viernes. 26.04.2024

De flores y despedidas

California es una amalgama de recuerdos y llanuras que todos hemos visto en las películas mil veces. Hoy visitamos el viejo Sacramento, cuna de la fiebre del oro, donde escuchar alguna canción que suena desde la jukebox y recordar amores pasados que vuelven a nuestra vida. 
529
Genuino sabor americano en la ciudad californiana de Sacramento. | FOTO: Mila Ojea

Don Johnston es un tipo maduro, educado y aburrido al que su última conquista, una joven rubia y esbelta, acaba de abandonar.

-Eres así y nunca vas a cambiar- le echa ella en cara antes de coger sus maletas y largarse.- Verás, ya no quiero estar con un Don Juan caduco nunca más.

-¿Qué quieres, Sherry?- pregunta él.

-¿Qué quieres tú, Don? Soy como tu amante, sólo que… ni siquiera estás casado. Fíjate en tu amigo Winston, el vecino. Él se lo pasa en grande. ¿No quieres tener una familia?

-¿Es eso lo que quieres?

-No sé lo que quiero –admite ella.- Pero quiero averiguarlo yo sola.

530Un restaurante típico de Sacramento. | FOTO: Mila Ojea

Y se va. En el suelo de la entrada por donde acaba de salir está tirado el correo de Don y entre los sobres blancos, llama su atención uno rosa. Recoge las cartas y se va a casa de su vecino Winston a arreglarle el ordenador y charlar. Es allí donde abre el sobre rosa y extrae una carta escrita a máquina en tinta roja que dice:

Querido Don: a veces la vida te da extrañas sorpresas. Hace casi veinte años que no nos vemos pero ahora necesito decirte algo. Hace años, cuando acabó lo nuestro, descubrí que estaba embarazada. Decidí seguir con el embarazo y tuve un niño, un hijo, tu hijo. Decidí criarlo sola porque sabía que lo nuestro había terminado. Mi hijo ahora tiene casi diecinueve años, es tímido y reservado, no como tú, pero es sensible y maravilloso. Hace unos días inició un misterioso viaje, estoy casi segura de que va en busca de su padre. No le he dicho casi nada de ti pero tiene recursos e imaginación. En fin, si esta sigue siendo tu dirección, pensé que deberías saberlo.

No hay firma ni remite en el sobre. Winston se queda tan sorprendido como Don y le pide que haga una lista con los nombres de las mujeres con las que estuvo en esa parte de su pasado. Don se niega en un principio, pero finalmente hace un listado en una hoja de papel y se lo entrega a Winston.

531Los viejos trenes dormidos. | FOTO: Mila Ojea

Su amigo y vecino, muy interesado en el tema, busca información sobre todas las mujeres que le ha apuntado y recopila sus direcciones investigando en internet, tras lo cual le prepara un viaje a través de varias ciudades y pueblos de Estados Unidos. Sin quererlo y con muchas reticencias, de repente Don se ve cogiendo aviones de un lado para otro, alquilando coches, escuchando la música que hasta Winston se ha preocupado de seleccionar y comprando ramos de flores para llevar a cada una de las compañeras que tuvo en su pasado.

Por supuesto, cada encuentro tendrá sus circunstancias, detalles, conversaciones y sorpresas. De este modo conocemos a Laura, que perdió a su pareja en un accidente automovilístico y ahora vive con Lolita, su alocada y exhibicionista hija adolescente. O a Dora, que está casada con un tipo insoportable y se dedican al negocio de las casas prefabricadas. También a Carmen, una comunicadora de animales serena y centrada, que se divorció y tiene a su hija de dieciséis años viviendo en Suecia. Y a Penny, que vive en una cabaña desvencijada y a la que la presencia de Don altera tanto que todo acaba en un altercado en el que nuestro Don Juan recibe un puñetazo que le destroza un ojo.

532Recuerdos del pasado. | FOTO: Mila Ojea

La última mujer de la lista es Michelle y el encuentro se produce en el cementerio de River View porque ella ha fallecido.

-Hola, preciosa… -dice Don ante su tumba, con el ramo de flores en la mano. Lo deposita en su lápida y se sienta en el césped con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Llueve, la tristeza se apodera de todo y Don se derrumba interior y exteriormente. Está vencido y en ese momento se da cuenta de que ese que está haciendo no es un viaje cualquiera. En esa ruta de reencuentros y flores no está únicamente buscando a su hijo y a la madre del mismo, sino que todo es una despedida. Siente ganas de llorar y sabe que realmente lo que está haciendo es decir adiós a una época de su vida que no volverá. Todo es irrecuperable.

533Paisajes de carretera. | FOTO: Mila Ojea

De esas carreteras y casas, de esos paisajes de graneros y ranchos, algo sé yo también. Y un ejemplo perfecto de esa postal cinematográfica que recorre Don en “Flores rotas” (Jim Jarmusch, 2005) es la ciudad de Sacramento.

Allí, James Marshall, un tipo que trabajaba en una colonia agrícola llamada Nueva Helvetia cuando California era México, hacia 1849, encontró un par de pepitas de oro en un río al remover la tierra para construir un aserradero. Fue la chispa que desató la conocida fiebre del oro. Y Sacramento, una pequeña aldea, se transformó en ciudad debido al fenómeno migratorio que causó esa fiebre.

Miles de personas llegaron a las tierras del oeste en busca del sueño americano, sus promesas y oportunidades, y cambiaron el rumbo de los acontecimientos. Desde entonces Sacramento es la capital del estado más rico de Estados Unidos. De todo aquello ha quedado Old Sacramento, un barrio reconvertido en monumento histórico nacional. Restaurado con mimo desde 1960, hoy en día es una atracción turística en la que uno puede creer que viaja en el tiempo y vuelve a aquellos años dorados.

534El plato americano por excelencia. | FOTO: Mila Ojea

Esta tranquila zona de la ciudad se ha visto reconvertida en tiendas, museos y restaurantes que ocupan edificios históricos construidos con restos de madera y velas de los barcos del siglo XIX. Auténtico sabor americano, como esos cigarrillos que seguro recuerdan por su slogan. El estilo cowboy, las botas, los sombreros, las vías del tren, todo forma un escenario de película. Edificios de madera con amplios balcones, banderas colgadas por todas partes, enormes puertas y una locomotora esperando un destino son algunas de las imágenes que se llevarán de recuerdo cuando caminen por aquí levantando polvo tras sus suelas.

Nada como saborear una auténtica hamburguesa con crujientes patatas fritas e insertar una moneda para que suene un disco en una vieja jukebox. Inmediatamente nos trasladaremos a la época del Oeste Americano, con el ferrocarril silbando a unos metros y la música sonando desde el recuerdo. Esta ciudad recibió su nombre del explorador español Gabriel Moraga, que al descubrir la belleza del delta del río y el valle, los bautizó así en una especie de éxtasis místico, allá por el año 1800.

535El Capitolio de Sacramento. | FOTO: Mila Ojea

Bien cerca, el Capitolio rompe esa imagen pasada y explotada comercialmente con un edificio majestuoso rodeado por jardines llenos de rosas como los ramos que Don Johnston llevaba a cada una de sus antiguas amantes. Es la zona política y elegante de la ciudad y ha sabido crecer sin perder su encanto. Quinientos mil habitantes pueden parecer muchos pero llenan una ciudad tranquila, peatonal y con un conjunto de rascacielos limitado, nada que ver con la locura de otras grandes urbes estadounidenses.

En las afueras todavía encontramos esas planicies idílicas de maíz y graneros por las que tal vez pasó Don en su viaje al pasado. Lo habíamos dejado abatido frente a la lápida de Michelle, a la que nunca conoceremos, y ahora le vemos regresar a casa con un ojo morado y dormido en un avión. Vuelve a su televisor, a su sofá color café, a las rosas marchitas de su jarrón. Al vacío y decadencia de su presente.

536Calles de Sacramento. | FOTO: Mila Ojea

Al buscar un taxi en el aeropuerto se fija accidentalmente en un muchacho que está sentado en la acera y siente un pálpito dentro de su pecho. Pero se sube al vehículo y da su dirección al taxista para que lo lleve de vuelta a su hogar. Sin embargo, al día siguiente, tras tomar un café con Winston y hacerle un resumen de su maltrecha y delirante ruta, ve al mismo muchacho de la noche anterior fuera del restaurante y siente de nuevo esa corazonada. ¿Y si fuera su hijo, que está buscándole?

Edificios de madera con amplios balcones, banderas colgadas por todas partes, enormes puertas y una locomotora esperando un destino son algunas de las imágenes que se llevarán de recuerdo cuando caminen por aquí levantando polvo tras sus suelas.

538Edificios de Old Sacramento. | FOTO: Mila Ojea

Decide salir a hablar con él y observa que parece hambriento y desorientado. Se ofrece a comprarle un sándwich para que coma algo y el chico acepta. Se sientan juntos en un lateral exterior del restaurante y Don lo mira con lástima mientras el chaval devora la comida recién hecha. Hablan un poco sobre sus vidas y se nota que ambos desconfían de quién es el otro. Es entonces cuando el chico le hace una pregunta a Don:

-Verás… en plan “tío que le ha dado un sándwich a otro”… ¿tienes algún consejo filosófico o algo así para un tipo que está de viaje?

-¿Me preguntas a mí? –se sorprende Don.

-Sí…! –responde el muchacho.

-Bueno… -dice Don. Reflexiona cabizbajo, mirando al suelo, y sintiendo sobre su espalda el peso de toda la responsabilidad de ser, quizá, su padre. Quiere encontrar ese consejo perfecto dentro de su mente, el que debe dejar marcado a fuego en ese chico hambriento que tal vez le está buscando porque porta sus genes.Lo pasado, pasado está, eso ya lo sé. Y el futuro… aún no ha llegado, traiga lo que traiga, así que lo único que hay es esto: el presente. Ya está. –dice exhausto como si volviera de cavar en la zona más oscura y profunda de su subconsciente viejo y dormido.

-Me gusta lo que has dicho –replica el chaval. –Es mejor que cualquier gilipollez paternal.

En ese momento el rostro de Don se ilumina, satisfecho y casi convencido de que, efectivamente, está hablando con su hijo. Atrás han quedado los incómodos aviones, el asfalto mojado de las carreteras, los bosques vestidos de otoño, las flores silvestres arrancadas en las cunetas, la florista que le puso una tirita en la ceja, los mapas marcados y los teléfonos que suenan a temprana hora en las habitaciones de los moteles.

537Con la vieja jukebox. | FOTO: Mila Ojea

Todo eso es Sacramento, y California y Estados Unidos. Una amalgama de recuerdos y llanuras que todos hemos visto en las películas una y mil veces. Esos mundos que no parece que estén en este mundo. Cuando uno empieza a avanzar por esos caminos y se sumerge en el paisaje, pasa a formar parte de él y ve esas casas de madera barnizada, con su hamaca en el porche aún balanceándose, su caravana oxidada haciéndose vieja en el jardín y puede imaginar a esos hombres que llegaron para encontrar oro y que hoy acarician un revólver mientras se anestesian con la televisión como única compañía… 

De flores y despedidas
Comentarios