los suelos, pisado una y otra vez cada día por unos 40.000 visitantes.

510Patio y puerta Darwaza-i rauza. | FOTO: Mila Ojea

Una vez dentro, pasamos a un patio abierto y diáfano, Jilaukhana, donde hay una gran cantidad de gente. Esta zona separa la agitada vida exterior del interior espiritual hacia el que nos encaminamos. El colorido de las ropas hindúes es una seña más de identidad de este país. Casi sin darte cuenta, mezclada con otros cuerpos, te van llevando como una riada hacia otra puerta de tonos rojizos, la principal, llamada Darwaza-i rauza. Está coronada por once cúpulas enmarcadas por dos mástiles. Es entonces, al cruzar esta, cuando se produce ese momento mágico en el que uno ve, al fondo tras los jardines, por primera vez el mausoleo.

511Primera visión entre la multitud. | FOTO: Mila Ojea

Este instante, lo confieso, es uno de los que mayor impacto me ha causado en mi vida viajera. Sentí cómo el corazón, literalmente, se me desbocaba y me quedé sin respiración. No importa que uno lo haya visto mil veces en películas, documentales o fotografías. Esa visión primera causa una conmoción brutal. Es un disparo a la cabeza. Las voces alrededor se apagan, los rostros se borran, el movimiento se ralentiza y, como en un sueño, uno tiene la rara sensación de haberse quedado solo de repente frente al poder de la belleza. Es el único momento en que sentiremos que el Taj Mahal es nuestro para siempre.

512Frente al estanque. | FOTO: Mila Ojea

En esa segunda puerta se agolpa la gente para disfrutar de esa vista periférica y única, alargando el momento lo máximo posible pese a los empujones de todos los que continúan entrando y llenando el espacio. Además, a los indios les encanta hacerse una foto en la que simulan estar tocando con la mano la punta de la cúpula principal en un efecto visual, para lo que deben colocarse estratégicamente, taponando aún más esa entrada, y hay que tener cuidado de no caer por las escaleras mientras intentas disfrutar un poco de la situación.

El Taj Mahal es un prodigio de la arquitectura mogol, agrupa los estilos islámico, iraní, persa e indio. Ha logrado cruzar la Historia sin sufrir ningún daño, ajeno a guerras, inalterable, lo que permite admirarlo hoy tal como fue en su construcción. Ocupa un terreno de 580 por 305 metros y es, en realidad, un conjunto de edificios, jardines, lagos y fuentes con simetría perfectamente organizada. Incluye dos mezquitas, una de las cuales no está en uso porque no está orientada hacia la Meca, tres puertas de estilo iraní, tres edificios de ladrillo rojo, una fuente central y cuatro cuerpos de agua organizados en una cruz. 

513Jardines Chahar bagh. | FOTO: Mila Ojea

Tras atravesar la entrada principal y superar el cuello de botella que forma la multitud en ese punto, llegamos a los jardines. Simbolizan el Paraíso y todo debe ser perfecto, por lo que el césped está impecable y cada elemento cuidadosamente ordenado. Aquí es donde se reflejan los cuatro cuerpos de agua como en un espejo. El jardín se llama Chahar bagh. Y es en la lámina de agua de estos estanques donde tiembla el Taj Mahal con el que todos hemos soñado antes de llegar.

Uno tiene la rara sensación de haberse quedado solo de repente frente al poder de la belleza. Es el único momento en que sentiremos que el Taj Mahal es nuestro para siempre.

514Minarete  y terraza sobre el río. | FOTO: Mila Ojea

Da igual por donde se mueva uno aquí, hay demasiada gente. Dos millones de personas -entre turistas e indios- al año son muchos pies pisando esta maravilla. Enseguida uno se ve rodeado por un enjambre de niños que te piden una foto conjunta y te preguntan con total ausencia de timidez todo tipo de cosas, especialmente de dónde vienes. Y hay que posar amablemente en estos jardines que reciben el nombre de Jardín de la luz de luna.

La tercera parte del recorrido se encuentra al norte del complejo y es una gran terraza que se llama Chameli Farsh. Contiene en el centro el mausoleo propiamente dicho, a su derecha una mezquita y a su izquierda una mezquita falsa, Jawab, o La casa de huéspedes. Si van descalzos, notarán el calor que desprende el suelo. Al visitar esta zona, el caminante realiza un cruce espiritual: un pasaje de purificación -la parte sur-, el cruce del Paraíso -los jardines centrales- y la llegada al mausoleo -la parte norte-.

515El Taj Mahal entre los árboles. | FOTO: Mila Ojea

El nombre Taj Mahal significa Corona de todos los palacios y proviene del persa. Ahora sí, estamos frente a él. Es un edificio octogonal de mármol blanco con cuatro lados principales y cuatro lados intermedios. El conjunto es absolutamente simétrico. Las caras principales tienen un iwan, un porche gigante en forma de ojiva. En la parte superior hay una impresionante cúpula en forma de bulbo, esa que los indios simulan tocar en sus fotografías. A pesar de sus proporciones, parece ser muy ligero por la delicadeza de las decoraciones y la armoniosa proporción de los iwans.

516Dueños del cielo. | FOTO: Mila Ojea

La sala central es octogonal y mide 35m de lado. Está cubierta con una cúpula interna que se eleva a 35 m de altura. Contiene los cenotafios –tumbas falsas- de Shah Jahan y de Mumtaz Mahal. El monumento no contiene los cuerpos sino que estos están en la cripta, un piso más abajo, y no se pueden visitar. El diseño de los cenotafios también es simbólico, ya que el de Mumtaz Mahal está en el centro de la habitación, mientras que el de Shah Jahan está a su lado, rompiendo la simetría. Los rodea una balaustrada de mármol adornada con motivos florales y frutales, pulida y con incrustaciones de piedras semipreciosas.

Afuera, cuatro minaretes de 40 metros de altura dominan las esquinas de la terraza con vistas al río. Cada uno de ellos está dividido en tres partes iguales separadas por balcones alrededor de sus cuerpos cilíndricos. Están además ligeramente doblados hacia el exterior para colapsarse lejos del mausoleo, por si algún día se quieren utilizar para su uso original. A cualquier hora del día, bandadas de pájaros revolotean sobre ellos y se refugian en las ventanas del mausoleo. Son los únicos que pueden entrar, salir y llegar a todos los rincones además de tener una vista privilegiada.

517La belleza de la eternidad. | FOTO: Mila Ojea

Una de las curiosidades más fascinantes del Taj Mahal es que puede adquirir más de diez tonalidades de colores distintos, en función de la hora del día y la incidencia de la luz sobre él. De modo que dependiendo del momento en que se visite, se tendrá una impresión diferente. Cada uno lo recordaremos con un color único para nosotros.

Como las cosas más hermosas, también el Taj Mahal empieza a tener sus heridas. Ya han aparecido grietas en su estructura, la contaminación está mutando su color original y la terraza se hunde lenta, muy lentamente, debido al peso del conjunto. Como si el fango del Yamuna quisiera tragárselo un día de estos, celoso de su hermosura, o en venganza por haber cambiado su camino.

518Entre la multitud. | FOTO: Mila Ojea

Sentada en un banco observando el movimiento colorido de las gentes, levitando sobre el sonido del agua de las fuentes, asimilando tantos detalles, pensé en el testamento emocional de esos lugares mágicos que algún día dejaré. Llegar aquí fue un sueño hecho realidad. Disfrutarlo y vivirlo, un privilegio. Pasó a formar parte de mi atlas particular que aquí expongo en un puesto de honor. Ese que nunca podré contar a los hijos que no tengo y nunca tendré. Tiempo después, descubrí todo lo que quiero explicar resumido en el "Pequeño testamento" que escribió Miguel d'Ors y que refleja perfectamente lo que perdura en el alma permeable del viajero:

Os dejo el río Almofrey, dormido entre zarzas con mirlos,
las hayas de Zuriza, el azul guaraní de las orquídeas,
los rinocerontes, que son como carros de combate,
los flamencos como claves de sol de la corriente,
las avispas, esos tigres condensados,
las fresas vagabundas, los farallones de Maine, el Annapurna,
las cataratas del Niágara con su pose de rubia platino,
los edelweiss prohibidos de Ordesa, las hormigas minuciosas,
la Vía Láctea y los ruyseñores conplidos.
Os dejo las autopistas
que exhalan el verano en la hora despoblada de la siesta,
el Cántico espiritual, los goles de Pelé,
la catedral de Chartres y los trigos ojivales,
los aleluya de oro de los Uffizi,
el Taj Mahal temblando en un estanque,
los autobuses que se bambolean en Sao Paulo y en Mombasa
con racimos de negros y animales felices.
Todo para vosotros, hijos míos.
Suerte de haber tenido un padre rico.

519Siempre bien acompañada. | FOTO: M.J. Ojea

También esta es mi riqueza: tantos kilómetros y carreteras y personas; el rayo estremecido; el paso desolado de mil inviernos; un estallido de flores marchitas; las heladas estepas; la turbulencia de las metrópolis; los mirlos invencibles; los adioses precipitados; cada palabra pronunciada; aquellas noches en hoteles rota de cansancio pero invadida de felicidad; la interminable búsqueda; los ojos de I. que me miraron una noche de agosto y fueron ya inseparables de mi existencia; la inadmisible tristeza estacional; esa efervescencia de los sábados; la certeza de los sueños concluidos; las canciones –todas las canciones- y ciertos recuerdos guardados herméticamente ajenos a la vejez; la mecánica celeste; las golondrinas inaugurando cada verano; el óxido de los días; la huella de salitre de las ballenas; la coreografía de las torpezas. En fin, todo eso que fui. Y, por supuesto, el Taj Mahal temblando en un estanque.

El Taj Mahal temblando en un estanque
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