martes. 16.04.2024

Querida Frida

Frida Kahlo es uno de los símbolos de México y representa perfectamente a este país. Luminosa, brava y rota, llena de talento, con un corazón ardiente que moría de amor por Diego Rivera. Entramos en la casa donde nació, expresó su arte y compartió los días más intensos y apasionados de su vida con su marido. 
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Souvenirs con el rostro de la artista mexicana Frida Khalo. | FOTO: Mila Ojea

Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón nació en Ciudad de México el 6 de julio de 1907. Hija de Wilhelm, de ascendencia húngaro-alemana, y Matilde, de Oaxaca, fue la tercera de cuatro hijas. Vivió su infancia en la denominada Casa Azul, en la colonia de Coyoacán. La enfermedad marcó siempre su vida, pues a los 6 años padeció una poliomielitis que hizo que su pierna derecha quedara más corta y delgada que la izquierda. Pese a ser operada varias veces, fue objeto de burlas por sus compañeros de colegio. Esto no le afectó y resultó una estudiante tenaz y luchadora.

Pero fue a los 18 años cuando el destino le tenía guardado otro zarpazo letal: en septiembre de 1925 el autobús en el que viajaba fue aplastado por un tranvía. Frida sufrió la fractura de varios huesos y graves lesiones en la espina dorsal, además de ser atravesada a la altura de la cadera por un pasamanos que le destrozó el útero. Volvió a pasar por quirófano en numerosas ocasiones y su cuerpo sólo aguantó el resto de su vida embutido en complicados corsés que eran obras de ingeniería.

445Uno de los edificios de la Casa Azul. | FOTO: Mila Ojea

Unos años antes, concretamente en 1922, Frida vio a Diego Rivera mientras realizaba su primer mural en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria, y es posible que ahí saltara la chispa de su amor. Antes de su accidente, ella no había mostrado interés en el arte, pero después, debido a la limitación de movimientos que sufría, aprendió a pintar y comenzó en su interior la creación del complejo mundo psicológico que se refleja en su obra.

En 1926 realizó su primer autorretrato como regalo para su novio de aquellos tiempos, Alejandro, que estaba con ella el fatídico día del accidente, y había dado por finalizada la relación. Quería recuperar su afecto y en la parte de atrás escribió en alemán: Hoy es siempre todavía. Ya en esa obra empezó a reflejar los sucesos de su vida que la estaban construyendo como mujer y los sentimientos que la torturaban.

446Enseres de pintura de Frida. | FOTO: Mila Ojea

Poco a poco empezó a pintar más y se relacionaba con gente del ambiente político, intelectual y artístico. En 1927 se incorporó al Partido Comunista Mexicano. En las reuniones de esa organización fue cuando volvió a coincidir con Diego Rivera y, venciendo su inicial timidez, le mostró algunas de sus pinturas, que fascinaron a Diego. Este la animó a expresar su mundo interior a través del arte y la relación entre ellos fraguó en pura pasión.

Se casaron en 1929 y su relación se basaba en la libertad para estar con otras personas, entrando en un círculo vicioso de amor, odio y arte. Ella quedó embarazada varias veces pero nunca llegó a prosperar su ansia por ser madre. Esta circunstancia es una de las que más aparece reflejada en su obra, pues la artista se obsesionó con la maternidad hasta rozar la locura. No concebía su amor sin la posibilidad de darle un hijo a Diego.

447Detalles decorativos en los muros de la Casa Azul. | FOTO: Mila Ojea

Se fueron a vivir por compromisos laborales a Nueva York y Detroit y volvieron a México en 1933. Encontraron un curioso equilibrio en su forma de complementarse como pareja pese a sus continuas infidelidades. Hasta que Diego cruzó una línea: engañar a Frida con su hermana menor Cristina. Este romance supuso un punto de inflexión porque Frida no pudo soportar el dolor que le causó y, en una vorágine de locura sentimental, se echó en brazos de hombres y mujeres para superar de alguna manera la traición.

Fue en 1939 cuando se separaron, tras haber estado incluso detenidos y acusados del asesinato de León Trotsky, que había estado viviendo exiliado en su Casa Azul y tuvo un amorío con Frida. Tras la separación, ella cayó en una depresión que la convirtió en alcohólica. Para entonces su obra ya se exponía en importantes ciudades como París, donde conoció a personalidades de la talla de Pablo Picasso.

448Momentos de relax en el jardín. | FOTO: Mila Ojea

Por aquella época escribió una carta a su amiga Jacqueline Lamba, que es uno de los textos más bellos que he leído en mi vida:

Desde que me escribiste, en aquel día tan claro y lejano, he querido explicarte que no puedo irme de los días, ni regresar a tiempo al otro tiempo. No te he olvidado –las noches son largas y difíciles.

El agua. El barco y el muelle y la ida, que te fue haciendo tan chica, desde mis ojos, encarcelados en aquella ventana redonda, que tú mirabas para guardarme en tu corazón.

Todo eso está intacto. Después, vinieron los días, nuevos de ti.

Hoy, quisiera que mi sol te tocara. Es tuyo el huipil con listones solferinos. Mías las plazas viejas de tu París, sobre todas ellas, la maravillosa –Des Vosges. Tan olvidada y tan firme.

Los caracoles y la muñeca novia, es tuya también –es decir, eres tú.

Su vestido, es el mismo que no quiso quitarse el día de la boda con nadie, cuando la encontramos casi dormida en el piso sucio de una calle.

Mis faldas con olanes, de encaje, y la blusa antigua que siempre llevaba ___ hacen el retrato ausente, de una sola persona. Pero el color de tu piel, de tus ojos y tu pelo cambia con el viento de México.

Tú también sabes que todo lo que mis ojos ven y que toco conmigo misma, desde todas las distancias, es Diego. La caricia de las telas, el color del color, los alambres, los nervios, los lápices, las hojas, el polvo, las células, la guerra y el sol, todo lo que se vive en los minutos de los no-relojes y los no-calendarios y de las no-miradas vacías, es él. Tú lo sentiste, por eso dejaste que me trajera el barco desde el Havre. Donde tú nunca me dijiste adiós.

Te seguiré escribiendo con mis ojos, siempre.

449La caligrafía de Frida en una bellísima carta. | FOTO: S. Apodaka

Diego y Frida continuaban viéndose en sus compromisos sociales a pesar de la separación. En 1940 Diego viajó a San Francisco y Frida le siguió. Dos meses después se casaron de nuevo. Ay, la locura del amor… El nuevo pacto de su relación consistía en vivir juntos, compartir los gastos, seguir con la colaboración artística y suprimir de su relación la vida sexual. Cada pareja vive a su manera…

Se exponía a corazón abierto en cada una de sus pinturas. Y hay que ser muy valiente para ello. Pero ese corazón mexicano que le ardía dentro era un incendio sin posibilidad alguna de ser apagado.

450Luces y sombras en el jardín. | FOTO: Mila Ojea

Ella era cada vez más reconocida por su obra, aunque los mexicanos me han contado que simplemente recogía los frutos de la fama de Diego, que era la verdadera estrella. Me queda claro por su obra y la historia de su vida que debía ser una mujer de fuerte carácter a pesar de la debilidad física con la que el destino la había castigado. Y con un mundo interior intenso y perfectamente reconocible. Se exponía a corazón abierto en cada una de sus pinturas. Y hay que ser muy valiente para ello. Pero ese corazón mexicano que le ardía dentro era un incendio sin posibilidad alguna de ser apagado.

Esto lo demuestra, por ejemplo, una anécdota –llamémosla así- sucedida en 1953. Había estado hospitalizada durante un año y en México le honraron con una exposición de su obra en la Galería de Arte Contemporáneo. Los doctores le prohibieron salir dada la gravedad de su estado. No sólo acudió a la cita –acostada en una camilla en una ambulancia- sino que la colocaron en el centro de la galería de arte y pasó la tarde bebiendo, cantando y riendo. Pura Frida.

451Decoración de uno de los salones. | FOTO: Mila Ojea

Poco después le tuvieron que amputar una pierna por gangrena y, además de caer nuevamente en la depresión, intentó suicidarse varias veces. Escribía mucho en aquella época, en diarios y poemarios, sobre su dolor y angustia infinitos. Se agarraba a su amor por Diego para sostenerse en el fino cordón que era su vida en esos momentos. La última frase que escribió en su diario fue: espero alegre la salida y espero no volver jamás.

El 13 de julio de 1954 falleció y, supongo, dejó de sufrir al fin. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas se guardan en la Casa Azul de Coyoacán, el lugar que la vio nacer y crecer. Y en esa casa entramos hoy a través de este atlas sentimental.

452Entrada al museo de la Casa Azul. | FOTO: Mila Ojea

Convertido en museo, es uno de los edificios más icónicos de Ciudad de México. Situado en la calle Londres, número 247, pertenece a la familia Kahlo desde 1904 y está protegido por unos muros pintados de profundo azul con bordes rojos. Al entrar, veremos que está dividido en varias estancias con un cuidado jardín interior. Fue diseñado a usanza de la época: un patio central con los cuartos rodeándolo y el exterior de estilo afrancesado. En una de las paredes del jardín se lee: Diego y Frida vivieron en esta casa.

453El estudio y la silla de Frida. | FOTO: Mila Ojea

Se puede pasear por el interior de los edificios, pintados del mismo azul del muro, y descubrir así la cocina, los dormitorios y, mi parte favorita, su estudio. Una estancia acristalada y henchida de luz donde pude ver el caballete en el que apoyaba sus lienzos antes de plasmar sobre la tela su vida, la silla de ruedas con respaldo de cuero en color caramelo, y las mesas llenas de pinturas, barnices, pinceles y cuadernos. También incorpora su biblioteca. Pese al trajín de gente a mi alrededor, pude permanecer en completa tranquilidad observando todos los detalles y el colorido de aquel trozo de su casa. No es difícil imaginar a Diego caminando por aquí, con los rayos de sol atravesando el estudio de lado a lado, mientras ella se retrataba delicadamente en cada pincelada. Piensan que soy surrealista, pero no es cierto, no lo soy. Yo nunca he pintado lo que sueño. Yo pinto mi propia realidad, decía de sí misma.

454Fotografía de Diego Rivera entre los objetos del estudio. | FOTO: Mila Ojea

Solía pintarse vestida de mexicana y con joyas precolombinas. Diego adoraba la personalidad de su ropa y su largo cabello negro. Muchas de esas piezas de su vestuario, las más icónicas, están expuestas en una zona del museo y también pueden verse fotografías de Frida que sorprenden por su actitud y su atuendo. En Autorretrato con pelo cortado, de 1940, Frida renuncia a los atributos de su feminidad y se muestra con un enorme traje oscuro de hombre, con unas tijeras en la mano, sentada en una silla amarilla y rodeada por mechones de su cabello cortado. En la parte superior del cuadro aparecen escritos los versos de una canción mexicana: Mira que si te quise, fue por el pelo, ahora que estás pelona, ya no te quiero.

455Colores y detalles de la cocina. | FOTO: Mila Ojea

Otra particularidad de la Casa Azul es que, al haber dos edificios –las casas gemelas-, cuando Diego y Frida se peleaban –que seguramente era muy a menudo-, vivían separados hasta que se les pasaba el enfado o se perdonaban uno al otro. Se puede entrar en su cocina o en las diferentes estancias, donde hay una profusa decoración, pues Frida era una apasionada de las piezas prehispánicas y vasijas de madera, que coleccionaba sin freno. También hay muchos vestigios de su obsesión por la maternidad, tanto en figuras como en imágenes.

456Una de las camas del dormitorio. | FOTO: Mila Ojea

Una de las cosas que más recuerdo de este lugar es el dormitorio. Había una cama de día y otra de noche. La diurna tiene un dosel y, en la parte superior, un espejo para que Frida pudiera verse cuando permanecía allí tumbada y así autorretratarse. Los aparatos ortopédicos y corsés que usaba también están por todas partes y dan una idea del sufrimiento físico que padeció durante toda su existencia. Todo esto se abrió al público en 1958, un año después de la muerte de Diego Rivera, como fue su voluntad. Con excepción de un baño, del cual dejó escrito que podrían abrir 15 años después de su deceso. En realidad se abrió 50 años más tarde y salieron a la luz miles de documentos, fotos, vestidos, libros y juguetes. Fue necesario acondicionar otro inmueble para exhibir todos esos nuevos objetos.

457Imagen de Frida y Diego en sus tiempos felices. | FOTO: Mila Ojea

Es extraño caminar por los recuerdos de otras personas, tocar sus cosas, sentarse en el jardín y observar los cactus y las palmeras. Hay que imaginar su convivencia allí, sus conversaciones, sus turbulentas peleas, los cálidos ratos en la cocina de leña, sus besos apasionados en la intimidad del lecho. Toda su alma permanece intacta en este lugar. Frida era México: luminosa, brava y rota a partes iguales. Su carácter y su sufrimiento se reflejan en cada pequeño objeto que forma parte de esta casa. Querida Frida: te seguiré escribiendo con mis ojos, siempre. Fue emocionante ver, en un papel, con su caligrafía en tinta azul, frases que son un aliento de vida eterno: A mí, las alas me sobran. Que las corten y a volar!!

Querida Frida
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