jueves. 25.04.2024

Estoy llena de lugares

Las mujeres de Ifaty-Mangily colocan cada tarde al borde de la carretera sus puestos de venta de pescado y regalan una sonrisa al viandante. Un paseo por la vida para asomarse a las costumbres de aquellas que no somos nosotras. 
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Vendedoras de pescado en el pueblo malgache de Ifaty-Mangily. | FOTO: Mila Ojea

Estoy llena de lugares. También de costumbres e incendios, de manglares e insomnios, de fogonazos y caligrafías, de emboscadas y maremotos, de esbozos en un lienzo blanco, de lava y derivas, de trigales y centauros, de palabras afiladas, de huracanes y abejas, de renuncias y ecosistemas. Estoy llena de líquenes y archipiélagos y tintas de varios colores, de euforias y marismas y canciones que ardieron de tanto sonar. Todo lo que conforma a un ser humano. Es difícil encuadrarnos en una categoría porque estamos hechos de pequeñas y grandes cosas. Nos falta a todos el libro de instrucciones de la vida.

556Preparando la mesa. | FOTO: Mila Ojea

No me pesa la cartera ni la hipoteca -tampoco los inviernos, pero qué le vamos a hacer-, me pesa lo que ya no será porque no hay tiempo. Y en esa tesitura me encuentro, porque nadie puede luchar contra ello. Ocurre lo mismo con el lugar en el que uno nace: no podemos elegir. A cada uno nos ha sesgado el destino y nos ha presentado unas cartas con las que jugar la partida. Allá cada cual si consigue ganar.

557Escenas de la vida cotidiana. | FOTO: Mila Ojea

Eso pensaba mientras caminaba por la carretera del pueblo pesquero de Ifaty-Mangily, en la costa oeste de Madagascar. Vivía en un bungalow frente a la playa y por las tardes, antes de que el sol se hundiera en la línea de agua, me gustaba traspasar los jardines de la zona acotada hasta el camino de arena. Así llegaba, caminando torpemente, al pueblo, donde nada tenía que ver con la paz de mi porche y mi habitación y las velas que iluminaban mi morada.

Las fascinantes mujeres de rostros amarillentos, con las telas extendidas en el suelo formando un microcosmos de peces de todos los colores y tamaños. Como un pequeño universo de escamas tornasoladas que brillaban con la luz del último rayo de sol.

558Puesto de venta. | FOTO: Mila Ojea

Ingresaba feliz en el caos de la vida africana, porque como buena observadora, necesito nutrirme de rostros, mezclarme con la vida, ser por un rato otra persona. Y entonces las encontraba, con sus puestos de venta ya preparados. Las fascinantes mujeres de rostros amarillentos, con las telas extendidas en el suelo formando un microcosmos de peces de todos los colores y tamaños. Como un pequeño universo de escamas tornasoladas que brillaban con la luz del último rayo de sol.

559Una sonrisa vale más que mil palabras. | FOTO: Mila Ojea

Los primeros días me miraban con curiosidad pero enseguida se olvidaron de mí y me dejaban hacer y deshacer. No había problemas para hacer una foto, al contrario. Con una nube de moscas sobrevolando la mercancía entendí de dónde venían las dos gastroenteritis fulminantes que sufrí en este país, la Gran Isla Roja, de acento francés.

A partir de los 25 años y hasta los 35 aproximadamente, estas mujeres se pintan la cara con una pasta natural, el Tabac, para proteger su piel del duro sol y eliminar impurezas. También se dice que es para blanquearla. La crema es de color amarillento o naranja y les aporta un aspecto fantasmal de lo más inquietante. Las más jóvenes añaden al rostro dibujos con elementos vegetales como flores. Al principio me daba pudor mirarlas fijamente porque no quería molestar u ofender, pero pronto vi que tienen asumido su rostro y apariencia y no les supone ningún problema. Supongo que también tienen su parte de coquetería, como cualquier fémina, sea del lugar que sea.

560La carretera, donde sucede la vida. | FOTO: Mila Ojea

Ningún continente tiene el colorido que atesora África y Madagascar es un buen ejemplo de ello. Sus estampados, formas de colocarse capas y capas de telas y los pañuelos anudados en la cabeza de estas mujeres de curvas sensuales son un símbolo de su cultura alegre y compleja. La aldea es descuidada, decadente y abarrotada, rebosante de vida. Y eso es lo que el viajero debe valorar.

Todo sucede en la carretera. Los niños juegan, los autobuses repletos de gente pasan a toda velocidad, los ancianos hacen pequeñas hogueras bajo los árboles. Desde esa línea recta se despliegan las miserables chozas y casas de madera desmochadas, con multitud de animales –gallinas, perros, cebúes principalmente- que corretean por el barro. Y allí están ellas regateando con el precio, riendo, apoyadas unas en las otras, cómplices, colocando, recolocando.

561Al rico pescado. | FOTO: Mila Ojea

Esas mujeres insulares, gobernantes del Océano Índico, todo color y cadera en movimiento, esas sonrisas blancas, son motivo suficiente para caminar por este pueblo una tarde tras otra. Con sus bebés a veces colgados de un pecho, amamantando mientras te sirven el pescado o lo limpian, con total naturalidad. También lo secan al sol o lo ahúman  para  su conservación. Y siempre hay un enjambre de chiquillos alrededor deseando salir en la foto. Estamos en medio de la vida pura y dura y somos tan diferentes unas de otras.

562La hora de la merienda. | FOTO: Mila Ojea

Al borde del mar, mi bungalow es una jaula de oro comparada con las casetas rústicas donde ellas viven su día a día. Desde mi porche veo la barrera de coral donde los pescadores van cada mañana a buscar con qué llenar los puestos de las mujeres. Pertenecen a la etnia Vezo. Todos los clanes comparten el mismo mito de su procedencia de la unión entre un pescador y un ampelamananisa-dugón o sirena.

563Exposición. | FOTO: Mila Ojea

Su vida cotidiana, y la de todo Madagascar, se rige por multitud de tabúes. Aquí, al vivir al borde del mar, todos están relacionados con su principal actividad económica, la pesca. Se lo explico con varios ejemplos: no se puede matar a una tortuga cortándole la garganta o cortar los músculos de su pecho dejando una gota de sangre correr por la arena; la carne de la tortuga debe ser cocinada sólo por hombres y no por mujeres; no se pueden vender algunas partes de la tortuga; para obtener una buena pesca hay que llevar limones y naranjas; robar pescado puede provocar lepra.

Son cosas que a nosotros nos cuesta entender. Hay más tabúes y prohibiciones sobre la comida: nunca se deben mezclar leche y pescado; una mujer embarazada no debe comer pulpo; el acto de comer plátanos caídos del árbol puede provocar la muerte del padre del infractor. También realizan ofrendas de tortugas a sus antepasados. Religión y cultura, esta es la forma de vida de los Vezo.

564Pescados de todos los colores. | FOTO: Mila Ojea

Diferentes o no, nos unen las mismas arrugas, las cicatrices, un corazón que late sin perspectiva, la ausencia de futuro y la erosión de los días. Somos a veces –sólo a veces- aquello que soñamos. Respiramos el mismo aire pero criamos a nuestros hijos en desigualdad de condiciones. Todas barremos nuestra casa y escondemos cosas bajo la costura de nuestra sonrisa. Igual nos molestamos si empieza a llover el día que mejor nos hemos peinado. Quién sabe. Asumimos errores, decepciones y carencias, desamores y enamoramientos paralizantes. Vivimos de lo esencial: una caricia. Ya no podemos fiarnos de la inocencia y ahuyentamos la confusión. Así lo escribió Gloria Fuertes: Los ojos mudos de los hombres pasan. Sólo se cose a mí este silencio que disfruto cuando las bestias duermen.

565Asomarse a la vida. | FOTO: Mila Ojea

Tras sus rostros untados de Tabac, son mujeres como yo. Nos duele el mundo y la desmemoria, seguro. Estamos en alerta permanente, sobre todo por los que no nos entienden. Nos manejamos torpemente en terrenos desconocidos pero reinamos en nuestro hogar. ¿Serán sus besos en la oscuridad iguales a los míos? ¿Qué palabras utilizarán para seducirse y utilizarse a su antojo? ¿Son sus cuerpos -como el mío- una sucesión de siembras y cosechas? ¿Les amanece un verano en el vientre? ¿A quién le interesa ser absurdamente perfecta?

566Camino a casa. | FOTO: Mila Ojea

Cae el sol y regreso por el camino de arena a la que es allí mi casa. Donde está mi maleta, está mi vida. Estoy llena de lugares. Soy cincel y avena y musgo y aún contengo territorios inexplorados. Me mira el océano y yo lo miro a él. Somos ambos tan volubles. Tal vez él también se muere por un beso. Desconozco cómo acabará todo. Hemos sido construidas por el paraje del que venimos. Me niego al pesimismo ante el anochecer y una copa de vino. Como decía la canción: cariño, vente conmigo a este lado de la carretera

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