miércoles. 24.04.2024

Lugares donde dejar una tristeza

Si alguna vez necesitan un lugar para dejar una tristeza, vengan a las islas Ballestas en Perú. El tiempo la convertirá en un fósil. Este paisaje de aves, rocas y mareas es una combinación perfecta entre desierto y océano. Sus paisajes extremos y rudos son el hogar de los leones marinos: un lugar perdido en el fin del mundo.
567
Aves migratorias sobre la costa de las islas Ballestas. | FOTO: Mila Ojea

El destino ha llevado a Lai Yiu-fai, un joven chino, a acabar en Buenos Aires buscándose la vida. Trabaja en un local donde los turistas van a ver bailar tango, vive en una habitación cochambrosa y está perdidamente enamorado de su amigo Ho Po-wing. Este lo maltrata psicológicamente, conocedor del poder que ejerce sobre él. Ha conseguido meterse en su cama y desplazar a Fai al sofá para intentar dormir a pesar de las pulgas, el insoportable frío invernal, el soporífero calor estival y la decadencia de esa ciudad gigantesca que los ha atrapado en sus fauces. Malviven juntos, se pelean constantemente y la relación va tiñéndose de un tinte enrarecido, turbio y violento que no tiene visos de acabar bien.

568Pelícanos en la orilla. | FOTO: Mila Ojea

Fai guarda un pequeño tesoro en su habitación: una lámpara que, en su pantalla, mediante un juego de luz y movimiento, simula la imagen de las cataratas de Iguazú. En ese trozo de tela se pueden ver las corrientes de agua cayendo en torrente y formando una nube que sobrevuelan los pájaros. El protagonista de “Happy together” (Wong Kar-wai, 1997) sueña con llegar allí algún día y compartir esa imagen viva y húmeda con Ho Po-wing.

Si alguna vez necesitan un lugar para dejar una tristeza, vengan aquí. El tiempo la convertirá en un fósil. Las aves migratorias cumplen con su viaje anual y descansan en este paraje privilegiado. Están de paso, como los protagonistas de nuestra historia, perdidos y encontrados una y otra vez. 

569Líneas suaves y colores cálidos de la costa. | FOTO: Mila Ojea

Fai empieza a trabajar en un restaurante y comparte sus horas de cocina con otro chino, Chang, con el que va tejiendo una amistad pacífica y sincera. Los dos son aves de paso. Buenos Aires sólo es un punto más en el mapa de sus vidas, siempre en movimiento. Chang está ahorrando y calcula su tiempo en función de los billetes que atesora para continuar ruta tarde o temprano.

-Quiero ver las cataratas –le cuenta Fai una noche mientras mira un mapa de Argentina.

-Te envidio, chico. Yo estoy atrapado aquí –admite Chang.

-¿Adónde te gustaría ir?

-Eso no lo sé, me iría tan lejos como pudiera…

-¿Dónde tienes a la familia?

-Dejé a todos allí. No saben ni dónde estoy.

-¿Piensas regresar?

-Me vine aquí porque no era feliz –confiesa Chang.- Tendría que pensármelo mucho antes de volver a casa. Pero esto no va contigo. Tú diviértete.

570Las aves, reinas de las rocas. | FOTO: Mila Ojea

La vida va agotando a Fai, que se empieza a abandonar a la tristeza. Su amor arrabalero y porteño, con una pátina de color sepia, está acabando con él. La habitación parece encogerse cada día un poco más. Hasta que Ho Po-wing desaparece después de atacarle porque le ha escondido su pasaporte.

Chang, su amigo del restaurante, ha desarrollado un oído prodigioso por un problema de infancia. Se lo cuenta una noche a Fai en la cantina 3 Amigos, un local que frecuentan, donde beben hasta emborracharse y observan a los bonaerenses que bailan sobre una pista de baldosas de colores. Son dos piezas que no encajan en el paisaje de la ciudad.

571Leones marinos al resguardo de las corrientes. | FOTO: Mila Ojea

-¿Dónde vas ahora? –pregunta Fai después de brindar con cerveza.

-Quiero ir a un sitio que se llama Ushuaia. Me han dicho que es como el fin del mundo. Me gustaría verlo. ¿Tú no lo conoces?

Fai niega con la cabeza mientras acaricia su vaso mirando al vacío.

-Sólo sé que hay un faro. Y que las personas atormentadas se liberan allí de todos sus problemas.

-¿Van allí para eso? –pregunta extrañado Chang.

-Puede ser. No lo sé…

572Rocas y puentes. | FOTO: Mila Ojea

Entonces Chang extrae del bolsillo de sus pantalones una grabadora de cassette. Aprieta el botón de grabar y acerca el aparato al rostro de Fai, que lo mira con recelo.

-Vamos, di algo –pide.

-¿Qué digo? –pregunta en tono avergonzado, esbozando una sonrisa.

-Eres el único amigo que tengo aquí. Será un recuerdo, no me gustan las fotos.

-No se me ocurre nada…

-¡Puedes decir cualquier cosa! Venga, di algo que te salga del corazón. Aunque te parezca triste. Lo llevaré hasta el fin del mundo –dice Chang agitando la grabadora frente a su cara.

-¿Por qué triste? No lo estoy… -responde Fai haciendo una mueca que pretende ser una sonrisa.

-¡Pues entonces di algo alegre! Vamos, yo me voy a bailar, toma –y le entrega el aparato.

573El color y la fiereza del mar. | FOTO: Mila Ojea

Chang se levanta y se marcha. Fai se queda solo, con la grabadora en la mano, mirándola como si quemara. Mientras Chang baila animadamente entre la gente, él se acerca el aparato a la cara como si fuera un teléfono, pensando qué decir. Hay unos segundos en los que suena de fondo un animado vallenato. Y entonces Fai se rompe en pedazos y comienza a llorar. Sujeta tembloroso la grabadora, incapaz de articular una palabra entre sus sollozos.

(Hago un inciso aquí para escribir que esa imagen de Fai destruido, cayendo en picado, con toda la vida hecha escarcha abalanzándose sobre él, es tan poderosamente conmovedora que reafirma una y otra vez mi amor por el cine…)

574Descansando en las rocas. | FOTO: Mila Ojea

Un rato después, Chang y él se despiden en un rincón de la cantina.

-Espero que volvamos a encontrarnos –dice Chang mientras se aprietan la mano. Bromean para romper la tristeza del momento y después de reírse, de pronto se abrazan fraternalmente, golpeando con el puño sus espaldas.

Habíamos estado tan unidos. Por un momento, lo único que oí fueron los latidos de mi corazón. ¿Los oyó él también?, se pregunta Fai mientras ve marchar a Chang y apoya la cabeza en la puerta de la cantina.

575Paisaje invadido por las aves. | FOTO: Mila Ojea

Los días pasan y Fai se entrega a la noche, entre tangos y suciedad, buscando cuerpos anónimos en lavabos públicos y oscuros cines, una tabla de salvación. Empieza a trabajar en un matadero, donde cada madrugada limpia con una manguera los charcos de sangre de los animales. Cuando el insomnio le ataca en su pequeño cuarto, recuerda Taipéi, en las antípodas, y se la imagina boca abajo, con sus rascacielos colgando del mundo. Se pregunta cómo será su ciudad al revés.

576En el mirador. | FOTO: Mila Ojea

Consigue ahorrar lo suficiente para volver a Hong Kong, pero antes de marcharse quiere cumplir su tarea pendiente: ver las cataratas. Mientras conduce horas y horas hacia Iguazú, en alguna parte Ho Po-wing baila un tango arrebatado y melancólico con otro hombre. Quizás sueña que en realidad está abrazando a Fai, ya borroso en su memoria. En las cataratas, completamente empapado por la masa de agua que escupe al mirador, se muere de añoranza por ese amor que no pudo ser.

Enero de 1997, cuenta Chang, subido a lo alto de un faro pintado de rojo y blanco, rodeado de gaviotas. He conseguido llegar al fin del mundo. Me fui de Taipéi porque no soportaba mi casa, siempre sirviendo en aquel puesto. Pero en realidad no estaba tan mal. He hecho el ridículo. Ahora soy muy feliz. Quería que Fai dejara aquí su tristeza. No sé qué dijo aquella noche. Puede que la grabadora fallase, no hay nada en la cinta, sólo unos ruidos extraños, como si alguien sollozara…

577Cuerpos barnizados de salitre. | FOTO: Mila Ojea

Volvemos a verle en la cantina, sentado en la misma mesa que compartía con Fai, fumando un cigarrillo y declinando la invitación de una mujer que quiere sacarle a bailar.

La noche antes de irme a Taipéi he vuelto a Buenos Aires. Quiero despedirme de Fai pero nadie sabe dónde está. Por un momento me pareció oír su voz. Aunque la música está demasiado alta, ya no oigo nada. Cuando me voy está amaneciendo, será de noche en Taipéi. Me pregunto si habrá empezado ya el mercado nocturno, explica.

Fai fuma sentado en una habitación de hotel. Me desperté en Taipéi por la tarde. Volví a este lado del mundo el 20 de febrero de 1997. Fue como si despertara de un largo sueño, dice.

578Aves de paso. | FOTO: Mila Ojea

Mezclado con la multitud de las populosas calles, ahora sí parece estar en su lugar correcto. Camina entre los puestos de comida y sonríe a los camareros. Hasta que encuentra el establecimiento de la familia de Chang y se sienta a comer en la barra. Rodeado de gente que grita, humo gris y el claxon de los coches, de repente ve una foto de Chang, con el faro de Ushuaia tras él, encajada en la esquina de un marco.

Pasé una noche en Taipéi antes de ir a Hong Kong. Fui al mercado nocturno, estaba abarrotado. No pude ver a Chang, sólo a su familia. Ahora entiendo por qué puede permitirse el andar vagando por ahí: aquí hay un sitio al que siempre puede volver. Al irme, cogí una de sus fotos. No sé si volveré a ver a Chang pero, si quiero, sé dónde puedo encontrarle.

579Formaciones rocosas sobre el agua. | FOTO: Mila Ojea

De lugares donde dejar una tristeza, del fin del mundo, algo sé. Uno de ellos está en Perú y son las islas Ballestas. Cerca de la ciudad de Pisco, sus horizontes de roca y mar están invadidos por aves guaneras como el piquero, el zarcillo o el guanay. También hay multitud de pelícanos, cormoranes y pingüinos de Humboldt. Pero aquí vi por primera vez en mi vida a los leones marinos. Encaramados en cualquier saliente de piedra, sus cuerpos orondos y gelatinosos, barnizados por el salitre, impresionan a los ojos del viajero.

Hay un gran respeto a la Naturaleza en esta región. No está permitido bajar de la lancha para no molestar a los animales. Las grandes colonias de aves y mamíferos se sienten a salvo en la zona y es un placer observar sus movimientos en el aire, escuchar el jolgorio de sus graznidos y ser testigos de los cuidados a sus crías. La corriente de Humboldt es la responsable de la neblina matutina que suele cubrir la costa. Gracias a ella se levanta plancton desde los fondos marinos y queda depositado en las rocas. Los crustáceos y pequeños peces pueden alimentarse y, a su vez, se convierten en la comida de los mamíferos más grandes y aves: el ciclo natural de las cosas.

580Mirando a los turistas. | FOTO: Mila Ojea

Todas esas aves marinas producen el guano, una sustancia formada por los excrementos, que pinta de blanco y negro la superficie de las rocas. En este lugar es tan abundante que se recolecta para la agricultura ecológica, dado que es el mejor fertilizante natural que existe. Para conseguirlo, se han construido pequeños puertos y poblaciones, y su recolección está regulada de forma que sólo se puede realizar cada diez años y de forma manual.

Este lugar es una combinación perfecta entre desierto y océano. Sus paisajes extremos y rudos confieren un aire apocalíptico a la escena. Puedo imaginar perfectamente a Chang en lo alto de una roca intentando escuchar la voz de Fai en su vieja grabadora. Las mareas furiosas intentan reconquistar los recodos de terreno que antes pertenecían a los fondos marinos. Durante el tsunami del 2007, la tierra seca retrocedió aquí varios kilómetros. También las olas y los delfines pueden llevarse para siempre la tristeza.

581Paisajes del fin del mundo. | FOTO: Mila Ojea

Si alguna vez necesitan un lugar para dejar una tristeza, vengan aquí. El tiempo la convertirá en un fósil. Las aves migratorias cumplen con su viaje anual y descansan en este paraje privilegiado. Están de paso, como los protagonistas de nuestra historia, perdidos y encontrados una y otra vez en las calles de Buenos Aires. Sólo los ilumina una lámpara que contiene, en realidad, un sueño. Sus miradas son desoladoras y apagadas, esperan un futuro que tarda en llegar. Pero Chang consigue llegar a la Tierra del Fuego para depositar allí la tristeza de Fai. Y que la marea borre su tormento mientras él le busca al otro lado del mundo. Tal vez, un día, sean felices y vuelvan a abrazarse.

Lugares donde dejar una tristeza
Comentarios